9 de septiembre de 2010

Larvas

Hace apenas unos días, me encontraba a las orillas del Danubio, en la bonita ciudad de Veliko Gradiste en Serbia. Intentaba pescar con una caña que me pusieron en las manos. Me proporcionaron una pequeña cajita donde, al abrirla y mirar su contenido, casi me da un soponcio. En su interior decenas de minúsculos gusanitos blancos y rojos se movían sin parar. Servían como cebo para que picaran los peces. No hace falta que diga que ni intenté tocar uno con mis dedos. El compañero que tenía al lado, cada vez que mi gusano desaparecía por el inteligente pez que lo engullía pero esquivaba el afilado anzuelo, venía solícito a mi lado para volver a enganchar otro. Y así pasó un buen rato. No conseguí pescar ni un solo pez, pero todos los demás pescaron 1o, 20 y hasta 30 pececillos. Dejé la pesca y esperé a que los demás terminaran. Mientras mis ojos seguían el curso del río apercibiéndome de la placidez del lugar.
No he dejado de pensar en aquella cajita repleta de aquellos repugnantes gusanos. Aunque ha pasado casi una semana de mi infausto día de pesca, la visión de aquellas larvas me persigue. Imagino las sucesivas invasiones que se apoderan de nuestro cuerpo cuando dejamos de existir. Imagino esas larvas sobre mi carne exangüe. Un día oí a Vallejo Nájera, al refirse a la conveniencia de donar nuestros órganos en vida para que alguien pueda prolongar la suya, argumentar, entre otras cosas, que, aunque sólo fuera para evitar las sucesivas invasiones de gusanos que minan nuestros cadáveres, deberíamos ser donantes de órganos. Ni he vuelto a olvidar aquello ni olvidaré tampoco el interior de aquella cajita a orillas del Danubio.

8 de septiembre de 2010

Inmigrantes

Al parecer, en España tenemos más de un doce por ciento de población inmigrante. Hoy mismo, mientras viajaba en el metro de Madrid con dirección a la estación de autobuses, me fijé en los extranjeros. Justamente, frente a mí, un chino, un negro y un hindú. Un poco más allá, dos bolivianos y por los pasillos, entre la gente que iba y venía, personas de diferentes continentes, para comprobar que la noticia es absolutamente cierta.
Muchos de estos inmigrantes se han establecido por diferentes barrios de Madrid poniendo sus propios negocios de frutas, panaderías, comestibles, ropa y calzado. Algunos, incluso, hasta se permiten contratar a españoles en paro.
España ha cambiado mucho en los últimos años. Los españoles están sufriendo, con infinita paciencia, la situación económica que asola al país, que no se sabe si se debe a la mala gestión del gobierno o a la propia dinámica capitalista o, -mucho me temo- a la indiferencia e insolidaridad con las que contemplamos el panorama. Somos indiferentes a la pobreza, somos indiferentes al dolor ajeno y el menesteroso que nos tiende la mano al doblar cualquier esquina para pedir nuestra ayuda, le volvemos la espalda e ignoramos su mirada porque no la resistiríamos.
Por supuesto, los inmigrantes no tienen la culpa de la situación, muy al contrario, contribuyen a la economía y a fijar población, tanto en Madrid como en otras muchas provincias de España, despobladas y abandonadas.
Amigo del comentario, me faltó esta aclaración.

25 de agosto de 2010

La cena

Regreso a casa tras cenar con un grupito de matrimonios a los que no veía desde junio, mes en el que todo el mundo emigra a sus casas de verano, porque se trata de gente bienacomodada que tienen una casa de invierno y otra de verano. No les critico por ello porque cada cual tiene lo que tiene. Yo también tengo una casa en mi pueblo que comparto con mis hermanas y mi madre, una casa que, por un lado me proporciona mucha dicha y por otro, me desasosiega y me hace sufrir porque lidiar con la familia tiene su intríngulis. Mi madre tiene sus favoritos entre sus hijos y yo no me encuentro en el grupo. A mí se me considera muy afortunada porque sólo he tenido una hija, no tengo problemas, -piensan ellos- y "hago lo que me da la gana". Al respecto, antes decidía si hoy ponía lentejas y mañana garbanzos, pero hoy, ni eso, porque mi marido, desde que se jubiló se ha hecho un cocinillas y me ha apartado de los fogones. Él se lo guisa y él se lo come, y nunca mejor dicho porque le encanta ir a la compra y hacer la comida. La verdad es que, para mí, es un descanso porque no hay cosa que más me aburra que ir a comprar al super. Lo odio, como odio salir de tiendas como van algunas de mis amigas que para comprarse unos zapatos recorren todas los comercios, revuelven aquí y allá y al fín compran los primeros zapatos que vieron en la primera tienda. Yo no soy así, yo si tengo que comparme un vestido, entro en la primera boutique si veo uno en el escaparate que me gusta. Entro, me lo pruebo y si me sienta bien, compro. Y punto. Los comerciantes siempre me dicen que conmigo da gusto.
Mis amigas, con las que he compartido cena, son frívolas y del Opus Dei, van a misa todos los días y comulgan. Me encanta provocarlas y decirles que yo, a estas alturas de la película sólo voy a misa en la bodas y en los entierros. Les digo que la religión católica es la más hipócrita de cuantas he conocido. Les digo que me gustaría hacerme budista o protestante. Ni se imaginan con qué cara me miran.
Vuelvo a mi familia. Dicen que hago lo que quiero porque viajo mucho (gracias a Dios) y porque,además lo hago sola pues mi marido, muy pasivo, no le gusta como a mì (él se lo pierde) y suelo invitar a alguna amiga pues se trata de viajes que me invitan por mi trabajo como escritora. Las elijo que hablen inglés porque en mis viajes tengo que bregar en inglés y el mío es deficiente, diría que nulo, porque estudié tres años, hace mucho tiempo y no me ha dado por retomarlo, prefiero llevar traductoras que me ayudan. En mis viajes me reúno con polacos, rusos, lituanos, griegos, italianos, bielorusos, rumanos, portugueses...y todo el mundo habla inglés para entenderse. A mis amigas les cuento cosas de mis viajes y suelen alucinar en colores (como dicen los jóvenes en España). El caso es que mi familia me considera muy afortunada por este tipo de vida que hago: lo que me da la gana -dicen- Pues no, ni mucho menos, estoy llena de frustaciones porque siento que no me quieren como quieren a los demás, porque no son tenidas en cuenta mis opiniones, porque, ni mucho menos, he hecho lo que he querido, porque ni siquiera he manejado mi propio capital, porque me han hecho vender casas que no quería, porque yo siempre tuve la ilusión de marcharme a vivir fuera de esta ciudad levítica que me carga y me estresa porque todo el mundo me resulta hostil, porque me cabrea ir por la calle y reconocer a la gente con nombres y apellidos, porque me gusta el anonimato, porque me gusta mirar a la gente que no conozco para intentar inventarme su historia. Suelo hacer este ejercicio cuando viajo a Madrid y tomo el metro. Es apasionante recorrer con la mirada los rostros de las gentes. Es apasionanante lo que la imaginación es capaz de inventar. En fin, he regresado a casa de cenar con pijos en una ciudad pija y en un sitio más pijo todavía.

21 de agosto de 2010

Boda

Aunque faltan tres horas para partir hacia Salamanca a la boda de la hija de mi amiga Elisa, estoy aquí, intentando tranquilizarme de todo lo que me ha ocurrido estos días: el vestido de la comunión de mi hija que se fue a algún lugar de América, la ropa que me voy a poner para la boda, todavía no sé si el vestido de gasa y con caída gris, parecido a los que utilizaban las mujeres griegas, o el otro vestido de encaje negro que se me ciñe al cuerpo y me favorece pues deja al descubierto mis hombros, brazos y escote, muy bronceados por el sol del verano. De los zapatos no tengo duda. Me pondré unos plateados con tacón de aguja que compré en el centro de oportunidades del Corte Inglés por 19 euros, de la marca Caramelo. Llevaré un bolsito plateado donde no cabe más que el pintalabios, tal vez mi cajetilla de tabaco y un peine. Pienso llevar otros zapatos, también plateados, ya usados, por si los de estreno me dan la vara cuando baile. Porque pienso bailar hasta reventar. El baile, como a mi madre me motiva, me desestresa y me recobra de enería. Cuanto más bailo menos me canso.
Sigo oyendo los maullidos de un gatito que se ha perdido entre el vecindario. Me dan ganas de bajar al recinto del jardín y buscarlo para apaciguarlo, pero si lo hago perderé el tiempo. Imagino que es de una jovencita vecina, que, ayer mismo me lo mostró. Se lo lleva a Arenas de San Pedro pues le han dado allí su destino. Es maestra. Me apena el lastimero lamento del gatito, pero espero que aparezca pronto su dueña y lo rescate.
Acaba de llegar una de mis hermanas para recoger un tedioso documento que estaba extraviado y lo necesitamos para llevarlo al notario. Hace referencia a la casa que tenemos en el pueblo de la que somos copropietarias las cuatro hermanas. Mi hermano nos vendió su parte hace ya varios años y él nada tiene que ver en el asunto. La despacho en pocos minutos y se va. De pronto de doy cuenta de que tenìa que haberle dejado el libro que me llegó ayer sobre fotografías de Castilla y León donde aparecen tres imágenes de nuestro padre. Cuando reacciono y salgo a la puerta mi hermana acaba de poner su coche en marcha y no me ve. Vaya por Dios. No las veré hasta el lunes o el martes porque hoy, como digo, voy de boda y el domingo mi suegra celebra el cumpleaños. Nos invita a comer a todos. Lo adelanta una semana porque el próximo domingo me voy a Serbia y quería que estuviera yo también. Su cumple es el día 29. Y el 28 tengo otra boda. Un rollo. He de salir para Madrid tras el baile de la boda pues mi avión sale a las 7,30 de la mañana. Me acompaña mi amiga Ros, una buena amiga que hace vida independiente de su marido. Ambos son profesores de historia, dos intelectuales que no se entienden. Como casi todas las parejas del mundo. El matrimonio es una trampa, que se dice, y vivimos inmersos en la trampa de por vida. A los de nuestra generación nos falta arrestos para dar el paso que dan ahora los jóvenes por un "quítame allá esas pajas". La vida nos hace dar tumbos una y otra vez y no conseguimos enderezarla.
En fin, tengo que dejar mi discursito. He de planchar dos camisas para mi maraido. Él tampoco sabe cuál de ellas se pondrá. Y arreglar un poco la casa pues esta mañana, nada más desayunar he ido a acompañar al Duero para que no se queje Gerardo Diego "nadie a acompañarte baja" y después, tras una hora y media de caminata, en esta ocasión junto a mi marido, he regresado a casa, me he colocado mi bañañdor y he hecho 20 largos de natación. Ahora ya, fresca y relajada me pongo a lo que me hace perder tanto el tiempo.