26 de febrero de 2013

Libertad


Debo ser un bicho raro: raro y repugnante, debo estar hecha de una pasta especial para soportar, indiferente, que un marroquí me colocara una serpiente a modo de bufanda. Es la primera vez que me ocurre pero eso no quiere decir que me aterroricen las serpientes como a la mayoría de los mortales. Ni mucho menos.

No pensaba, ni por lo más remoto, que algo así me sucediera, pero me sucedió. Me acerqué al hombre que se ganaba la vida con sus serpientes. Las lleva en una caja de cartón y cuando hay público a su alrededor abre la caja y las cabezas de las serpientes comienzan a asomarse. El hombre las agarra como puede para que no se escapen mientras los curiosos se acercan o miran apartándose. Yo me acerqué al hombre y sin pensarlo dos veces me colocó la sepiente alrededor de mi cuello. No tuve tiempo ni a pensarlo ni a reaccionar pero, de pronto, tomé conciencia de que tenía un reptil encima y no sentí nada. Incluso me atreví a tocarlo. Era frío y escamoso y me hizo el mismo efecto que cuando toco un bolso o unos zapatos de piel de serpiente. Naturalmente tuve que darle al buen hombre dinero. Era su trabajo.

Este pequeño episodio ocurrió en Tánger hace unos días. No sé qué tiene esta gente, esta cultura para que me sienta tan fascinada por todo lo que veo, huelo, siento, percibo. Todo me provoca una emoción indescriptible. Un subidón, que decimos mucho ahora. Marruecos y su gente me levantan la moral, me excita la imaginación y me siento libre. Curiosamente me siento libre en un país donde las mujeres no lo son, donde todavía van capturadas en sus ropas que las ocultan por completo sin que se insinúen sus cuerpos, sin que se marquen sus líneas femeninas y bellas. Me siento libre en lugares así, incluso soportando el acoso de los vendedores que me rodean y me quitan mi espacio vital porque no me permiten ni disfrutar de ese metro que toda persona necesita a su alrededor para que no se sienta agobiada. Me viene a la cabeza la sensación de agobio que se siente en un ascensor cuando se ha de compartir con desconocidos. Precisamente, esa sensación de molestia es porque nos robamos ese espacio y nos sentimos mal. Sólo al salir del ascensor volvemos a recuperarnos. Curiosamente, la literatura, el cine o la vida misma, nos muestran escenas donde los amantes se aman en el ascensor mientras éste va del segundo al veintidós, por ejemplo. Debe dar tiempo a los besos acalorados, a la fiebre momentánea y a rematar. Pero claro, ésto es otro cantar. Nada que ver, por supuesto.

Marruecos me volvió loca cuando lo descubrí, me trastornó pese a la algarabía callejera, pese a la suciedad de sus calles, de sus olores, a veces nauseabundos como por ejemplo el barrio de los tintoreros en Fez, esa ciudad imperial donde el Rey de Marruecos posee un palacio con puertas de madera nobilísima con incrustaciones de oro. A cada lado de esa preciosa puerta, dos guardianes, noche y día, lo custodian. Entonces visitè varias ciudades de Marruecos. En esta ocasión tan solo fue un viaje rápido de un día, desde Tarifa en ferry hasta Tánger, esa ciudad cosmopolita, bellísima y muy limpia y cambiada.

Fueron unas horas pero sentí esa libertad interior, una libertad que  parte del espíritu y se va expandiendo por todo el cuerpo, esa libertad que hace que los ojos sean niños, que la piel se erice al mínimo estímulo, que la palabra salga con alegría de los labios, que el oído se agudice para intentar escuchar voces, suspiros, gritos, risas, llantos.

26 de enero de 2013

Amor


 Ayer se fue mi hija a Madrid, se fueron dos de mis hermanas, una a la vecina Cáceres, otra a Alemania. Se fueron y yo me quedé como si no hubiera pasado nada. A mi mente acudieron aquellas despedidas cuando y0 era estudiante y me iba a Madrid dejando a mi madre en la puerta llorando y yo con el corazón compungido porque sabía que no iba a volver a verla hasta las próximas vacaciones. No me atrevo a decir que yo quería más a mi madre y que mi madre me quería más a mí, que lo que yo quiero ahora a mi hija o que mi hija me quiera a mí, porque el amor entre ambas es incuestionable, pero siento que algo ha cambiado, que no se viven las relaciones materno filiales con aquella vehemencia y entrega. Ahora parece como si no hubiera ni tiempo para demostrarnos cuánto sentimos la separación, cuánto vamos a extrañarnos durante el tiempo que permanezcamos lejos, porque los hijos y los padres andamos cada uno a lo nuestro. Dios mío, antes, las madres no tenían ni lo suyo porque sus vidas estaban dedicadas a lo de los otros, ellas no eran, no tenían, no se iban, ellas estaban siempre allí, siempre en el lugar para despedir y recibir a los que se iban, ellas estaban allí, llenas de un amor inmenso para darlo a los hijos, para que ellos, al marchar, supieran que allí se quedaba contrita y triste, esperando la vuelta, para abrazar, para mirar el rostro del hijo o de la hija con arrobo, escrutando los cambios, imperceptibles para los demás, pero no para la madre.

Hoy me he sentido especialmente triste por esa sensación de desapego, de desarraigo. Hoy, me doy cuenta de que ya no nos necesitamos tanto los unos a los otros. Se van los hijos, se alejan; se van también los hermanos, se alejan de nuestro lado y nuestra vida sigue extendiendo tentáculos, abarcando nuevas sensaciones, inventando nuevas metas, otros horizontes. Caminamos por vías diferentes, como el tren se desliza sobre esos dos carriles paralelos. A veces, de vez en cuando, se unen en un punto, en un mudo nudo de comunicación, se cruzan y vuelven a separarse. Mi madre, 86 años, es todavía ese nexo fundamental. Y necesario.

1 de diciembre de 2012

Claudio Rodríguez


Esta mañana he asistido a la última de las tres jornadas que, sobre el poeta Claudio Rodríguez, ha organizado la Biblioteca Pública. Estudiosos de la obra de Claudio han debatido sobre la "extrañeza" de su poesía, sobre su temprana madurez, sobre sus versos profundos sacados de un lugar desconocido e infinito porque no ha habido un poeta que se le parezca. Algunos apuntan, sin embargo, que Claudio, al igual que Machado, siguieron la senda del  Duero porque había mucho camino por delante. "Siempre se hace camino al andar"-dice Machado-.

Se han dicho muchas cosas sobre él a lo largo de tres días. Estaban los de siempre, sus amigos  del alma, los que lo frecuentaron y quisieron, los que presumen, con  mayor o menor legitimidad, de haber sido sus verdaderos amigos, esos que hacen de barrera o frontera infranqueable que impiden a los demás que metan las narices donde sólo ellos creen tener derecho a meterlas. Allí estaban ellos, sí, los que  sienten como suyo al poeta, los que le dieron siempre cobijo en su corazón para que no sintiera esa carencia de familia que debía sentir cuando venía a Zamora. Y allí estábamos los otros, los que también lo admiramos, lo leímos y leemos, los que pasamos junto a él de puntillas y conoocimos también a través de sus hermanas y mis amigas del alma también. Allí estaban los que tenían que estar, al fin y al cabo, para que se siga escribiendo la historia de estos lugaricos cortos, de esta ciudad levítica, a decir de Juan Manuel de Prada.

Pero al margen de estas pequeñas vanidades, legítimas por supuesto, ha habido alguna anécdota que otra, por ejemplo, que uno de los asistentes a las jornadas dejara  en evidencia al primer conferenciante, tras pronunciar su conferencia inaugural. Le preguntó a bocajarro si uno de los poemas que incluye en uno de sus trabajos era del poeta, y citó el título del mismo échándole en cara que no lo mencionara. El ponente no tuvo más remedio que reconocerlo como reconoció otros dos entuertos en los que había incurrido y que el valiente asistente expuso públiclamente. Y es que, en esta ciudad, a Claudio Rodríguez se le conoce y se reconoce su obra, breve pero intensa, y no se puede venir, desde fuera, a intentar darnos gato por liebre. Algunos apuntamos que aquello fue lo mejor de la jornada.

Otra anécdota ocurrió cuando, el segundo día, en medio de una mesa redonda, una poetisa, durante la mesa redonda dijo que había conocido a Claudio en una fiesta durante unos cursos de verano en Santander. Se acercó a ella, la sacó a bailar y bailaron toda la noche. Añadió después: "pasaron muchas cosas, pasaron muchas cosas". Allí presente, la viuda de Claudio... ¡pero si Claudio no bailaba!...(qué imprudentes son algunas personas).

Como siempre, el protagonista fue el poeta Claudio. Todo lo que se dijo de él quedó difuminado ante la fuerza de su obra. La pobreza de argumentos, ante los versos de Claudio, se queda siempre muy corta.  Quién mejor que los de casa para saber y transmitir.

Allí, en la sala de exposiciones, por primera vez, el mundo de Claudio al descubierto:  recuerdos, fotografías con amigos en diferentes momentos de su vida, con su mujer Clara, con poetas reconocidos, recibiendo premios,  recortes de prensa, libros...

Los zamoranos agradecemos el esfuerzo para recopilar estos tesoros del poeta más auténtico que nos ha dado Zamora.

27 de noviembre de 2012

Test de personalidad


Estoy asistiendo a un taller de psicología para adultos, (no entiendo por qué llaman taller a una clase) porque me gusta la psicología, porque creo que tengo una buena psicología natural,  porque he leído mucho sobre ella, tanto por afición, como cuando cursaba mis estudios de sociología, o cuando mi hija era pequeña y me leía cada día algún capítulo de una voluminosa enciclopedia que compré hace muchos años sobre psicología.

Recuerdo que desde que mi hija tenía un añito iba yo empapándome de las características y el comportamiento que tenían que tener los niños a esa edad. Me empapé de todo ello a medida que mi hija iba cumpliendo años: dos, tres, cuatro, cinco, seís... catorce... quince... creo que ya paré cuando se hizo adolescente. Sí, me interesa la psicología en la misma medida que me interesan las personas y sus reacciones. Lo cierto es que me doy cuenta de que me desenvuelvo bien a la hora de emitir un juicio (aunque sea para mí sola) sobre una persona y casi nunca me equivoco. Soy un poco brujilla en eso. Para ser más exactos, creo que tengo una buena dosis de psicología natural, característica que todos los psicólogos del mundo tendría que tener, "a priori", antes de embarcarse en una carrera para ejercerla con la dignidad y profesionalidad que merece.

 En cierta ocasión, estaba de visita en casa de un amigo, a la sazón psicólogo, y mientras esperaba que terminara la consulta con uno de sus clientes, se abrió la puerta y salió la persona del despacho de mi amigo. Pude ver de quien se trataba, incluso lo conocía de vista y sabía su nombre. Pues bien, cuando mi amigo y yo nos quedamos solos me dice: "Qué problemas que tiene la gente, este pobre hombre es impotente". No puedo definir aquí cómo se me quedó el cuerpo. Casi olvidé los motivos de mi visita. Me puse furiosa conmigo misma, con él, con la situación. ¿Qué carajo tenía yo que saber que aquel hombre era impotente? Por supuesto, cada vez que lo veía por la calle me lo imaginaba en su impotencia -la imaginación es libre- y volvía a poner en tela de juicio la profesionalidad de ciertos psicólogos. Una mierda. Por supuesto, esta anécdota la aireé cuando procedía para que los posibles clientes se abstuvieran de ir a aquel estúpido e indiscreto psicólogo. Creo que desde entonces, casi le retiré el saludo.

Como siempre me voy del tema. Estaba tratando mis clases de psicología para adultos. Ayer estuvimos comentando con la profesora la mecánica que se utiliza en Psicología para hacer un test de personalidad. Hace un mes aproximadamente nos hizo uno a cada alumno y ayer mismo nos dio los resultados. Bueno, más bien fuimos comprobando, cada cual, nuestra propia personalidad a tenor de los resultados del manual que teníamos delante. Personalmente, yo respondí a cada una de las preguntas, creo que eran unas 200, con sinceridad absoluta. Donde no sabía qué responder, porque dudaba realmente, elegía la opción destinada para ello. Me congratulé, a la vista de los resultados, que lo que dicen de mí es lo que yo pienso de mi misma. Es decir funcionó la dialéctica a la perfección. Los resultados de mi test me indican que no debo cambiar mi forma de ser. Prefiero debatirme en la agonía de la verdad que vivir las mieles del artificio.