15 de mayo de 2011

Metamorfosis

Regreso a casa tras una jornada campestre, pletórica de naturaleza y vida. Y me siento bien, muy bien porque soy un ser de tierra de agua, de sol, de cielo, de piedra y de hierba y hoy me he sentido acariciada por todos esos elementos.

Salimos de buena mañana hacia Brandilanes, un pueblecito, famoso porque en él se da la mejor raza asnal del mundo. Dicen que los burros zamoranos son los mejores del mundo. No sé si porque son los más fieles, si porque son los que mejor cargan sin protestar o porque, verdaderamente, son de una raza auténtica. Sinceramente no entiendo nada de burros. Soy una burra, qué lo voy a hacer. Recuerdo, eso sí, a mis dos abuelos, paterno y materno, subidos ambos a lomos de sus burras respectivas y yo los veía como a dos señores, elegantes y pueblerinos al mismo tiempo, que no es nada fácil conjugarse estas dos cosas en la misma persona. E izada a un burro, que ya es decir.

Llegamos a Brandilanes sin saber a lo que íbamos ni con quién. Me anunciaron una marcha campo a través y dije que sí inmediatamente. Embarqué a mi marido y a mis amigos Sol y Luís y allá que nos fuimos a Brandilanes. A las diez de la mañana en la puerta de la iglesia. Me dije, otra vez de procesión, pero no, ni mucho menos. Fueron llegando los componentes del grupo. Para el efecto unos 30 y comenzamos a caminar entre la más radiante primavera que nos salía al paso preñada de escobas teñidas de amarillo añil y de jaras en flor haciendo ambos colores un mosaico de belleza inigualable. El camino se iba haciendo abrupto mientras seguíamos las señales del Camino de Santiago, -todos los caminos conducen a Santiago- (no solamente a Roma). siguiendo la ribera natural, riachuelo pletórico de agua donde flotaban pequeños nenúfares (lo parecían) que nos sonreían al pasar junto a ellos. Cuánta belleza al paso, cuánto gozo desbordado, contenido hasta hoy mismo, por mor de una ira acuciante que me acompaña en los últimos tiempos. No se pueden soportar tantas cosas en la cabeza, tantos proyectos que no acaban de resolverse, tantas frustaciones, tanta falta de amor y de cariño, tanta falta de caricias, tanta falta de palabras embalsamadas, tanta falta de lo que no cuesta. O sí. Nunca se sabe.

El caso es que caminar entre rocas a las que se adosa el líquen de la no pulución, respirando un aire purísimo, sentir los pies sobre la hierba mullida, el croar de las ranas a lo largo del arroyo, las chicharras que pululan entre las encinas, el viento que agitaba mi cabello, mi imaginaciòn libre y liberada, la gente que me acompañaba y mis piernas que, para el efecto, marchan incansables, todo eso me basta para encontrar la felicidad que no me da la ciudad, por pequeña y pueblerina que sea.

Por el camino fuimos adentrándonos en pequeños molinos, algunos derruidos, preciosos puentes y fuentes romanas, hoy silenciosos, donde campean las ranas a placer y se callan cuando oyen que se acercan nuestros pasos. A las ranas les gusta el silencio.


Hoy he llegado a casa, feliz y consciente de que he sufrido una metamorfosis psicológica. No sé cuanto tiempo durará, pero de momento, la disfruto.

11 de mayo de 2011

Moneo

Hoy ha venido para hablarnos de arquitectura el gran Rafael Moneo, uno de los arquitectos más prestigiosos de España. Tal vez debería decir de Europa, a tenor por las obras que tiene repartidas por ahí. Como todos los arquitectos famosos, controvertidos. A unos les apasiona cuanto diseñan, a otros le parecen sus obras atrevidas o fuera de contexto. A mí siempre me han llamado la atención estos profesionales de las grandes estructuras que juegan con números, con fórmulas complicadísimas para calcular volúmenes, para mezclar hierro, cristal, hormigón. Para elevar inverosímiles puentes sobre ríos. En fin, como yo no pasé de la raíz cuadrada y poco más, siento vértigo ante el manejo de todos estos expertos cuando trabajan en sus despachos sobre esas mesas enormes llenas de líneas que van en todas direcciones. Me marean simplemente.
Pese a todo ello, me atraen sus discursos, su filosofía de ver la vida y el espacio. Tengo un primo arquitecto que me decía que tenía un profesor de dibujo cuando estudiaba Arquitectura que le decía que para llegar a ser buen arquitecto debería saber dibujar el alma de una gallina. Dios mío. ¿Cómo puede dibujarse el alma de una gallina? Confieso que pensé muchas veces en esta frase y recordaba a mis abuelas y a mi madre también, cuando mataban a los pobres pollos, arrancándoles unas cuantas plumas de la cabeza para, a continuación, presionar el pico sobre el pescuezo y entonces, hacerle un corte en el trozo desplumado. Mientras esto ocurría, el pobre animal, ahogándose e inmóvil, agitaba sus patas hasta morir. La sangre iba a parar a un pequeño tazón. ¿Sería de aquella guisa cuando el pollo mostraba su alma? Quién lo sabe.
El caso es que acudí a la Iglesia de la Encarnación para escuchar a Moneo pero la acústica de la sala era tan mala, el arquitecto, aunque con el micrófono en la mano, nunca lo hacía coincidir a la altura de sus labios, sino que lo deslizaba hacia su cintura. Me quedé sin oir absolutamente nada. En un principio, a tenor de lo que mostraba el vídeo, parecía que hablaba de la universidad de Columbia en EE UU, pero porque escuché algo al respecto. Y después, cuando se veía la ciudad de Zamora, el castillo y las actuaciones que se han llevado a cabo recientemente, pareció que habló de un techo de cristal para cubrir las obras de Baltasar Lobo. Y punto. No me enteré de nada más.
Salí decepcionada y nerviosa. Una hora y media perdida.

14 de abril de 2011

Mario Conde


La sala del Colegio Universitario a rebosar. Desde las siete de la tarde, la conferencia estaba fijada para las ocho, decenas de personas esperaban a que se abrieran las puertas. Yo también estuve esperando desde las siete treinta. Como era de suponer, Mario Conde no decepcionó, es más, superó, incluso expectativas. Comenzó haciendo referencia a los 16 años que estuvo en la cárcel, poca cosa, pero que le ayudaron a superarse y a crecer. La prisión le enseñó a conocerse. "La prisión, o te destruye o te construye". Mario Conde, para regocijo del personal, impartió su conferencia en pie. Mientras era presentado por el doctor De Diego permaneció sentado. Su rostro me lo ocultaba la pantalla de un ordenador portátil. Vaya por Dios, no voy a poder ver su cara mientras habla, -me dije- pero cuando terminó la presentación, Mario Conde se levantó y durante el tiempo que duró su conferencia, se movió por el escenario, caminando con soltura de izquierda a derecha para que todo el mundo pudiera verle. Hay que reconocer que pese a las vicisitudes que le han tocado vivir y los años, ya no es aquel jovenzuelo que conocimos cuando lo descubrimos, con sus treinta y pico de años, el señor Conde sigue siendo ese hombre atractivo, guapo, elegante, distinguido, con clase y, lo que es más importante, con un discurso tan cabal e inteligente, amén de su facilidad de palabra, que, imagino, deben rabiar de envidia muchos de los líderes políticos del panorama nacional español. No quiero pasar por alto su porte. Ese porte que le confiere la conjunción de su cabeza, su cuello, deslizándose suavemente, sin estridencias, hasta encontrar la espalda, para conformar una suerte de pieza única, de museo diría yo. Una pieza compacta, tridimensional que se asemeja a las estatuas que encontramos en el Museo de Atenas o El Cairo, donde se pueden ver esos torsos marmóreos de suma perfección. Así veo yo a don Mario y así, deduzco, lo ven el resto de señoras a tenor de la admiración que despierta. Y si a todo esto añadimos lo que alberga el interior de su cabeza, pues, señores míos, ¿qué ocurriría si el señor Conde fuera candidato para presidir este país? A ver, hagamos apuestas. Yo misma, que no pienso ir a votar, si don Mario se presentara para Presidente de Gobierno, apuesten a que ese día no me quedaría en casa. Bromas aparte, no le votaría por su físico, evidentemente, sino por sus ideas, por su preclara mente. Y porque, creo, sería un gran presidente. Motivos no le faltan. Como dijo él mismo, conoce la gloria y el infierno. Algo habrá aprendido. El señor Conde habló del sistema financiero y de cómo funciona, de los cinco millones de parados, de la falta de ilusión de la ciudadanía, de la falta de confianza en los políticos y de los culpables. "Son culpables los que manejan el poder y somos culpables nosotros que nos dejamos." Entre los asistentes, gente del PP que, apuesto, creerían que iba a dar caña al PSOE porque se le ve en la cadena Intereconomía pero, qué va, al señor Conde no se le notó, en absoluto, que se decante por ninguno de los partidos. Su independencia ideológica quedó más que patente para regocijo de muchos y para pasmo de algunos.

6 de abril de 2011

La escuela

Hoy por la mañana mis amigas del club de lectura y yo nos hemos acercado al Campus Universitario para ver una exposición muy especial. Dos profesores, Isabel Ramos y Bienvenido Martín, con tesón y mucho trabajo de investigación e ilusión han reunido en dos aulas del recinto docente todos los materiales escolares que se utilizaron en España durante la última República y el franquismo. Fue entrar en la primera de las salas y mis ojos se volvieron niños. Los mismos pupitres de madera, ligeramente inclinados para facilitar el trabajo y la mirada. Sobre la pequeña mesita de trabajo los agujeritos para los tinteros, la ranurita para los lapiceros. Los asientos abatibles. Todo en perfecto orden, todo armonioso. A mi oído venían las vocecitas de mis compañeras cantando las tablas de multiplicar: dos por uno dos, dos por dos cuatro, dos por tres seis....Sobre la pared frontal, la mesa del maestro, en la República sin tarima, en el franquismo con ella. Nos dijeron que el franquismo quería poner al maestro en un plano superior al del alumno para controlarlo mejor, para conferir esa superioridad que se requería para imponer respeto. Yo recuerdo que a los maestros, entonces, los mirábamos con el máximo respeto. Ellos lo sabían todo, no hubiera hecho falta la tarima. Mientras nos anotaban estas diferencias, el grupo de amigas aportamos nuestras opiniones al respecto. Personalmente, apartándome de toda connotación ideológica me parece que la tarima es mejor porque permite a los alumnos ver al maestro sin tener que mover la cabeza a un lado o a otro. Sobre la mesa del maestro el Crucifijo, a la derecha el retrato del gordezuelo Franco, a la izquierda José Antonio Primo de Rivera. En el aula de la República, ahora no recuerdo que imagen había. Tendría que hacer memoria y ahora no tengo ganas. Eso sí, había varias posters con imágenes de artesanos con sus correspondientes oficios. Los mapas, ah, los mapas de España y Portugal, coloristas y entrañables de diferentes colores las regiones. Entonces no había Autonomías, estos pequeños reinos de taifas que todo lo han dislocado. Me fijé con nostalgia en aquellas Castilla la Nueva y Castilla la Vieja, en los ríos, en las cordilleras. Todo olía a infancia y a ternura. Yo me acordaba de mi primer maestro, don Isidro y de su bondad, de su alegría de su bonhomía. También me acordé de una odiosa maestra, doña Regina, que me enseñó a tener mi primer sentimiento de odio y de rencor. Pegaba a las niñas más humildes mientras que a las hijas de los más importantes las sentaba sobre sus rodillas y les daba caramelos. Junto a los pupitres, algunos cabases, aquellas maletitas de madera donde guardábamos nuestra pizarrita y los pizarrines, los lapiceros, el cuaderno. También las pequeñas estufitas caseras, algunas hechas con una lata de sardinas partida por la mitad y con un asa para agarrarla. Allí se introducían las brasas y servían para calentar las manitas. Yo no recuerdo tener nunca una latita de esas pues en mi escuela había estufas eléctrias. Mi padre trabajaba en una empresa hidroeléctria y la luz era gratis. Todo era gratis. Todo nos lo facilitaban en la escuela porque la empresa Iberduero era rica, pero en las escuelas rurales se pasaba mucho frío. Eran otros tiempos. Cuántos recuerdos y cuántas emociones en un par de horas. Salimos de allí con el corazón palpitante y con el alma serena.