Hace tres días enterramos a mi tía Josefa, una de las hermanas de mi padre. De mi tía Josefa ya habia contado cosas. Era una mujer seca y fría, tan fría como el mismo día que introdujeron sus cenizas en el panteón. Nunca había asistido a un funeral de cenizas, siempre habían sido funerales de cuerpo presente. Corpore in sepulto. Mientras asistía atenta a la ceremonia religiosa miraba la pequeña urna color marrón sobre una mesa cubierta por un sencillo tapete (no recuerdo el color) y cuatro velas encendidas en cada esquina. Mi tía Josefa convertida en cenizas. Allí su nuera y dos de sus nietos. Su marido, mi tío Francisco, murió al poco tiempo de morir su único hijo por una fatídica enfermedad que lo llevó a la tumba. Mi tío no pudo resistirlo y mi tía, que estaba como un roble, tampoco. Se fue dejando morir, hasta que lo consiguió.
Miraba la urna y pensaba en la vida tan triste de esta mujer que nunca salió del pueblo, que nunca salió de la provincia de Zamora, que nunca fue al cine, que nunca fue a espectáculo alguno. Que nunca necesitó nada más que lo que tenía, que nunca quiso hacer otra cosa que lo que hacía a diario. Recordé la tarde de un tórrido verano que acudí en su ayuda porque un pobre pájaro se había introducido entre las ramas de un cerezo al que se había cubierto con una red para evitar, precisamente, que se las comieran los pájaros. Yo estaba sola en el jardín y oí el revoloteo del pájaro que se debatía entre la vida y la muerte por la sed y el calor. Mi tía llegó al lugar y sacó al pájaro con gran facilidad de su calvario para llevarlo a otro peor. Apretó el pescuezo del animal con sus dedos hasta que lo asfixió. Yo me quedé de piedra. Me dijo que el pájaro ya no comería más cerezas.
No sé de qué están hechas estas personas tan primitivas. No sé si les asiste la compasión en algún momento. Las hicieron para sufrir, para renunciar, para oir, ver y callar.
La semana pasada había nevado. La carretera, al aproximarnos al pueblo estaba helada, el campo pétreo bellísimo, la niebla confería al paisaje intimidad y misterio. Los pequeños caminos del cementerio, tan estrechos que sólo permiten pasar por ellos a una persona, cubiertos de hielo. Las tumbas todavía con algunas flores de la reciente festividad de Todos los Santos. Mi tía se quedó allí, para siempre.
Descansa en paz buena mujer.