16 de enero de 2011

Percepciones

Me pregunto qué es lo que hace que nuestras percepciones sobre los demás, incluso, las percepciones sobre nosotros mismos sean tan cambiantes y vulnerables. Desde hace algún tiempo, cuando me tropiezo con personas que conozco, por la calle, me doy cuenta de que hubo un tiempo en que nos relacionábamos, de una manera u otra. Había cierta cordialidad y simpatía, hoy, muchas de esas personas, me parece, demuestran cierta hostilidad hacía la mía propia: su saludo es más serio, sin sonrisa, ya no nos paramos para saludarnos o conversar brevemente como antes, incluso, hay algunas que ni me saludan. Me pregunto, si estas percepciones mías son reales o, por el contrario, son percepciones mías. Y me sigo preguntando: ¿qué ocurre por nuestra cabeza para tener estas sensaciones que nos duelen? Porque, he de reconocerlo, me duele el desamor, el desafecto, la enemistad. Me pregunto si mi postura exigente ante la sociedad que me rodea, mi actitud, tal vez despreciativa hacia los personajes públicos, es captado por los demás. Me pregunto muchas cosas y no sé qué conclusiones extraer.
Bien es cierto que mis simpatías se decantan por las nuevas amistades que he ido haciendo a lo largo de los últimos años por todos los países que visito, con los que me encuentro cada año y con los que comparto experiencias enriquecedoras y nuevas y ello me hace tener una actitud displicente y alejada de mis paisanos. También, las redes sociales me han hecho conocer a gentes diferentes que, aunque no las conozca personalmente, sin embargo, capto mucha información sobre ellas y les dedico más tiempo, aunque sólo sea visitando sus sitios en la red. Todo ello se va introduciendo en nuestros pensamientos y nos aparta de lo cotidiano. Y vuelvo a preguntarme, ¿es normal que ocurra ésto? ¿es bueno que dejemos de lado lo que tenemos en pos de lo que intuímos? No sé, tal vez, necesitaría un psicoanalista para que me resolviera estas cuestiones. Tal vez mi tendencia al análisis, casi patológico, me lleve por estos derroteros. Lo cierto es que siento una especie de desasosiego, una ansiedad que se inserta en mi dermis y en mi epidermis, en mis músculos y en mi cerebro. Conclusión, somos nosotros nuestros principales enemigos. Soy yo mi enemiga.

7 de enero de 2011

El jordano


Hoy me he acordado de un antiguo blog en el que escribía cartas a mis amigas. No sé por qué razón lo dejé. Lo guardé en un archivo y ahora no tengo ni idea dónde puede estar. Sé que está por algún sitio pero me llevaría mucho tiempo encontrarlo. En aquel blog recordaba a mis mejores amigas y les escribía haciendo referencia a nuestras convivencias y a lo ellas me habían contado. 

Hoy he recordado a Cristiana, una gallega que coincidió conmigo en época de estudiante en Madrid. Vivíamos en la misma residencia de monjas. Monjas josefinas, de aquellas monjas retrógradas e insoportables. Cristina estudiaba Medicina. Tenía un novio jordano al que había conocido en la misma Facultad y pensaban casarse. Se llamaba Jale (con diéresis en la jota). Yo no conocía al tal Jale personalmente pero tanto me hablaba Cristina de él que llegué a conocerlo perfectamente. Sabía hasta cómo era el tono de su voz, sus preferencias, sus costumbres, lo que le gustaba comer. En fin, como diría nuestra común amiga Maritxu, la de Guetaria: "como si lo conocería realmente".

Cristina me contaba la vida y milagros del jordano de tal manera que, hasta llegué a conocer aspectos desconocidos de su religión. Por ejemplo, le decía Jale a Cristina que cuando se casaran tendría que rasurarse (o rasurarle), no recuerdo el matiz, el vello púbico/púdico a mi amiga, a lo que ella no estaba dispuesta ni mucho menos. Al parecer, este debate era lo que les hacían realmente discutir muy acaloradamente. Por lo demás, se entendían muy bien. Incluso en la Facultad tenían las mismas preferencias por ésta o aquélla materia. Hasta solían aprobar o suspender las mismas asignaturas. Más afinidades, imposible.

Pasaron algunos años y un día recibí una carta donde mi amiga Cristina me comunicaba que se había casado con el jordano y que ya tenían un niño de dos años.

Sobre el rasurado no me contaba nada. Es probable que Hussein, entonces Rey de Jordania, aquél hombrecito de deslumbrante sonrisa que encandilaba a las mujeres, habría hecho desasparecer tal costumbre, teniendo en cuenta que él había tenido varias esposas occidentales. Yo permanezco en la duda.

¿Cumpliría el novio de Cristina sus promesas? ¿Permanecería ella fiel a sus principios? ¿Hubo consenso entre ambas religiones?. Las cartas dan mucho de sí y en la que le dedicaba a Cristina, entre otras muchas confidencias, me refería también al rasurado.

3 de enero de 2011

No sé

Bien, he venido a escribir algo porque lo necesito. Y no sé qué escribir. Podría contar algo familiar. Mi sobrino Carlos va a ser padre. Es el primer bisnieto de mi madre. Pero no me atrae la idea. He visto por la tele un reportaje sobre Goya y sobre sus pinturas negras. Esos cuadros donde el miedo, el horror, la angustia, lo terrible en suma, son protagonistas. Algunos expertos dan sus opiniones sobre el estado de ánimo del pintor cuando pintó todo aquello. Al parecer se encontraba solo, desvalido, su mujer había muerto, tenía una amante, compró una casa a las afueras de Madrid para evitar habladurías.
Me pregunto, si Goya viviera, cómo pintaría la sociedad actual. ¿También negra? o tal vez colorista? El mundo es muy complejo, lleno de colorines. El glamour en las imágenes, los automóviles a gran velocidad por la Castellana de Madrid, las bombillitas navideñas cubriéndolo todo como si las estrellas hubieran bajado del cielo para posarse sobre la ciudad de Madrid. Estoy ahora mismo en Zamora, pero mi mente se va a la gran urbe. Aquí todo es negro también. Esta misma mañana paseaba por las calles principales y veía a la gente vestida de negro, a las chicas jóvenes enfundas en medias negras, en abrigos negros, con gorros, -hace frío-. Dicen que España es un país alegre -yo lo dudo- pero se viste de gris. O negro. Al parecer a los asiáticos, cuando vienen a España les sorprende nuestra forma de vestir. Yo misma voy también de negro. Tengo mucha ropa negra. Me gusta.
Picasso también pintó el Guernica, un cuadro que narra los horrores de una guerra espantosa, cruenta, una guerra entre hermanos. Los caballos pisan cabezas, las bocas se abren amenazantes exhibiendo enormes dientes. Dicen que, en un principio, nadie entendía el Guernica. La historia, sin embargo nos resuelve el problema. Los artistas son testigos certeros del devenir histórico. Recuerdo una vez que también, en tv, se hablaba del Guernica. Y lo explicaban con música, era una música terrorífica, como en las películas de terror, que según el tono, sabemos que se masca la tragedia, que se masca en esos mismos instantes en que el platillo del batería es abatido con fuerza.
No sé de qué escribir, estoy dejando a mis manos que se deslicen sobre el teclado del ordenador. Tal vez, como Goya, yo me sienta también negra. Me gustaría alejarme a Laos o a Etiopía y dejarme vivir en sus paisajes, sin conocer a nadie. Me gustaría vivir una nueva vida. Necesito un cambio, un cambio de ubicación, un cambio sustancial, cualitativo y cuantitativo. Un cambio en definitiva. Me pregunto por qué algunas personas necesitamos cambios, cambiar continuamente.
No sé. Tengo que hacer una lista de buenos propósitos para este año que acaba de comenzar y no termino de encontrarle la cara. Parece que se esconde, que me toma el pelo, parece que no acaba de enfrentarse cara a cara conmigo. No sé.

28 de diciembre de 2010

Disúelvanse

Mi hija, que está pasando estos días en casa, en familia y que no se separa de su ordenador, me lee una frasecita de un amigo del facebook que refleja a la perfección lo que son estos días "entrañables" de Navidad, donde la familia se reúne para "disfrutar" de estar juntos. Hay tanta literatura al respecto, tanto sobre estas bondades familiares navideñas que se agudiza el ingenio y algunos se inventan frases como la que sigue, que provoca tanta risa que una no puede por menos de congratularse por tamaño ingenio. La frasecita de marras dice así: "Aviso a la población, el simulacro de amor y paz ha finalizado, guarden los langostinos y disuélvanse".
Ríanse, por favor. Lo merece.
Estamos en el paso del Ecuador de la Navidad 2010. Quién más, quién menos ha participado del jolgorio familiar susodicho. Se han reunido a las mesas españolas, siete, diez, trece, veinte e incluso más personas. Se ha tratado por todos los medios de guardarse aquello que tenemos ahí, encorsetado, "quietoparao" y que nos reconcome las entreñas. Mi amiga Rosa diría, los hígados. Hemos brindado con champan con nuestras mejores sonrisas "profidén" y muchos, seguro, mientras mostraban sus dientes para el efecto pensarían para sí: "aversinosdisolvemosdeunavez ysitehevistonomeacuerdo".
Esta misma tarde hablaba con mi amiga Elisa de estas cosas. Ella me contaba sus encontronazos con su hermana, yo le contaba los míos con las mías, que no son mancos. Ella me dice que siempre que se junta con su hermana saltan chispan pues es consciente de que están condenadas a no entenderse por los siglos de los siglos. Y eso que nos queremos con locura. ¡Toma, y yo también quiero a mis hermanas! con locura, exactamente igual que tú a la tuya. Ayer mismo, fui a casa de mi madre donde estaban dos de mis hermanas y, como siempre, comencé a sentirme fatal. Ellas hablan, bla, bla, bla, bla, la una con la otra, mirándose la una a la otra y a mí, ni caso, como si no existiera. Eso me va exasperando poco a poco hasta que llega un momento que, al introducir mi cuñita para opinar de ésto o de aquéllo, una de las dos, sin tener en cuenta mis consideraciones, suelta un improperio, una parrafada ignorándome y siguen la una con la otra. Entonces yo monto en cólera y empiezo a sacar de mis adentros todo lo que tengo guardado, que no es nada amable ni lisonjero, queridos, sino toda la rabia y frustación acumulada que ha ido fraguando desde la última reunión. Puffffffffffffffff. Este es mi sino, qué le voy a hacer, concluí diciéndole a mi amiga. Le comento, además, que mi marido ha visto este blog y que no le ha gustdo nada. Se ha erigido en mi censor más absoluto y nada de lo que escribo le parece bien. Lo que me faltaba. Ahora resulta que una ya no puede ni expresarse como quiere ni por escrito. Faltaría más. Pero, por si acaso, lo he retirado de la información del Facebook por si lo ve la alcaldesa. Figúrate qué tontería, simplemente por escribir en uno de los posts que un día me topé con ella y con no sé cuánta gente y fui escrriendo el bulto pues no me apetece en absoluto ni saludar, ni sonreir ni demostrar de ninguna manera que soy una ciudadana pelota . Figúrate, cómo se me queda el cuerpo. Y a mí ¿qué?, le digo. Yo no lidio con políticos. A estas alturas de la pelicula me he hecho muy mayor y ya no creo en las instituciones ni en nada de lo previamente establecido. Soy anárquica y revolucionaria por naturaleza y por fin me he encontrado a mí misma. Puff, no sé qué dirá cuando lea ésto. Claro, no se dá cuenta de que escribir es consumir adrenalina ¿ o qué? ahora no sé exactamente que es lo que ocurre con la adrenalina, si es bueno acumularla o mandarla "ancalcoño".
Tras una larga y placentera conversación telefónica con mi amiga nos despedimos. Ah, en la conversación me dice que tengo una joya en casa, (por mi marido). Me dice que algo de razón tiene, que he de ser más discreta, que es muy inteligente, que es políticamente correcto, que es brillante y que es encantador. Puffffffffffffffffffffffff. Tengo que replantearme muchas cosas a partir del primero de enero. A ver qué pasa.