Los periódicos del domingo, vienen calentitos. Ojeo sin prisas. Hoy las noticias de Japón ocupan todas las primeras páginas. Los desastres por el terremoto y por el tsunami me traen fotografías espectaculares, inenarrables. Se teme, además, otra catástrofe como la de Chernobil. Sigo ojeando. Los representantes de los partidos políticos lucen trajes, jeta y palebrejas. Paso de corrido las noticias, como hago con las de deportes. Ambas cosas son para plantarles cara, es decir, para practicarlas, no para contemplarlas. Los políticos que trabajen y los deportistas que jueguen. Yo paso de política y procuro hacer el deporte que puedo. Las hojas van deslizándose entre mis dedos. Me paro en las páginas de cultura. El cine y los libros llaman mi atención. Leo un artículo de Sánchez Dragó escrito con urgencia desde Kyoto. Son muchas los correos, muchas las llamadas que recibe interesándose por lo que ocurre. Pese a la mala fama que tiene me cae muy bien y procuro seguirle. Me fijo en una página donde se escribe sobre el niño Jeremy Vargas que desapareció de la Isla de Gran Canaria hace cuatro años sin dejar rastro. Estos sucesos siempre me trastornan. Sigo con mi repaso. Chardin en el Prado. No pude ir a verla, será para la próxima vez que vaya a Madrid. De pronto mis ojos tropiezan con algo que conozco. Una gran fotografía de una gran ola. La misma que tiene mi hija en una de las paredes de su casa. Es una ola bravía, ensortijada, peinada de blanca espuma. Se trata de un famoso grabado del pintor Katsushika Hokusai que se titula "La gran ola de Kamagiwa", una de las imágenes de su afamada serie 36 vistas del Monte Fuji. Los intelectuales hacen referencia a esas olas que han arrasado las costas en Japón. El artículo lo firma Luis Antonio de Villena, otro de mis favoritos. Ángela Merkel y Zapatero se saludan con un beso de amigos. A su lado Sarkozi. Precisamente estos días una de mis hermanas que reside en Alemania está en España para celebrar el cumpleaños de nuestra madre. Tuvimos que acercarnos a Hacienda hace un par de días. El funcionario que debía atendernos no estaba, nos dijeron. No sabían a qué hora volvería. Esperamos pacientemente casi tres cuartos de hora. Mi hermana me dice que en Alemania eso ni soñarlo. Allí se va a trabajar, desde que se entra hasta que se sale, cumpliendo religiosamente el horario pero sin perder el tiempo. Se come en el propio trabajo en el tiempo mínimo y se va a casa a descansar. No se explica lo nuestro. Ya le digo que se está intentando racionalizar los horarios de la mano del amigo Ignacio Buqueras: ocho horas para trabajar, ocho para descansar y ocho para el ocio y la familia. Sigo ojeando páginas de los periódicos. Las revueltas árabes parece que van consiguiendo objetivos. Se resiste Gadafi, ese hombre que en su juventud fascinaba a las mujeres. Confieso que fui una de ellas. Siguen las páginas de cultura llamando mi atención. Valery Gergiev figura como el más solicitado en un estudio sobre hábitos musicales donde Frühbeck de Burgos es el único español y Bethhoven, el compositor más interpretado. No había vuelto a acordarme del gran Frühbeck de Burgos. Le conocí personalmente en Barbastro hace un montón de años. Allí, en la preciosa catedral, ante el maravilloso retablo de Damian Forment vi al maestro mientras dirigía a la Orquesta Nacional de España la 5ª y la 9ª de Bethoven. Estaba en primera fila y me enamoré del compositor. Era yo muy jovencita, muy inexperta y había visto muy poco. Un amplio artículo sobre la música operística y sobre diferentes compositores me llevan a evocar algunos de los espectáculos que he presenciado.
Paso por encima los artículos de opinión donde se habla de elecciones, de ETA, insisto, de deportes. Soy consciente de que lo que interesa a la mayoría a mí me deja indiferente.
Vuelvo a Japón e intento compartir con ellos su tragedia. Intento ponerme en su piel.
Una vista panorámica del mundo a través de tus ojos mi querida Concha. Al terminar de leerte, me reverberan las olas de Hokusai, la flojera de los funcionarios españoles, la prescindibilidad de los políticos de oficio, tus enamoramientos juveniles, algunas notas Beethoven y tu empatía con los que sufren en el mundo.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.