Ha pasado el cinco de octubre y he estado a punto de no recordar fecha tan señalada. Hoy, padre, hubieras cumplido años, creo que 97. Y ha coincidido este día con la fiesta del Ofertorio de tu pueblo, una fiesta entrañable para ti y que nunca te perdías. Yo también recuerdo algunos de aquellos ofertorios cuando niña, junto a ti, al lado de la Iglesia y del cementerio donde había acudido a algún entierro, cuando la muerte era cosa de otros, de viejos, de enfermos. Hoy, a esa señora armada con guadaña, la siento cercana, como un familiar lejano pero persistente. Padre, hoy ha sido tu cumpleaños pero hace mucho tiempo que te fuiste de nuestra vida, te evaporaste como el humo se escapa por la chimenea. Pero siempre queda el recuerdo, los momentos, los instantes que una y otra vez me llevan a ti. Hoy, padre, día de tu cumpleaños, lamento decírtelo, pero no me acordaba de este día y eso que estuve en nuestro pueblo. Pasé cerca aunque no me detuve porque tampoco recordaba que era el Ofertorio, esa fiesta de ofrendas colgadas en una sábana blanca de la que penden roscas, pimientos, tomates, licores, perfumes, flores. Todo se muestra descarado y colorista, como un bodegón de otoño sobre la fachada de piedra de la iglesia. Pero tú ya no estás allí, mirando con tu blanca sonrisa el magnífico ramo, tú, ahora, estás al lado, en el cementerio, allí junto a tus padres, junto a tu hermano, junto a mi primo. Todos estáis allí ya. Juntos para siempre. Recuerdo a mi tía María, la madre de mi primo el día de su entierro. Recuerdo a mi tía llorando desgarrada en el momento del descendimiento del adorado hijo muerto dentro de la caja, diciéndole: -como si le oyera- "ay hijo, que bien acompañado vas a estar". Y sus voces estremecían a las silenciosas gentes.
Ves padre, todo son recuerdos. Esta tarde mismo, he ido con mi madre y con mi hermano hasta este lugar de la fotografía. Un puente sobre el río Esla que yo no conocía nada más que por una fotografía tuya que le hiciste hace muchos, muchos años. La tuya es en blanco y negro porque entonces no existían las cámaras de color. Pero mi foto es igual que la tuya. Y me he emocionado padre. Allí hemos permanecido un buen rato, en silencio. Mi hermano en la orilla, esperando que algún pez se decidiera a picar el anzuelo. Mi madre sentada en una silla, en silencio, y yo caminando despacio junto al agua. Todo era calma y armonía. No se oían ruidos de coches, ni de aves. Ni rastro de vida. Por un momento pensé en el Mar Muerto. Fueron unos instantes mágicos. Tuve la sensación de meterme dentro de mi misma y escrutar lo más recóndito de mi sentir.
Mientras miraba el puente, cuya estructura me recuerda a las aves zancudas, recordaba tu valiosa colección de fotos que nos dejaste en blanco y negro. Allí los puentes sobre el río, los lugares que iban a ser anegados por las aguas, las sencillas gentes que no habían visto nunca una cámara. Hombres, mujeres, niños, grupos, todos en blanco y negro porque la España de entonces era así, a veces blanca y a veces negra. Hoy todo es en tecnicolor. Hoy todo es incierto e inseguro. Hoy siento nostalgia por aquella España de mi infancia, cuando todo estaba por venir, cuando mi vida se reducía a alguien que vivía en un gigante útero protegida por el amor.
Felicidades padre.