18 de junio de 2012

En picado


El tedio se ha transformado en angustia. Una angustia que se ha instalado en el punto justo donde está el esternón y no me deja vivir. Ojeo/hojeo el periódico y paso las hojas convulsivamente.  Comienzo a leer una noticia y la dejo inmediatamente.  Tomo un segundo periódico y hago lo mismo. Sólo me detengo en el magazine porque vienen algunas firmas que siempre me aportan algo. A veces, cuando llego por la mitad del artículo me doy cuenta de que no me he enterado de nada, Me ocurre como cuando era estudiante y estaba en clase de matemáticas, no conseguía atender al profesor, no es que no entendiera, es que no le escuchaba, no me interesaba lo que decía. No me ocurría así con la Lengua o la literatura, con la historia o la filosfía. Decididamente no me interesan los números. Me pregunto si será, tal vez, por ese rechazo tan maracado que tengo hacia la cosa numérica que me influyen tanto las relaciones, las sensaciones, las percepciones. Atisbo a mi alrededor, escruto miradas, palpo gestos....y todo me provoca inquietud y desazón. Siento una especie de vértigo, como un rechazo hacia mí misma, hacia lo que es mi vida. No me explico la razón de porqué estas sensaciones tan cambiantes y contradictorias. La angustia en el centro del esternón no cesa. Me pregunto si debería tomar algún relajante o ansiolítico. Tal vez me vendría bien. Suelo analizar, analizarme constantemente. Indago sobre las circunstancias de mi estado de ánimo de los últimos meses. Tal vez tenga razón aquél amigo portugués que me hizo mi carta astral en la que me dice que necesito el movimiento constante, el ir de acá para allá, el no parar quieta. Creo que, hoy, muchos vivimos como si estuviéramos en la cima de un gran farallón a punto de caer. Pienso en lo que sentirán esas personas que  se precipitan desde un séptimo piso, o caen desde lo alto de una montaña. ¿Cómo serán esos momentos de caída infinita? ¿Intentarán reconciliarse con Dios? ¿Se sentirán liberados? ¿Verán su vida, pasito a pasito, desde el instante en que tuvieron uso de razón? Sinceramente, no sé qué puede pasar por la cabeza de estas personas que caen desde su abismo cuando la caída no ha sido accidental o casual. 

Imagen: © Goyo Alonso

15 de mayo de 2012

Zaragoza

Mis pasos me han traido a Zaragoza, esta bella ciudad bañada por el Río Ebro y abrazada permanentemente por el manto de la Virgen del Pilar. Hace viento, como casi siempre, y luce el sol, abrasador en sus horas más altas.

He estado cenando con unos amigos de juventud, aragoneses, cómo no, amigos con los que compartimos tantas veces, reuniones, bailes, jornadas de eski por el Pirineo y risas, muchas risas y buen humor. Hacía muchos años que no veía a estos amigos que ya son abuelos. Yo todavía no tengo ese placer. Mi hija, de momento, no se plantea ser madre. Y yo, sinceramente, no siento ninguna necesidad de llegar a serlo.

Zaragoza ha cambiado en estos años. La Exposición Universal ha transformado notablemente la ciudad. Numerosos puentes atraviesan el Ebro facilitando el acceso de una aorilla a otra. El tren de alta velocidad, el AVE, nos traslada a Madrid en una hora y quincie minutos. Justo para leer unas páginas del libro o el periódico y poco más. Me sorprendió el paso por Calatayud, esa vieja ciudad, famosa por su Dolores, ya sabes, "si vas a Calatayud, pregunta por la Dolores" .Me sorpendió porque al pasar por ella, la velocidad del AVE  no me impidió atisbar el perfil montañoso de la ciudad donde se divisasban restos de tres fortalezas medievales. Mi estancia en Aragón, en su día, tenía yo pocos años y entonces no me interesaban, ni el arte, ni la historia, ni la cultura de los lugares, la juventud es loca e inconsciente y nos hace vivir despreocupados de todo ello. Me dije que debía indagar la historia de esos restos.

Mi viaje a Zaragoza se debe a una herencia que el tío Marcelino dejó. Tres pisos, un garaje para dos plazas y un coche. Los otros herederos no pueden hacerse cargo y han renunciado y es mi marido el que va asumirla. Aunque, si bien, es una interesante herencia, podría decirse que tiene trampa, o está envenenada. Para hacerse con ella hay que pagar a la Diputación de Aragón una cantidad tan estratosférica que supera el importe de la herencia. Y hay que hacerlo antes de heredar. Un asunto enjundioso y de difícil solución. Veremos si la santa providencia nos ayuda.

Zaragoza espera el verano que ya se anuncia con brío. A poco más de una hora, Barbastro, la localidad que me acogió durante ocho años cuando, tras superar las oposiones, tuve mi primer destino laboral. Fueron unos años hermosos, de gratos recuerdos y ded no menos descubrimientos. Los pirineos me mostraron que existen paisajes que superan con mucho la imaginación. Y así fueron para mi los paisajes de Huesca al descubrir los valles de Benasque, Ordesa, Aínsa, Broto, y tantos y tantos nombres que me fascinaban y que me recordaban a nuestro pasado árabe. 

Mi memoria se aviva y mis recuerdos tienden a empañar mis ojos.

4 de mayo de 2012

El senegalés

Me he hecho muy desordenada. Me sonrío cuando, recordando  mucho tiempo atrás,  llegaba a casa tras mi jornada laboral y repasaba con el dedo detrás del lavabo o del bidet para ver si la asistenta había fregado bien. También, antes de marchar, deshacía mi cama del todo, poniendo sábanas, manta y colcha sobre la butaca para que la asistenta la hiciera como es debido. Era muy exigente aunque la verdad es que me tomaban el pelo pues dejaba mi casa bajo la responsabilidad de una jovencita que no sabía y no quería cumplir con su obligación y, lógicamente, cuando se quedaba sola hacía lo que le daba la gana. Atendía a mi niña, eso sí, cuando se levantaba, le daba el desayuno y la llevaba al colegio. El resto del tiempo, se lavaba el pelo, hablaba por teléfono, dormía o vagueaba. El resultado de todo ello lo comprobaba yo en cuanto echaba un vistazo al llegar a casa. Pero de aquello ha llovido mucho y mis neuras por la limpieza y el orden han ido desapareciendo y ahora soy mucho más condescendiente conmigo misma y lo de pasar el dedo me parece una cosa horrible y mis cajones son un desastre. Todos tienen de todo y casi todo sin servir para nada. Imagino que a todo el mundo le pasará lo mismo, pero no es ningún consuelo. Particularmente siento cierto remordimiento de conciencia como la siento cada noche por haber fumado. Me corroe el remordimiento.
Ayer, tras mis últimos viajes, en una de las bolsitas de aseo todavía no vaciadas, me encontré con una pulsera de esas que dicen tener poderes especiales. Son de goma, negras, tal vez de más colores, y tienen una especie de medallita brillante. He visto que las llevan con frecuencia pero nunca había reparado en ellas. Por eso al ver la pulserita en mi bolsa recordé de inmediato su procedencia. Hace unos días, nada más llegar al puerto de el Pireo, en Grecia, tomamos el metro para que nos llevara a Atenas. Ibamos cuatro o cinco personas que veníamos juntas de la isla de Amorgós.  Comentábamos sobre la parada que teníamos que elegir dependiendo de nuestro destino. Mi amiga y yo ibamos al hotel pues pernoctábamos una noche en la ciudad y los otros iban directamente al aeropuerto. A nuestro lado viajaban dos negros. Uno de ellos dirigiéndose a mi me pregunta ¿española? sí, le digo. e inmediatamente empezamos a hablar. Era de Senegal, había vivido en Valencia y llevaba viviendo en Atenas diez años. Tendría unos cuarenta años, era alto y guapo e iba bien arreglado. Percibí que no le debía  ir mal la vida. Hablamos de la  situación de Grecia y de las dificultades por las que pasa el pueblo griego. No sé exactamente el tiempo que transcurrió hasta que llegamos a nuestro destino que también era el suyo. Nos despedimos de nuestros amigos que continuaron su viaje en el metro y salimos junto al senegalés. Nos indicó los pasos que debíamos dar para llegar al hotel. No estaba muy lejos pero como íbamos con maletas decidimos tomar un taxi. Le dijo al taxista que no debía cobrarnos ´más que cinco euros y el taxista asintió. Le dimos las gracias por tanta amabilidad mientras nos estrechábamos las manos. De pronto se saca una pulsera de su muñeca y me la da. Ante su inesperado gesto le pregunto, ¿por qué, por qué? El chico hace un gesto con la mano como restando importancia pero yo volví a insistir. Entonces me dijo, "me gustas, solo por eso, me gustas, eres abierta, simpática". Muchas gracias le dije, muchas gracias. Adiós. Fue un gesto que me agradó mucho porque, por un lado, compruebo la facilidad con la que nos podemos comunicar los unos con los otros y por otro, porque me doy cuenta de la generosidad de algunas personas.

24 de enero de 2012

Tedio

He abandonado mis blogs. Cuando los comencé, no faltaba un día a la cita con ninguno de ellos. Era algo novedoso, me permitía dar rienda suelta a mis sentimientos. Entonces yo tenía sentimientos, muchos sentimientos. Hoy me siento vacía, como si me hubieran extraído todo el jugo que me permitía construir pensamientos, frases, poemas, pequeños ensayos, diálogos. Mi mente bullía con todo y con nada. Ahora me siento como si me hubieran dado un fuerte golpe con un bate de beisbol en la cabeza y me hubiera dejado K.O. -no sé si se escribe así y no me apetece ir a google a buscarlo-. La pereza me rodea. La pereza mental, porque la física no me afecta. Busco cualquier excusa para salir, para pasear, para andar errante como los gitanos de antes, aquellos gitanos que, cuando niña, contemplaba extasiada acampados junto a un carromato, o errantes de acá para allá. Los gitanos, entonces, eran altivos, cimbreantes, eran como los nómadas del desierto. Caminaban erguidos, las mujeres con sus talles esbeltos, los hombres, con sus largos cuellos, tocados con sombreros. LLegaban a mi pueblo, acampaban unos días y se alejaban a otro lugar. Los gitanos de ahora se han convertido en expertos anticuarios. Compran y venden vírgenes, altares, confesionarios como antes vendían telas y zapatos. Los gitanos, los gitanos de Zamora, ahora son gordos, con barrigonas, las mujeres también, viven en casas que llenan de ramos de flores de plástico como las flores de sus tumbas. Los gitanos ya no son lo que eran y a mí no me inspiran tanto. A veces me gustaría vivir como aquellos gitanos que yo veía de niña, practicando el nomadismo permanentemente. Hace unos días recibí un sobre con mi carta astral. Me la hizo un amigo que conocí en Portugal hace un par de años. Mi amigo es de origen brasileño y habla muy bien español. Sabía mucho de astronomía, del destino, de la influencia de la posición de los planetas en los seres humanos, en los animales, en las plantas. Me dijo que sabía hacer cartas astrales. Le pedí que me hiciera la mía. Me pidió todos los datos sobre mi nacimiento: día, mes, año, día de la semana, hora. Una vez que tuve todos esos datos se los comuniqué por email. Hace unos días he podido leer mi carta astral. Efectivamente, yo nací nómada, yo me pasaría la vida viajando, corriendo de un lugar a otro, sin parar, sin detenerme. Siempre tengo prisa, aún dominándome la más descarada y vergonzosa pereza. Tengo prisa. Soy muy directa y digo las cosas como las siento. No soy nada diplomática (ni falta que me hace). Ah, y soy buena persona. Eso y mucho más lo dice mi carta astral como dice también que, a veces, hiero con mis palabras. Mi carta es para leerla de vez en cuándo y para corregirme y aprender, me comenta mi amigo. Decía al principio que he abandonado mis blogs. Los veo simplones, sin vida, sin movimiento. Muchos de los blogueros que se incorporaron después que yo se han construido unos blogs con mucha vida, parece que te hablan y te acarician, que te susurran desde la pantalla del ordenador. Los míos se han quedado con el encefalograma plano. Echo de menos los tiempos en los que nos escribíamos cartas en papel, cuando se esperaba al cartero como al agua de mayo, cuando se esperaba la carta del novio, del chico que tomó mi dirección a toda prisa en una estación de tren, del jovenzuelo rubio y afrancesado que me miró intensamente a los ojos y me preguntó el nombre. La verdad es que también me gustan los mensajes de los amigos por internet, los pequeños comentarios que, a veces, son tan grandes. Se esperaban noticias porque, tal vez, se esperaba todo de la vida. La vida, esa todopoderosa señora que puede abandonarnos en cualquier momento, cuando menos lo esperamos. Cada día me entero de que alguien tiene cáncer. Ahora, los famosos nos lo anuncian por la televisión: "Quiero comunicar a los espectadores que me han detectado un bultito en el pecho. Van a extirparlo y analizarlo. Tardaré unos días en aparecer en pantalla". No sé qué me pasa, pero buceo excesivamente por los procelosos recovecos de mi pensamiento y voy deteniéndome a cada paso buscando malas conciencias. La conciencia se nos vuelve inquisidora. Los afectos se desafectan, los amores se olvidan, los odios se enarbolan. A veces, el viento agita las ramas de los árboles. La niebla lo cubre todo. La cencellada sobre los tejados parece nieve y mi corazón no sé lo que parece.