9 de junio de 2010

El tiñoso

Estoy bloqueada, obstinadamente cerrada. Tengo la sensación de que mis ideas se han encorsetado, viven en la verticalidad, herméticamente ocultas, oprimidas. Y lo más duro de la situación es que no permito, ni quiero, que salgan de mí, que me evadan de mí misma....
Cada vez me afianzo más en la idea de que nuestros peores enemigos viajan con nosotros, se nos han subido a la chepa, como ese viejo tiñoso y maltrecho que alguien se encontró en el camino y le ayudó a enderezarse y a que se subiera a su espalda para que avanzara. Entonces el tiñoso renació de su propia miseria, se irguió a lomos del pobre hombre, apretó sus rodillas contra la doblada espalda de su salvador y comenzó a azuzarlo para que corriera.
Nuestra mente, a veces, se empeña en ser como ese viejo miserable: nos azuza, nos impele, nos masacra, nos hace despreciables, nos impide hasta de limpiar nuestra conciencia, dura y cruel como el tiñoso.
Hoy he estado viendo la vida de Gala, la famosa musa de Dalí, la musa universal, la única musa del siglo XX. Gala sólo fue musa. Se conformó con muy poco. Hoy, las mujeres no quieren ser musas de nadie, quieren ser ellas. Sólo quieren ser ellas, sin que las encorseten, sin que las rieguen cada día para estar bellas y lozanas. Las mujeres hoy quieren conquistar el mundo como ellas fueron conquistadas a lo largo de la historia. Las mujeres hoy, quieren todavía algo más: quieren que las dejen vivir, quieren libertad, quieren desprenderse hasta de sí mismas: su peor enemigo.

18 de marzo de 2010

La tía Fernanda

Fernanda era una joven atractiva y despierta. Vivió su niñez y adolescencia en un pueblecito aislado del mundanal ruido sin más distracciones que las fiestas y las celebraciones familiares. Era guapa y lozana y los chicos del pueblo se la rifaban. LLegó a tener tres novios a la vez pero no le gustaba ninguno para casarse. Ella esperaba su príncipe azul que la enamorara y la llevara al altar. Pero ese príncipe no llegaba y ella se entretenía con lo que había.
Uno de sus novios era muy zafio y paleto. Ella le daba calabazas una y otra vez y hasta le hacía cambiarse de ropa pues decía:" yo, con esas pintas no voy contigo a ningún sitio". El pobre novio iba mohino a su casa para cambiarse de ropa. Si llevaba un pantalón de pana, se ponía uno de paño y si lo complementaba con una camisa de cuadros, ella le decía que debería haberse puesto una camisa blanca y corbata. El pobre novio iba y volvía a ver a Fernanda hasta que, ya avanzada la tarde, era hora de marcharse a casa y el pobre no había podido ni acariciarle la mano.
Otro de sus novios, que le hacía un poco tilín, no podían llegar a nada porque Fernanda tenía un perrito que no se apartaba de ella y el pobre animal tenía por costumbre de, cuando llegaba el afortunado a buscarla y se sentaban en el poyo de piedra que había delante de la casa, el perro se colocaba frente a la pareja y, al parecer, asomaba su colilla color de rosa, puntiaguda y pequeña. A Fernanda le crispaba los nervios ver al perro, así, de esa guisa. Cada tarde ocurría lo mismo y Fernanda no podía concentrarse ni el chico ni en la conversación pues el perro la avergonzaba.
Una tarde, tan cansada estaba de la situación que se encaminó al río mientras iba seguida por el fiel perrillo. Al llegar a la orilla, Fernanda, que llevaba escondida una cuerda, cogió una piedra lo suficientemente grande y la enrrolló a la misma haciendo un fuerte nudo para que no se soltara. Con la otra punta enrolló el pescuezo del animal e hizo un nudo en torno al mismo. Lo tomó en sus brazos, no sin antes haber arrojado la piedra al agua para lo que se había subido a una peña. Acto seguido dejó caer al perro que siguió la suerte de la piedra. No lo volvió a ver.
Fernanda se quedó tranquila pues nunca más el perro sería testigo de sus encuentros con su novio.
Pasaron los años y el tercero de sus novios, del que realmente estaba enamorada, se marchó un día, dijo, para arreglar los papeles para la boda, pero el novio nunca jamás apareció. Fernanda se quedó rumiando su pena y también, -tal vez- su remordimiento, hasta que le llegó el cuarto novio al que no quería en absoluto. Se casó con él y vivió con la comodidad que ella quería y llena de cariño por parte de su marido. Hoy, ya anciana y sumida en una fuerte depresión ve pasar los días, las horas y los minutos, sola, aunque tiene hijos y nietos, pero, cada cual, anda a lo suyo.

16 de marzo de 2010

Día perro

Hoy es uno de esos días en los que más me hubiera valido quedarme en la cama. De pronto tengo frente a mí la guerra. Esa guerra interpersonal que no se sabe de dónde viene pero que viene. Viene y te ataca desde todos los frentes y tú sin armas para contraatacar.
Ayer me incomodé con una amiga. Hablábamos de poemas y de poetas y le comenté que había presenciado un recital de autores jovenes que no me había gustado nada. Su lenguaje era zafio, a veces soez, pobreza lingüística. Se nota la falta de cultura, se nota el fracaso intelectual de la gente universitaria. Porque se trataba de universitarios.
Mi amiga dijo algo que no me gustó, al tiempo que hacía un gesto con sus manos marcando comillas. Yo la interpreté como quise y le respondí muy airada. Nos cruzamos unos cuantos dardos que a punto estuvieron de matar nuestra amistad, pese a que ésta se remonta desde hace más de treinta años. Más incluso, pues cuando éramos casi niñas ya compartimos clases en el Instituto. En fin. Hoy le he escrito un email para pedirle disculpas. Todavía no me ha respondido.
Hace dos días eché una reprimenda a un amigo, tan áspera y contundente que no supo qué responderme. Lo arreglé después, dándole un beso y disculpándome, al tiempo que le decía "tuve que decírtelo porque se me hubiera clavado la espina durante mucho tiempo.".
Ya no voy a contar los motivos de mi enfado porque puede resultar surrealista, pero a veces, las cosas no salen como queremos. Se nos bifurcan y se pasean por los ignotos caminos de nuestra sensibilidad para hacernos daño. Hoy, desde por la mañana, he sentido esa pesadumbre interior que nos cercena el alma, que no sabemos cómo echarla, sacarla de nuestro corazón para siempre. Cuando esto me ocurre, suelo escuchar música. Fados lastimeros de Amalia Rodrigues, el Réquiem de Mozart, e incluso Concha Buika, la que canta con los ojos cerrados.
Así hubiera querido tener los míos hoy, para no visualizar ciertas cosas.

12 de marzo de 2010

Los sueños

Ayer, me llamó mi hermana Toya por teléfono para decirme que ha hablado con nuestra madre. Le ha contado sus sueños y, al respecto, me comenta mi hermana que no le extraña que nuestra madre no quiera levantarse de la cama. "Estas piernas no me quieren andar" o, cuando está más deprimida que de costumbre, "Este cuerpo pide tierra". Esta frases la decía mi abuela y también mi bisabuela, por tanto, ahora, le toca a mi madre. Yo serè la siguente.
"No me extraña -dice Toya-, que no quiera levantarse de la cama. No veas qué vida tiene cuando duerme, ¿te ha contado lo que sueña?" Pues no, últimamente no me habla nada de sus sueños.
Según le cuenta a mi hermana, mi madre, en su último sueño, tenía la casa llena de electrodomésticos, los habituales y muchísimos más. Todo son electrodomésticos, en todas las estancias de la casa. Y le hablan. Sí, sí, le hablan los electrodomésticos: el lavavajillas, la lavadora, el aspirador, el microondas, la plancha...sí, sí, hasta la plancha. Ella, -mi madre-, al parecer se enzarza con sus electrodomésticos en discusiones bizantinas donde no se ponen de acuerdo. El lavavajillas se queja de que le falta abrillantador y no puede dejar la loza como quisiera. El aspirador le manifiesta que tiene la bolsa llena y que no da abasto. El microondas está aburrido pues apenas lo usa más que para calentar la leche, -con la de cosas que podría hacer-. La lavadora se pone furiosa porque a veces encuentra entra la ropa blanca algún calcetín o media y le molesta mucho, pues a ella, si la programan para ropa blanca, no quiere intrusismos para que luego arremetan contra ella. Y ¿la plancha? Hasta una cosa tan nimia, al parecer, tiene mucho qué decir. Nunca aciertan con ella, la dejan expulsando el vapor mientras se van a hablar por teléfono y, claro, cuando vuelven a ella, se ha evaporado todo y el embozo de las sábanas no queda planchado como a ella le gusta. Y claro, la culpa, a la pobra plancha.
Lo que no me ha comentado Toya es lo que le dice mi madre a los electrodomésticos. Me la imagino hablándoles como cuando nos hablaba a nosotras de pequeños: que si no hacéis las cosas bien, que si poneos a estudiar, que ya está bien de discutir, o, sentaos aquí que os cuento una historia. A lo que nosotros corríamos a su lado porque las historias de mi madre eran de lo más sustanciosas. Y no sólo eso, sino que mi madre interpretaba, imitaba voces, atipladas, broncas, aterradas. Escuchar a mi madre era todo un espectáculo. No sé si los electrodomésticos se quedaràn, de igual modo, anonadados ante los diálogos, mano a mano, con mi madre.
Mi hermana le decía a nuestra madre: Y luego dices que estás sola?
Mi madre, 86 años mañana, día 13 de marzo, es una mujer jovial, vital, divertida, eficaz narradora de historias. Se acuerda de los relatos que le contaba su abuela, de los versos, de las cruentas historias que ella vio o escuchó a sus mayores. Mi madre y su hermana la tìa Luisa son las mayores de cuatro hermanos. Ambas muy guapas. Al parecer, en su pueblo, tenían a los chicos a mal traer. Todos las querían, todos querían casarse con ellas, pero ellas no querían nada con los del pueblo pues se dedicaban a la agricultura, como mi abuelo y estaban hartas de ir al campo a segar, a trillar, a recoger la leña que mi abuelo cortaba para meterla en el carro. No, no, ellas no se casarían con ninguno del pueblo. Tuvieron suerte y se casaron ambas con dos señoritos, de empleo y sueldo, de muy buen empleo y mejor sueldo, lo que les permitiría cambiar sus vidas. No voy a referirme a la felicidad, si la consiguieron en su totalidad, pues la felicidad completa no existe, pero ellas disfrutaron de su situación, lo que nos permitió a nosotros, sus hijos, disfrutar de una doble vida que vendría a enriquecer nuestra cultura. Porque, por un lado, nunca rompieron el contacto con el pueblo, con las costumbres, con esos lazos que no se rompen nunca. Y por otro, tuvimos la oportunidad de vivir una infancia y adolescencia, digamos, muy urbana, muy "señorita".
Durante muchos años nos reuníamos en casa de los abuelos, tios, primos y otros familiares para celebrar las matanzas, los bautizos, los entierros. Ah, los entierros. Cuántas vivencias, cuántas imágenes y cuántas experiencias. No sé por qué razón los entierros dejaron tanta huella en mi vida. Me sorprende todavìa cuando oigo decir a tantas personas que ellas no han visto nunca a un muerto. -qué miedo, qué horror- ¿Miedo, horror? Nunca he entendido ese prejuicio hacia algo tan natural como la muerte, tan consustancial a la propia vida.
Mi madre, sigue soñando con situaciones inverosímiles. Los sueños son esperpénticos, surrealistas, pero dan muchas posibilidades de convertirlos en fantàsticas piezas literarias.