16 de febrero de 2011

ARCO

Hoy ha sido un día dedicado, íntegramente, al arte. De mañana, un día lluvioso y desapacible, volví a tomar el metro para dirigirme a IFEMA, ese recinto ferial donde sirve para mostrar todo lo que se pretende vender. El arte tiene precio y se vende, aunque como dijera el gran zamorano Agustín García Calvo, "al arte, cuando se le pone precio, deja de serlo". Aunque es una frase que me la he apropiado, pues la saco a relucir de vez en cuándo, ha ido perdiendo consistencia pues el arte cuesta, y tiene precio, si no fuera así se le llamaría saldo, o ganga.

Como digo, hoy asistí a la feria de ARCO. Gente muy especial para causas muy especiales. Galeristas, coleccionistas, artistas, críticos, apasionados por el arte y algunos curiosos, dejaban lucir su palmito entre las numerosas galerías y obras expuestas. Entre el público, un público muy elegante y con gran estilo, pude ver al gran Norman Foster con su señora, Elena Ochoa. Mi amiga Elisa dice que el señor Foster está como un queso de bueno. Psssss, pensé al verlo, bueno, no está mal. Foster es un señor de mediana edad, elegante, sabedor de quién es y de lo que representa en el mundo de la arquitectura y, por ende, del arte. Y claro, eso lo notamos el resto de los mortales. El dinero confiere al que lo tiene, una especie de aura que se puede traducir por suficiencia, sguridad, señorío, tal vez algo de chulería. En fin, esas pequeñas banalidades. Su mujer, delgadísima e izada sobre unos tacones con dibujo de pantera que la hacían parecer muy alta y muy felina. También vi por allí a Agatha Ruiz de la Prada, vestida de rojo pasión con bailarinas rojas. Creo que llevaba un corazón en el vestido. Los corazones de Agatha. También Boris Izaguirre, guapísimo, he de reconocerlo, con su mirada picarona y todo. Entraba en el lugar donde me encontraba en ese momento y nuestras miradas se cruzaron. Pensé por una fracción de segundos que me hubiera gustado decirle: que guapo eres, qué inteligente y qué maiconçón nos has resultado. Me sonreí a mí misma ante pensamiento tan desatinado.
Paseando con una joven que estornudaba violentamente una y otra vez, Jacobo, el hijo de la Duquesa de Alba, al parecer, un gran entendido en arte.

También vi algunos grupos portando audifonos para escuchar las explicaciones de diferentes obras. Todo muy serio y agradable, he de reconocerlo. Todo muy digno, sin estridencias, para no sorprender al espectador, El arte, en esta nueva edición de ARCO, puede escribirse con mayúsculas. Gran protagonismo para la fotografía, para las ideas de diseño y para las firmas de prestigio. El nuevo director, entusiasmado e innovador, atento y solícito con todo el mundo, no escatimó sonrisas.

Ya por la tarde, visité el Thyssen y pude admirar al gran Gérome.
El día transcurrió, pese al mal tiempo, apacible y generoso. Como siempre, Madrid, mereció la pena.

7 de febrero de 2011

Esfuerzo

Tras una temporada de desasosiego, vuelvo otra vez a la calma interior, esa calma tan necesaria para que nuestro vivir sea, de algún modo, placentero y feliz.
Intento detectar los motivos de mi recuperado estado de ánimo y compruebo que he ido cambiando ciertas actitudes que tenía para algunas personas, gente de mi entorno que, desde mi punto de vista, me han traicionado -o me ha parecido que lo han hecho-. Hoy he vuelto al café que había abandonado, con un grupo de amigas. Hoy, he intentado olvidar esas pequeñas afrentas, esos comentarios que hieren y que humillan. Esta tarde he hecho un gran esfuerzo por sonreir, por conversar sobre los temas que iban fluyendo sin intentar convencer, mirando a los ojos directamente, dulcificando mi mirada, si cabe, para que se notara que soy la misma de siempre. Reconozco que hice un gran esfuerzo.

30 de enero de 2011

Las horas

"Siempre organizando fiestas para disimular el vacío". "Empieces como empieces siempre acabas siendo menos que lo que esperabas". "Tengo de todo menos lo que más deseo". "A mí me han robado la vida, vivo en un lugar donde no quiero vivir y hago una vida que no quiero hacer". "Alguien tiene que morir para que los demás sepamos apreciar la vida". "Hay momentos en los que estás perdida y deseas suicidarte".



Todas estas frases las he extraido de la película, "Las horas" una historia que ha servido como complemento a la lectura de "La señora Doloway", cuarta novela de Viginia Woolf para narrar un día en la vida de Clarisa Dalloway, en la Inglaterra posterior a la Primera Guerra Mundial.

He participado, tanto de la lectura del libro como de la película, junto al grupo de personas que componemos el club de lectura de la biblioteca pública. Ahora ya, sólo mujeres. Había dos o tres hombres, pero ante nuestros comentarios tras las lecturas, nuestras posturas decididas sobre tantos asuntos, han decidido alejarse del club, poco a poco. Por tanto, ahora sólo somos mujeres, mujeres hechas y derechas, casadas, viudas, solteras. Todas ya con la vida resuelta, hecha y con la experiencia que ha hecho del excepticismo la mejor opción.

Sin embargo, a medida que iba escuchando con atención los comentarios que se hacían sobre las frases que apunto al principio, me daba cuenta de que mis compañeras sienten idénticas sensaciones que las tres protagonistas de "Las horas": incomprensión, soledad, amargura, frustación, sometimiento. Sensaciones exclusivas de las mujeres y que son provocadas, en su mayor parte, por los hombres, por sus compañeros, esposos, amantes, incluso padres o hermanos, que no saben descubrir el alma femenina y su complejidad. Las mujeres somos huesos y carne, nervios y piel, miembros y cabellos, como los hombres también, pero somos mucho más, somos sufrimiento, un sufrimiento que se instala en el alma desde el instante en que somos concebidas en el útero materno, un sufrimiento como la materia, con cuerpo, para alertarla de que siempre va a acompañarla. Un sufrimiento que muy pocos hombres son capaces de detectar y esa falta de percpción la convierten en arma arrojadiza contra ella para provocarle estados de ansiedad y depresión que pueden desenvocar en la locura.
Hay una escena en la película donde se ve a una de las protagonistas que conversa con su marido ante el hijo de ambos, un niño de unos siete años. A medida que avanza la conversación, la mirada del niño, a uno y al otro, va mostrando a la cámara la inteligencia que los niños son capaces de demostrar desde su más tierna infancia. Sus miradas, sus gestos de aprobación o reprobación, de sorpresa y aceptación no necesitaron palabras.

Tras contemplar esta escena yo me pregunté y lancé la pregunta a mis compañeras. ¿En que momento de la vida del hombre, esas percepciones, esos síntomas de inteligencia para comprender la complejidad de las relaciones humanas que se atisban en los niños, se interrumpen para mostrarse en la madurez con tanta torpeza?

16 de enero de 2011

Fumar en la calle

Era de suponer, la ley que prohibe fumar en cualquier lugar público a los fumadores españoles está dando sus frutos. Por un lado, se fuma menos y por otro se hacen nuevas amistades, como los dueños de los perros. Salen al parque con el can y al momento aparece otro can y los dueños a darle al palique. Hay varias parejas que se han conocido gracias a sus perros y ahora, gracias al cigarrillo se empiezan a conocer. Inevitable. Se entra en el bar o restaurante, se sale a la calle a fumar y allí en la puerta los fumadores. Se comenta la situación, se pide lumbre y se entabla conversación. Me lo comentaba mi hija ayer mismo: "Mamá, es fenómena la medida, los bares están limpios, se respira mejor y por los alrededores hay un ambiente genial. Se puede hablar porque el ruido de la música se queda dentro y en la calle, con el cigarrillo entre los dedos es muy fácil poder explicarte y que los demás te escuchen. Y viceversa. Ah, y la ropa no huele." Ahora también, a las parejas que se hacían por los perritos y por internet, se añade ésta última por el vicio de fumar.
Fantástico.