15 de marzo de 2021

BODAS DE ORO

Recuerdo que cuando cumplí 50 años escribí un artículo que titulaba “Medio siglo” donde decía que, ese día, al despertar, seguro que vería en mi rostro algo que delatara tan importante acontecimiento. Sin embargo, al contemplarme en el espejo me encontré con la misma de siempre, con las mismas inquietudes y sensaciones y que no había notado nada especial pese a tener ante el espejo a alguien con medio siglo de vida. Hace muy pocos días mi marido y yo hemos cumplido 53 años de casados. Ya superamos las bodas de oro. Estoy aquí, ante mi ordenador, y me vienen a la cabeza miles de imágenes y situaciones vividas durante todos estos años en las que hemos subido y bajado la montaña tantas veces, en la que se han vertido lágrimas y también sonrisas, donde se han dicho cosas que no se quisieron decir, otras se callaron. Cincuenta años juntos dan para mucho. También he disfrutado de mi madre, que se fue hace un par de años con 95. Mi madre era un pozo de sabiduría con la que mantenía estupendas conversaciones. Una riqueza, un espejo en el que mirarme. Un ejemplo vital que me acompañará mientras viva. Hasta el final recordaba relatos que sabía de memoria, poemas, dichos. Era genial. En todo este tiempo, he ganado muchos amigos, otros se han ido quedando por el camino. Algunos han desaparecido, otros todavía están, pero se ha enfriado la relación. Incluso se ha perdido para siempre. Se cometen errores, omisiones, olvidos…y se pagan caros. Es triste perder amistades con las que se han compartido muchas cosas, pero la vida es así. Hoy mismo he encontrado por Facebook a una antigua amiga de estudios, cuando ambas estudiábamos Secretariado de Dirección en aquella escuela de Claudio Coello, en Madrid, muy próxima al lugar donde mataron a Carrero Blanco. Éramos íntimas y compartimos muchas confidencias. Espero que me conteste y acepte mi amistad. He visto su imagen y aunque el paso de los años ha transformado su estampa, he querido reconocer su mirada picarona, su sonrisa resplandeciente, también atisbos de tristeza que se quedan impregnados en la piel y en el semblante. El sufrimiento, las frustraciones, los desengaños son sentimientos universales que nadie se libra de ellos. He organizado una comida con algunos amigos, pocos, para celebrar el acontecimiento. Con la familia: Mi hija, mis hermanos y sobrinos. Lo celebraremos más tarde porque algunos no podían estar el día señalado, el 3 de febrero, San Blas, se dice, que veremos a las cigüeñas. Ahora no hay que esperar a esta fecha porque las cigüeñas ya no se van, se quedan y se enseñorean de las ciudades; las veo a diario en los campanarios de las iglesias, por el río Duero cruzando las aguas con alguna rama para llevar a sus nidos. Las veo, incluso, frente a los jardines de mi casa, paseándose por el césped con sus andares parsimoniosos. Desde mi cama, incluso, las veo aparearse en los nidos de la Iglesia del Carmen. El macho sobre la hembra, un minuto o algo más, después, el macho se separa y sacude sus alas y se aleja volando. La hembra se queda quieta, tranquilla y relajada. Mi salud, pese a que ha pasado tanto tiempo desde que cumplí 50, desde que celebramos las bodas de oro aquél, ya lejano, 3 de febrero, es buena. Tengo, todavía, mucha vitalidad y curiosidad. Hago ejercicio, escribo. Procuro hacerlo casi a diario para no perder esta vocación literaria que Dios me dio y que no me ha abandonado nunca. Tengo proyectos que me permiten seguir adelante para que los años no me pesen demasiado.

3 de marzo de 2021

Tan cerca y tan lejos

Tan cerca como lo he tenido siempre, tanto como he disfrutado de estos dos ríos, dejándome acariciar por sus aguas, tanto como me han hecho soñar estos paisajes y sin embargo han tenido que pasar décadas para ver donde se abrazan el uno al otro: el río Esla y el río Duero. Por fin, ayer fui a este lugar mágico para ver, como si de dos amantes se tratara, el abrazo de estos dos hermosos ríos rodeados de imponentes paredes graníticas. El paisaje deslumbra en medio de una naturaleza mágica y agreste entre la que crece el tomillo, las escobas, las encinas y multitud de florecillas multicolores que van salpicando el espacio, mínimo, que hay entre las rocas. Revolotean las águilas ante mis ojos para posarse en los nidos que se esconden entre el paisaje. Las piedras hablan y nos dicen que hubo un tiempo en que por estos lares habitaron otros hombres, tal vez aquellos que iban cubiertos con su propio pelaje. Allí, en privilegiada atalaya descubro el verraco que se alza sobre un altar rupestre. La imaginación estalla en las sienes y es fácil dejarse llevar por ella. Cuando nos acercamos a estos rincones se siente el enorme agradecimiento ante la Madre Naturaleza.