25 de enero de 2010

"Venus"

Estoy apenada. Mi gatita "Venus" ya no se acerca a mí, ni se recuesta sobre mi regazo cuando estoy tumbada en el sofá, ni viene conmigo a mi cama para colocar su cabecita junto a la mía. La causa, la alergia que desde hace algún tiempo, tengo en los ojos. Creí que podía ser debido a su pelo, -mucha gente lo sufre- y, en prevención, comencé a rechazarla. No bruscamente, pero sí con insistencia. El gesto lo hice varias veces hasta que lo entendió. Y ya no volvió más a acercarse a mí más que cuando estoy en el ordenador, que se postra junto al teclado sin moverse. Tan sólo lo hace cuando fumo, incluso antes de fumar, cuando ve que abro el cajón y ve la cajetilla, incluso cuando ve que cojo el mechero o las cerillas. Entonces sale disparada. Dios mío, hasta los gatos se dan cuenta de lo pernicioso que es el tabaco.
Por fin, me hice las pruebas para saber exactamente a qué era debida esa irritación constante de mis ojos y, cuál es mi sorpresa, que mi gatita nada tenía que ver.
Confieso que respiré aliviada pues se me hubiera planteado un serio problema porque no hubiera sabido qué hacer.
Pero antes de las pruebas, transcurrieron casi dos meses y en todo ese tiempo no volví ni a tocar a la gatita ni a acariciarla. Imagino que ha sufrido mucho porque los primeros días maullaba cuando no la dejaba entrar en mi habitación, cuando me acostaba, como tenía por costumbre.
Ahora la llamo para que vuelva a mí pero no viene. Yo no sabía que los gatos eran tan sensibles al afecto, incluso tan obedientes, incluso tan dignos. Pensará: "ahora me llamas y, entonces, ¿porqué me echaste de tu lado? ¿por qué me apartabas de ti? ¿porque me diste con la puerta de tu dormitorio en mi nariz?
Todo esto y mucho más, mi gatita ha tenido que preguntárselo pues ahora, cuando la llamo para que venga a mí, -necesito su calorcito junto a mi pecho-, no viene. Me mira fijamente, escrutadoramente, y se vuelve orgullosa (y triste también) en dirección contraria. Sube veloz la escalera y se tumba en un sillón. Allí duerme todos los días, sola.
Sabía que los animales sufrían, gozaban, se estresaban, lloraban, incluso que morían hasta de pena por la pérdida de sus dueños, pero no sabía que eran tan dignos, tan orgullosos, si cabe.
No sé cuánto tiempo tardará mi gata en "volver" a mí. Estoy a la espera y expectante. Y algo triste también pues el cariño que me profesaba Venus era ilimitado. Yo me dejaba querer. Después la rechacé, aunque nunca dejé de quererla, pero, claro, ella no lo sabía. Ahora me rechaza ella a mí. ¿Hasta cuándo?

24 de enero de 2010

Naturaleza

Hoy se levantó el día nublado. Ha llovido constantemente y el Duero desbordante. Pese al tiempo he ido con un grupo de amigos a Villardiegua de la Ribera, inmerso en el Sayago zamorano: encinas, rocas, mullido musgo acariciándolas, riachuelos trotones, puentecillos, cortinas rodeadas de ancestrales murallas de piedra. Y el sol, milagrosamente, deslumbrante. Ya no nos abandonó durante todo el día.

Han sido casi veinte kilómetros de campo a través, gozando, disfrutando de la naturaleza, contemplando el Duero, terroso, revuelto, pleno.

La comida sentados en el suelo, bocadillos, prendas de abrigo, mochila. Y el alma repleta de felicidad.

¿Qué tendrá la naturaleza que me hace tanto bien? Me tumbo sobre una roca y recibo en mi espalda su latido, un latido vigoroso de millones de año que me dice que ella es mi sustento, el aire que me permite vivir.

Recomendaba a un amigo, recientemente, un poco abatido por la vida, que debe salir al campo, encontrarse con la naturaleza, abrazar a los árboles como hizo el abuelo de Saramago cuando le llevaban a Lisboa y le separaban de su huerto. La corteza de los árboles es reparadora, consuela y hace que quién se abraza a ella se sienta feliz.

Olvidamos con demasiada frecuencia a nuestra madre naturaleza porque la cultura occidental no sabe valorarla ni respetarla.

Soy consciente de que, desde mi más tierna infancia, el campo me hacía mucho bien. Hacía que me sintiera especialmente ligera, mi cuerpo sin peso, flotante en el cosmos como una nube. Cuando niña no me daba cuenta, pero ahora sé que el contacto con la tierra era lo que más necesitaba.

Me acordé hoy, de la película Avatar, un canto a la vida, un canto a la belleza, un alegato contra la constante masacre que los países ricos hacen de las selvas, de los bosques, de la fauna. Un mensaje urgente para enseñar a que la vida no puede desarrollarse sin contar con nuestro Planeta, que éste sufre, llora, gime de dolor y, a veces, se rebela.

22 de enero de 2010

Regreso

Tras una semana en Madrid, vuelvo. Vuelvo a lo cotidiano, a lo que tanto me aburre y desespera. Me esperaba el dentista y el oftalmólgo, ambos especialistas, casi casi, a la misma hora. Tuve que correr. Mis ojos no han mejorado nada y sigo con una especie de alergia desde hace cuatro meses. Irritación, lacrimeo, molestias. LLegué a pensar que, de pronto, mi probre gatita Venus, una siamesa de diecisiete años y el ser vivo que más me ama, era la causa de mi problema, pero no. Me hice recientemente las pruebas alérgicas y no soy alérgica absolutamente a nada. Puede ser el polvo, los ácaros... yo qué sé.
Precisamente, esta misma mañana, cuando salí a la calle, antes de tomar el tren que me trajo a Zamora, unos gatitos, todos negros, dormitaban dentro de la alambrada de un jardín. Ay que ver la ternura que producen los gatos. Son bellos, elegantes, silenciosos, inteligentes, educados, cariñosos. Son todo esto y mucho más. Los hay, incluso, cultos.... Mi gatita Venus, suele colocarse a mi lado, cuando escribo, le encanta el movimiento de mis dedos ante el teclado. Se mantiene agazapada, escondidas sus patitas sobre su vientre, en actitud descanso y de observación. A veces intenta acercar su cabeza a mis dedos para que la acaricie. Lo suelo hacer porque me provoca un sentimiento de placer indescriptible. Hacer el bien a un animal, complacerlo, es hacer el bien a la Humanidad. Todos necesitamos una caricia, todos necesitamos una mano que se acerque a nuestra cabeza, a nuestro hombro, a nuestra mano. Todos necesitamos ese calor humano que se restringe tantas veces. Me pregunto por qué el hombre (y la mujer, claro), somos tan parcos en proveernos caricias. Mientras dura el amor, todo el cuerpo emana pasión, fuerza, vigor, todo nos parece poco para ofrecer al ser amado, incluso para ofrecer a los demás, porque el amor nos hace generosos, nos hace crecer por dentro, nos hace dadivosos, diferentes.
Cuando muere, nos hacemos parcos, lentos, perezosos, calculadores de movimientos. Escatimamos hasta el movimiento. No sé si esto que escribo es compartido por alguien, pero yo lo siento así.
El viaje en tren es estimulante, creativo. Terminé de leer un poemario de Agustín García Calvo, el ilustre filósofo, profesor, ensayista, dramaturgo. "Valorio, 24 veces". Poemas que van desgranando la vida, que no es otra, precisamente, que el propio amor, de lo que hablaba antes. Agustín, zamorano, como yo misma, de quién tuve el honor de ser alumna suya de latín, frecuentaba Valorio, donde he ido yo a correr tantas veces, en días de lluvia, de nieve, de niebla, de sol, de calor, de frío. Pues en ese mismo Valorio el profesor vivió su tierno amor. Habla de la hierba, de la incipiente floración pre primaveral, de los insectos, de la brisa de los álamos. Habla de besos, de ese nido que tiene la mujer entre el hombro y la cabeza, ese escondrijo donde al amante gusta dormitar. Y susurrar.
Pensé en esas veinticuatro veces. ¿Tal vez se refería el profesor a las veces que descubrió el amor en el bosque de Valorio?

Y así me voy a dormir, haciendo recuento de memoria. Para hacerle caso a mi hija.

21 de enero de 2010

ESTRÉS

Suelen decir que las grandes urbes son muy estresantes y que, sin embargo, las ciudades pequeñas no lo son. Yo, que habito en una ciudad de poco más de sesenta mil habitantes afirmo lo contrario: me relaja más Madrid, por ejemplo, que Zamora donde resido habitualmente.

Ayer, viajando en el metro, un rapsoda entró en el vagón que yo ocupaba y nos anunció que nos iba a recitar un poema de Rosalía de Castro. Primero lo hizo en castellano y después en gallego.
Su voz sonaba clara y entusiasta. Cuando terminó nos dio las gracias por haberle escuchado y salió del vagón en la siguiente parada.

A mí me dejó el alma serena el poema de Rosalía y recordé su casa museo en Galicia cuando la visité hace algunos años. El tren marchaba vertiginosamente mientras yo recitaba mentalmente mi poema que dedico a Lorca sobre "La casada infiel": Ella se marchó del río/ la bata desabrochada/ los botones se han perdido/ ella se entregó de noche.../ y así hasta el finl. Pensé que tengo que aprenderme los otros, los diez restantes que he escrito sobre el romancero lorquiano.

Salgo del metro y me encamino a IFEMA. Casi todo el mundo viste de negro, mujeres y hombres. Me doy cuenta de que yo también voy de negro: abrigo, pantalones, botas...todo negro. Ayer aproveché las excelentes rebajas de Madrid y volví a comprarme prendas negras.
Entrar en el recinto de Ifema es como si un soplo universal me diera en el rostro. Se oyen conversaciones en inglés, en alemán, en lituano, en polaco, en ruso, en chino. Europeos, africanos, asiáticos, rostros de diferentes continentes acuden a la gran feria para ver, para negociar, para exponer y presentar sus ofertas. La agenda diaria más que cargada. A las 12 Rumanía, a las 13, Guatemala, a las 14,30 Grecia. A veces son varios países a la misma hora.
Degustaciones, regalos, viajes, amigos, abrazos, saludos, risas, buen humor. Termina la jornada y el cansancio hace mella -todo el día caminando sobre un suelo de moqueta-. Los Reyes hicieron su aparición con treinta minutos de retraso. Les seguían varias decenas de personas de séquito. La seguridad exagerada. La gente que acude a Fitur es gente de fiar, pero las cosas son así.

Y mientras ocurre todo esto observo que mi cabeza está despejada, puedo pensar sosegadamente, nada ni nadie interfiere ni en mis ideas ni en mi confort mental.

Regreso a Zamora. Santa Clara. Fulanito de tal. Pobrecito, tiene cáncer. Menganito de..."se separó de su mujer porque ha dejado a la secretaria embarazada". Ah, por ahí viene Perentanita. "No sé por qué no me saluda, es idiota. No pienso decirle adiós". Ésta no me ha dicho lo de la fiesta, ni me felicitó el día de mi santo."

Zamora Madrid, Madrid Zamora. ¿Cuál de las dos ciudades estresa más?
¿Cuál de estos dos ambientes me permiten desarrollar mi imaginación de forma más positiva?