13 de marzo de 2011

En su piel

Los periódicos del domingo, vienen calentitos. Ojeo sin prisas. Hoy las noticias de Japón ocupan todas las primeras páginas. Los desastres por el terremoto y por el tsunami me traen fotografías espectaculares, inenarrables. Se teme, además, otra catástrofe como la de Chernobil. Sigo ojeando. Los representantes de los partidos políticos lucen trajes, jeta y palebrejas. Paso de corrido las noticias, como hago con las de deportes. Ambas cosas son para plantarles cara, es decir, para practicarlas, no para contemplarlas. Los políticos que trabajen y los deportistas que jueguen. Yo paso de política y procuro hacer el deporte que puedo. Las hojas van deslizándose entre mis dedos. Me paro en las páginas de cultura. El cine y los libros llaman mi atención. Leo un artículo de Sánchez Dragó escrito con urgencia desde Kyoto. Son muchas los correos, muchas las llamadas que recibe interesándose por lo que ocurre. Pese a la mala fama que tiene me cae muy bien y procuro seguirle. Me fijo en una página donde se escribe sobre el niño Jeremy Vargas que desapareció de la Isla de Gran Canaria hace cuatro años sin dejar rastro. Estos sucesos siempre me trastornan. Sigo con mi repaso. Chardin en el Prado. No pude ir a verla, será para la próxima vez que vaya a Madrid. De pronto mis ojos tropiezan con algo que conozco. Una gran fotografía de una gran ola. La misma que tiene mi hija en una de las paredes de su casa. Es una ola bravía, ensortijada, peinada de blanca espuma. Se trata de un famoso grabado del pintor Katsushika Hokusai que se titula "La gran ola de Kamagiwa", una de las imágenes de su afamada serie 36 vistas del Monte Fuji. Los intelectuales hacen referencia a esas olas que han arrasado las costas en Japón. El artículo lo firma Luis Antonio de Villena, otro de mis favoritos. Ángela Merkel y Zapatero se saludan con un beso de amigos. A su lado Sarkozi. Precisamente estos días una de mis hermanas que reside en Alemania está en España para celebrar el cumpleaños de nuestra madre. Tuvimos que acercarnos a Hacienda hace un par de días. El funcionario que debía atendernos no estaba, nos dijeron. No sabían a qué hora volvería. Esperamos pacientemente casi tres cuartos de hora. Mi hermana me dice que en Alemania eso ni soñarlo. Allí se va a trabajar, desde que se entra hasta que se sale, cumpliendo religiosamente el horario pero sin perder el tiempo. Se come en el propio trabajo en el tiempo mínimo y se va a casa a descansar. No se explica lo nuestro. Ya le digo que se está intentando racionalizar los horarios de la mano del amigo Ignacio Buqueras: ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para el ocio y la familia. Sigo ojeando páginas de los periódicos. Las revueltas árabes parece que van consiguiendo objetivos. Se resiste Gadafi, ese hombre que en su juventud fascinaba a las mujeres. Confieso que fui una de ellas. Siguen las páginas de cultura llamando mi atención. Valery Gergiev figura como el más solicitado en un estudio sobre hábitos musicales donde Frühbeck de Burgos es el único español y Bethhoven, el compositor más interpretado. No había vuelto a acordarme del gran Frühbeck de Burgos. Le conocí personalmente en Barbastro hace un montón de años. Allí, en la preciosa catedral, ante el maravilloso retablo de Damian Forment vi al maestro mientras dirigía a la Orquesta Nacional de España la 5ª y la 9ª de Bethoven. Estaba en primera fila y me enamoré del compositor. Era yo muy jovencita, muy inexperta y había visto muy poco. Un amplio artículo sobre la música operística y sobre diferentes compositores me llevan a evocar algunos de los espectáculos que he presenciado.
Paso por encima los artículos de opinión donde se habla de elecciones, de ETA, insisto, de deportes. Soy consciente de que lo que interesa a la mayoría a mí me deja indiferente.
Vuelvo a Japón e intento compartir con ellos su tragedia. Intento ponerme en su piel.

10 de marzo de 2011

Heroínas

Esta semana se ha conmemorado el Dia Internacional de la Mujer. Con tal motivo, el Museo Thyssen y la Fundación Caja Madrid, inauguran simultáneamente en sus salas "HEROÍNAS", una muestra que trata, como no, de mujeres, pero no de mujeres vencidas y desgastadas por la erosión de la convivencia y el tiempo, sino de mujeres luchadoras, triunfadoras; mujeres guerreras, atletas, magas, amazonas, ménades que quieren demostrar que ellas no se dejan vencer, ni por la prepotencia del hombre ni por su fuerza bruta, sino que luchan para emerger a la superficie de la vida contra viento y marea.


Asistí el pasado lunes a la presentación del acontecimiento en el Museo Thysen para medios de comunicación. Y allí, como no, la Baronesa Carmen Cervera que quiso estar presente en el acto, tal vez, para reforzar esa heroicidad que caracteriza a muchas mujeres de hoy. Ella también es una heroína, no en vano tiene que luchar a diario para demostrar lo que es sin avergonzarse de lo que fue ante tanto hipócrita y advenedizo que intentan sacar a relucir su vida privada y la de su familia. Se la veía tranquila y relajada, natural como la vemos siempre, dejándose fotografiar por quien quiso hacerlo y sin temor a que la incomodoran con preguntas estúpidas. Para eso ya están otros.

Podía seguir escribiendo sobre la exposición y sobre la Baronesa. También sobre las mujeres que han muerto en España en los últimos años y como la tendencia va en aumento, pero hoy estoy sobrecogida por el terremoto de Japón y por la imágenes que nos traen las televisiones. Ni la más perversa imaginación es capaz de imaginar algo semejante. Resulta dramático y apocalíptico contemplar las fuerzas naturales y lo que pueden hacer con la tecnología, con las grandes construcciones, con las sofisticadas infraestructuras. Todo en tropel, todo a la deriva.

Hoy no se puede pensar en otra cosa. Hoy es un dia muy duro para el país del sol naciente, para tantas personas que, por preparadas que estén, la Naturaleza le ha dado muy fuerte.

3 de marzo de 2011

Mi Remingthon


Hoy quería escribir sobre no sé cuántas cosas pero se me va la especie y no consigo centrarme. He estado repasando algunos posts y veo que he cometido deslices ortográficos. Eso me pasa por escribir de corrida y sin mirar ni repasar. Mis dedos son muy rápidos pues aprendí a escribir a máquina por el método ciego y lo hago a toda velocidad. Recuerdo que daba trescientas pulsaciones por minuto. Una barbaridad. 

Aprendí a escribir cuando estudiaba Secretariado de Dirección en una máquina de aquellas estratosféricas, Underwood y Remigthon. No sé si se escriben así estos dos nombrecitos pues lo escribo de memoria. Recuerdo que las teclas no tenían ni letras ni números para que aprendiéramos sin mirar el tecaldo. Se trataba de colocar los dedos y teclear una y mil veces cada fila hasta aprenderlas de memoria. Por eso es muy fácil equivocarse y cometer errores por el simple hecho de colocar inadecuadamente los dedos. Yo, ahora mismo, mientras escribo miro la pantalla, nunca al teclado. Y mis dedos van ellos solitos,saltando de una tecla a otra porque ellos saben donde está la p, la q, la r, la s, y lo que haga falta. Ellos lo saben todo. Exactamente igual -imagino- que cuando se toca el piano. -yo no lo toco- Es interesante pensar en la inteligencia de los dedos, porque yo no les niego su inteligencia. Insisto, yo estoy pensando en mis cosas y mis dedos van escribiendo lo que yo voy pensando. Uffffffffffff, ahora que me doy cuenta es maravilloso lo que podemos hacer con nuestros dedos, sin que ellos sepan que lo hacen. Ocurre, como decía Agustín García Calvo sobre el lenguaje, que hablamos y decimos cosas sin saber que las decimos. Uffffff, es muy complicado para explicarlo yo ahora, pero juro que cuando él lo explicó yo lo entendí perfectamente.

Por cierto, suelo encontrarme casi a diario con su nieto Agus, un chico muy agradable y muy fantasioso que se crea sus propias fantasías, pero es muy divertido. Hace tres días me crucé con el propio filósofo. Iba con las manos cruzadas detrás de la espalda, la cabeza inclinada hacia adelante, como su propio cuerpo. Los años se le notan. Llevaba el pelo enmarañado y canoso, atado con una coleta. Le vi pasar junto a mí pero no le dije nada. Se aproximaba a su casa, un palacete cuya fachada tiene grabadas, a modo de decoración, la cruz de Caravaca, esa de cuatro puntas, creo, una especie de cruz templaria. Cuando compró la casa ya estaba así, que no se piense nadie que fue una excentricidad de las suyas. Al lado de Agustín, en otra casa de tres plantas vive, Herminio Ramos, historiador y escritor, una excelente persona que siempre va cantando por la calle. Bajito para que nadie le oiga, pero canta. Un día me dijo: "si tú supieras los problemas que tengo, no entenderías por qué canto". Me gustó eso del amigo Herminio. Como me gusta su afabilidad y su cultura. Cuando se viaja con él, va explicando absolutamente todo. Y cuando no hay nada que contar porque el paisaje se hace mesetario, entonces explica la tierra y da una lección magistral de Geología.

Pero bueno, ¿? de qué estoy escribiendo hoy. Una sabe como empeiza el día pero nunca sabe como lo termina. Y yo lo termino hoy, un poco surrealista. ¿O no?

28 de febrero de 2011

Gracias


Comienzo la semana paseando por el Duero. Viene crecido por las últimas lluvias. El sol luce en lo alto mientras las cigüeñas atraviesan el río para posarse sobre los nidos de las iglesias o sobre los pináculos de la Catedral. Mi amiga Marisol camina a mi lado. Pronto iniciamos una interesante conversación que fue para mí, al terminar el día como un bálsamo de rosas.

Mi amiga me cuenta que Luís, su esposo, está leyendo libros de autoayuda, para relajarse, para ver las cosas en su justa medida, para aceptar los acontecimientos tal cual suceden, para aceptar a las personas como son, con sus defentos y virtudes, con sus decisiones, unas veces acertadas, otras desacertadas.

¿Y cómo se hace todo eso?, le pregunto. Llevo una temporada que mi actitud se ve empañada por todas esas circunstancias, pero por todo lo contrario que, al parecer, aconsejan esas lecturas. Llevo una temporada, excesivamente prolongada, que todo lo que hacen los demás me parece mal. Todo lo que escucho por la radio o por la televisión me parece mal. La actitud de mis amigos me agrede, me daña, me irrita. Dime, ¿qué hay que hacer? ¿qué dicen esos libros?

Mi amiga me dice que ella, aunque no lo necesita, lee a la par que Luís, comentan, divagan, se aconsejan y les está yendo muy bien a los dos.

Bien es verdad que esta pareja amiga acertaron. Les tocó la lotería al conocerse. Son el uno para el otro. El mundo, para ellos, es su mundo, sin salirse apenas del ámbito de las paredes de su casa. Ellos pasean siempre juntos, van a bailar juntos, sin amigos porque no los necesitan. Están enamorados, se quieren, se admiran, se necesitan.


Dime, Marisol, ¿cómo hacéis para que esos libros os estén beneficiando tanto? -como si no estuvieran beneficiados ya, pienso yo. Menuda suerte han tenido-

Verás, me dice mi amiga. Se trata de alejar de tu mente todo lo que te hace daño. Todo lo que te hace sufrir. Por ejemplo, si alguien te ha hecho algo por lo que sufres, piensas en esa persona y dices: "gracias, te amo, gracias, te amo, gracias, te amo" y así siempre. Cuando lo has repetido varias veces, te darás cuenta de que has liberado tu pecho de pesadumbre. Se trata de atraer a tu mente lo que te hace bien, las personas que te quieren y te lo demuestran. De eso se trata.

Así fue discurriendo nuestra conversación mientras el agua del Duero, a nuestro lado, discurría tumultuosa hacia Porto, hacia el Atlántico. Siempre que camino junto al río, mi imaginación me lleva a Porto, esa ciudad portuguesa bañada por agua dulce y agua salada, esa ciudad de espectaculares puentes y de tejados rojos. Esa ciudad que me embelesa.

Nos despedimos y empecé con el ejercicio recomendado por mi amiga. Intenté dejar de atormentarme. Llamé a una amiga que me había hecho un feo muy feo la víspera, cuando fuimos al teatro. La llamè y le dejé un mensaje, un mensaje de paz. Me llamó al cabo de unas horas para decirme: "Concha, eres una tia cojonuda" No se hable más, nada más. Me bastó simplemente eso pues en esa frase me estaba diciendo: "es verdad, jugué contigo, quise engañarte, me descubriste y sin embargo me dices que quieres seguir siendo mi amiga y que no quieres que se empañe nuestra amistad por nada". Me bastó con eso.

A lo largo del día, la frase mágica de Marisol, gracias, te amo, dio sus frutos. Me fui a la cama tranquila y dormí plácidamente. Como hacía tiempo que no dormía.

Hoy he acompañado a mi madre al médico para que le hagan una radiografía. Por la tarde me reuní con un grupo de amigas a las que tenía algo olvidadas. Intenté quererlas. Y entenderlas. A veces nos empeñamos en que todos nos entiendan y nos olvidamos de entender a los demás.