12 de noviembre de 2020

Insolidarios


En estos días raros, pandémicos, muy propios para pasear y reflexionar sobre lo que acontece a nuestro alrededor, pienso sobre la solidaridad y compruebo, que no es cosa baladí, porque el mundo, tal como va, nos demuestra que la solidaridad es un concepto pasado de moda. Al individuo de hoy le irrita oír noticias de esas que hablan de los cientos de personas que huyendo de las atrocidades de sus países se arriesgan a morir ahogados en las costas italianas, griegas o españolas, o les molesta saber que miles de negritos de diferentes países de África se rasgan las carnes saltando vallas y alambradas disuasorias que han sido colocadas por las autoridades de los diferentes países. En España estamos demasiados acostumbrados a esas noticias, ante nuestra impotencia, ante nuestra rabia. Compruebo con horror que hay algunas personas que les molestan esas noticias, que les irrita la visión de esas personas llegando a nuestras costas porque las ven como intrusos, como gentes de mal vivir, como delincuentes, aunque en sus rostros no hay más que miedo, angustia y terror, aunque vean que hay madres que han dejado a sus hijos ahogados en el mar. Escalofríos me dan sólo de pensar en estas escenas y en algunas reacciones de mis compatriotas. No, la solidaridad no está de moda en el mundo actual. Reflexiono sobre todas estas cosas y me escandaliza la postura de los organismos internacionales que no toman cartas en el asunto. Y me pregunto por qué no nos unimos los ciudadanos del mundo saliendo a la calle para exigir a a esas instituciones, de las que se espera orden y coherencia, que medien, porque es urgente, ante quienes dirigen a tantos países que desprecian a sus ciudadanos, que los masacran y matan obligándolos a huir de la peor manera posible. Mirar para otro lado, ignorar lo que está ocurriendo en el mundo, nos hace miserables y culpables.

6 de septiembre de 2017

DUELE

Nos hemos levantado muy temprano. La autovía de Braunsweig a Hannover, a esas horas, tiene mucho tráfico. Me habéis acompañado al aeropuerto. Tú, Manoli, mi querida hermana, en seguida te has quedado dormida. Te has despertado dulcemente al parar el coche. Has salido sin dificultad. Todavía en tu rostro la serenidad del sueño. Placidez en tu gesto. Me has  sonreído. Todo ha sido muy rápido. Hemos sacado el billete que me devuelve a España y ya nos despedimos pues estoy en la zona donde sólo pueden estar los pasajeros. Te he vuelto a abrazar y no he querido pensar nada. Nada. Os he visto alejaros. Tu marido llevándote de la mano, tú dejándote llevar. Frágil, menuda, insegura; caminando torpemente, con pasitos cortos, ligeramente encorvada. Tu marido tiene que acomodar sus pasos a los tuyos. Lother te cuida, se desvive por ti. Te has convertido en una niña a la que hay que cuidar y proteger constantemente, como a los bebés. La metamorfosis que produce la enfermedad de Alzheimer es...(no hay palabras para definirla, yo no las encuentro) Sólo sé que hiere, que hiere el alma, que te hiere a ti, mi querida hermana, mi adorada hermana.
Habéis desaparecido de mi vista al traspasar la puerta de salida. Y yo me he quedado quieta unos instantes. No he querido pensar nada. Quiero volver a verte más adelante. No sé cómo vas a estar. Ya viví esta tragedia con nuestro padre. Cada semana la decrepitud iba en aumento. Cada vez más desvalido, más vulnerable. Un día estaba sentado en una silla de ruedas. Apenas captaba su atención. Ha vuelto el mazazo a ensañarse contigo.  El dolor que siento es infinito, como el tuyo propio. Ese dolor que ha ido transformando tu semblante. Estos días, en tu compañía, he querido llevarte algo de nuestra infancia, de las vivencias que tuvimos juntas en casa de los abuelos. A veces he conseguido que te rieras a carcajadas. Dios mío, comprendías lo que te decía. Hemos contado: uno, dos, tres, diez, quince, treinta, cuarenta....no te has olvidado. Tampoco has olvidado el Padrenuestro. Has escuchado con atención mis poemas. Hemos cantado juntas canciones que dejaron su huella como esa de Leonardo Favio que habla de amor, un amor que duró sólo un verano. Con los primeros compases, con las primeras palabras llorabas y cantabas. Llorábamos las dos. Cuánto hemos llorado juntas estos días dolientes, de gran sufrimiento. Hemos paseado por tu bonito jardín dejándonos acariciar por el sol mientras yo no he parado de hablar para que recordaras ésto y lo otro. Te he dicho que si eras capaz de leer y he abierto un libro pero no has podido. Ahora estás prisionera de una mente ofuscada. Intentas decirme algo pero no puedes y lloras. ¿Estás  triste?, te pregunto. Estoy tristísisima respondes y mi dolor se hace más agudo. Hemos bailado. Te gusta la música, las canciones de Julio Iglesias te emocianan y lloras al oírlas. Te emociona el aroma de las rosas, esa rosa que puse en tu mano mientras aspirabas su perfume con los ojos cerrados. Lloras por todo, cuando miras los pececillos rojos del estanque que hay en el jardín,  que tú, con tanto amor diseñaste. Saltaban las ranas al oír nuestros pasos y tú decías: míralas, pobrecitas...y llorabas. Se han cerrado los caminos de tu vida. Fin de tu libertad. Mermadas tus capacidades. Tu voluntad inexistente. Todo concluye, todo menos el dolor. Intacta tu capacidad de sufrimiento. Tu infinito dolor. El mío.

19 de noviembre de 2015

40 años de la muerte de Franco

Hoy se cumplen cuarenta años de la muerte de Franco. Algunas emisoras de radio instan a sus oyentes para que digan lo que hacían en los momentos en que se enteraron del acontecimiento.

Yo acababa de estrenar casa. Hacía algunos meses que había vuelto a Zamora desde Barbastro, en Huesca, para ocupar una plaza que había solicitado pues tenía muchas ganas de volver a mi tierra tras ocho años de permanencia en aquella localidad pirenaica. Cuando oposité a Campsa, aquella extinta y legendaria Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S.A., para ocupar mi primer y único trabajo durante treinta años, me destinaron allende de mis fronteras territoriales comunitarios. A Barbastro. Unos ochocientos kilómetros me separaban de mi familia, de la casa de mis padres, de mis amigos, de todo lo que había sido mi vida hasta entonces.

Acababa, como digo, de estrenar casa y había recibido mi mobiliario ese mismo día. Mi compañía era muy generosa y cuando se producía el traslado a otro lugar de cualquiera de los empleados, la compañía se hacía cargo de todos los gastos, incluso de cargar los muebles en el camión y llevarlos allá donde fuere. Y fue el 20 de noviembre de 1.975 cuando llegó el camión a mi destino, a Zamora, coincidiendo con la muerte de Franco.

Era ya de noche y mis muebles estaban distribuidos por aquí y por allá sin orden ni control. La televisión todavía en el suelo, encendida, y yo, tras la noticia de la muerte de Franco me hallaba sentada en el suelo frente a la pantalla mientras veía en el Palacio Real al Caudillo en su caja de muerto y a cientos de españoles que pasaban ante él. La mayoría lloraban conmocionados. Y yo, por pura inercia, también. Lloraba sin saber exactamente porqué. Al fin y al cabo yo había nacido siendo Franco el Jefe del Estado Español, siendo mi padre franquista hasta el tuétano y, además, viéndolo en alguna ocasión cuando vino a mi pueblo, Los Saltos del Esla, a inaugurar yo no sé qué. Franco para mí, entonces, era como de la familia, porque en mi casa se le respetaba y nunca jamás oí hablar mal de él. No olvidemos que mi padre era del régimen. Bueno, como casi todo el mundo. Con el paso de los años, me doy cuenta de que, entonces, ¿quién no era del Régimen...? Viví en una dictadura y a mí me pasó desapercibida. Y no sé si aquello fue bueno o malo, porque después he oído numerosas historias de gentes que sufrieron realmente la dictadura y, francamente, no son dignos de envidiarlos. Cuentan cosas terribles de lo que pasaron en la guerra civil, de las persecuciones, de los asesinatos entre hermanos, de la crueldad. Como ocurre en tantos otros lugares de los que tenemos noticias día a día. Pero yo, he de confesarlo, no pasé por nada de aquello como tampoco ningún miembro de mi familia, por tanto, no se generó en mi interior ningún odio hacia el Dictador. Tal vez lo hubiera merecido, pero no puedo decir lo que no siento.

Hoy,. 20 de noviembre, cuarenta años después, vivimos la muerte de Franco como algo muy lejano, como si a nadie le importara. Y es que no le importa a nadie. Precisamente, no hace ni un mes que visité por primera vez el Valle de los Caídos, ese lugar casi exótico donde se yergue un inmensa cruz de piedra, de no sé cuantos metros que se ve a no sé cuántos kilómetros a la redonda. Allí, en el interior de la espectacular basílica franquista, reposan los restos de Franco frente a José Antonio Primo de Rivera, otro personaje de leyenda que, a buen seguro, los jóvenes de hoy ni han oído hablar de él. Ay que ver, cuántos acontecimientos he vivido en mi ya dilatada historia. Y los que, barrunto, me tocará vivir si Dios me concede vida.

Hoy, cuarenta años después, el mundo se estremece ante la ola de terror que los radicales musulmanes protagonizan. Hoy, los analistas políticos del mundo reflexionan sobre las causas de los atentados de Francia, de Londres, de Madrid, de......atentados que nos deberían hacer reaccionar y abrir los ojos y estar atentos a lo que acontece. Abrir los ojos y ver con nuestra propia mirada. Oír y escuchar con nuestro propio oído. No dejemos que nadie nos pongan vendas en los ojos y nos taponen los oídos. No nos dejemos manipular por intereses gubernamentales y armamentísticos que buscan siempre sacar beneficios de las guerras. Tenemos que estar muy atentos y no enzarzarnos en discusiones estúpidas que minan nuestra razón.

Hoy es 20 de noviembre y todos temblamos.



5 de octubre de 2014

CINCO DE OCTUBRE


Ha pasado el cinco de octubre y he estado a punto de no recordar fecha tan señalada. Hoy, padre, hubieras cumplido años, creo que 97. Y ha coincidido este día con la fiesta del Ofertorio de tu pueblo, una fiesta entrañable para ti y que nunca te perdías. Yo también recuerdo algunos de aquellos ofertorios cuando niña, junto a ti, al lado de  la Iglesia y del cementerio donde había acudido a algún entierro, cuando la muerte era cosa de otros, de viejos, de enfermos. Hoy, a esa señora armada con guadaña, la siento cercana, como un familiar lejano pero persistente. Padre, hoy ha sido tu cumpleaños pero hace mucho tiempo que te fuiste de nuestra vida, te evaporaste como el humo se escapa por la chimenea. Pero siempre queda el recuerdo, los momentos, los instantes que una y otra vez me llevan a ti. Hoy, padre, día de tu cumpleaños,  lamento decírtelo, pero no me acordaba de este día y eso que estuve en nuestro pueblo. Pasé  cerca aunque no me detuve porque tampoco recordaba que era el Ofertorio, esa fiesta de ofrendas colgadas en una sábana blanca de la que penden roscas, pimientos, tomates, licores, perfumes, flores. Todo se muestra descarado y colorista, como un bodegón de otoño sobre la fachada de piedra de la iglesia. Pero tú ya no estás allí, mirando con tu blanca sonrisa el magnífico ramo, tú, ahora, estás al lado, en el cementerio, allí junto a tus padres, junto a tu hermano, junto a mi primo. Todos estáis allí ya. Juntos para siempre. Recuerdo a mi tía María, la madre de mi primo el día de su entierro. Recuerdo a mi tía llorando desgarrada en el momento del descendimiento del adorado hijo muerto dentro de la caja, diciéndole: -como si le oyera- "ay hijo, que bien acompañado vas a estar". Y sus voces estremecían a las silenciosas gentes.

Ves padre, todo son recuerdos. Esta tarde mismo, he ido con mi madre y con mi hermano hasta este lugar de la fotografía. Un puente sobre el río Esla  que yo no conocía nada más que por una fotografía tuya que le hiciste hace muchos, muchos años. La tuya es en blanco y negro porque entonces no existían las cámaras de color. Pero mi foto es igual que la tuya. Y me he emocionado padre. Allí hemos permanecido un buen rato, en silencio. Mi hermano en la orilla, esperando que algún pez se decidiera a picar el anzuelo. Mi madre sentada en una silla, en silencio, y yo caminando despacio junto al agua. Todo era calma y armonía. No se oían ruidos de coches, ni de aves. Ni rastro de vida. Por un momento pensé en el Mar Muerto. Fueron unos instantes mágicos. Tuve la sensación de meterme dentro de mi misma y escrutar lo más recóndito de mi sentir.

Mientras miraba el puente, cuya estructura me recuerda a las aves zancudas, recordaba tu valiosa colección de fotos que nos dejaste en blanco y negro. Allí los puentes sobre el río, los lugares que iban a ser anegados por las aguas, las sencillas gentes que no habían visto nunca una cámara. Hombres, mujeres, niños, grupos, todos en blanco y negro porque la España de entonces era así, a veces blanca y a veces negra. Hoy todo es en tecnicolor. Hoy todo es incierto e inseguro. Hoy siento nostalgia por aquella España de mi infancia, cuando todo estaba por venir, cuando mi vida se reducía a alguien que vivía en un gigante útero protegida por el amor.

Felicidades padre.