Mi querida hermana Manoly: Han pasado muchos años, más de cuarenta, cuando me dijiste que si algún día te pasaba algo que yo cuidara de tu niña pequeñita. Hiciste que te lo prometiera y te lo prometí. Pasaron los años y tu niña es ya una mujer que acaba de contraer matrimonio. Ya no hay que preocuparse por ella, además, ya tiene marido, un compañero que sabrá cuidarla y protegerla y tendrá compañía siempre, si las cosas van bien en su matrimonio. Ya ves, ahora eres tú la que empiezas a necesitar de ella porque has tenido la mala suerte de heredar la enfermedad de nuestro padre; Alzheimer. Cuando nos dijeron lo que tenía, apenas sabíamos nada de ese terrible mal. Lo fuimos sabiendo día a día, poco a poco. Nuestro padre era un hombre serio, coherente, educado, amable, culto, preocupado de sus hijos, correcto, íntegro en su trabajo y, de pronto, comenzó a tener rarezas. Se hizo maniático y empezó a hacer comentarios sobre personas de nuestro entorno que nunca había hecho. Nos sorprendían aquellas reacciones. Comenzó a tener dificultades con el lenguaje, incluso con la escritura. Él escribía muy bien y se preocupaba de que nosotros lo hiciéramos también sin faltas de ortografía. Nos decía que utilizáramos el diccionario, que lo tuviéramos siempre a mano. Recuerdo que un día fue a verme a mi oficina. Llegó por sorpresa, despeinado y sin afeitar. Me sorprendió mucho, tanto su aspecto como aquella visita intempestiva en horas de mi trabajo. Llevaba una carta manuscrita en la mano que intentaba dirigir a su hermano cura, nuestro tío Luís. Me la mostró para que la viera. Cuando miré el papel me quedé estupefacta. Los renglones aparecían torcidos y casi todas las palabras iban mutiladas; les faltaba alguna sílaba, por delante o por detrás. Un nudo apareció en mi garganta. Tal vez aquél fue el instante en que yo supe lo que era el Alzheimer. Lloré mucho. Le acompañé a casa. Le ayudé a terminar la carta y la eché al buzón. También, cuando leía el periódico, a veces lo tenía al revés, intentaba leer pero las hojas del periódico se le resistían y no sabía en qué posición colocarlo. Poco a poco su decrepitud iba en aumento. A veces se le caía un cigarrillo al suelo y le decía: papá, se te ha caído el cigarrillo y él miraba hacia arriba sin discernir si tenía que buscarlo en el suelo o en el cielo. Era terrible mi querida Manoy. Horroroso.
Mi querida hermana. Desde hace tres años tú también has empezado a tener dificultades. Ya no puedes conducir tu coche porque un día, según me dijiste, te encontrabas en la ciudad y de pronto te diste cuenta de que no sabías dónde estabas ni lo que hacías allí. No conozco más detalles pero imagino que a partir de entonces abandonaste la conducción. Se te ha olvidado jugar a las cartas. Te gustaban tanto... Eras una experta barajando. Me alucinabas cuando te veía barajar con aquella destreza: como en las películas que yo había visto alguna vez. Tus manos eran muy hábiles y a gran velocidad, las cartas, una a una, iban interponiéndose en un barajeo perfecto. Eras viva, locuaz, dispuesta, decía siempre nuestra madre: da gusto con Manoly, siempre tan dispuesta, tan activa, siempre ideando cosas para hacer. Cocinabas a la perfección, tanto sofisticados platos como exquisitos postres. Eras perfecta y yo, de pequeña, te lo confieso, te tenía mucha envidia porque me parecía que eras más querida y admirada que yo. Yo, a tu lado era un desastre.
Mi querida Manoly. Acabo de regresar de la boda de tu hija, de Alemania donde vives y nos hemos dado cuenta de que el Alzheimer ha empezado a hacer de tu persona su presa. Has perdido aquella luz que tenías en tu mirada, dialogas pero no como antes. No preguntas por casi nada y la conversación languidece. No sé qué sientes, no sé qué pasa por tu cabeza, no sé si te das cuenta. Seguro que sí porque estás empezando el declive y debe ser horroroso. Un día recuerdo que nuestro padre me dijo, cuando la enfermedad casi lo dominaba que "como se podía estar vivo estando muerto". Fíjate que frase.
Sabes Manoy, he llorado mucho estos días, he sentido también cierta alegría cuando hemos bailado juntas y sonreías y llevabas el ritmo perfectamente. Quiero pensar que lo tuyo va a ser más leve que lo de nuestro padre, tal vez tú puedas retrasar esa decadencia celular incontrolable. Tal vez tus neuronas se frenen y te permitan vivir muchos años con calidad de vida.
Me traje de tu casa una bonita fotografía donde estás con tu amiga Hadrum, tú haces el pino sujentando con las manos tu bello cuerpo, torneado, atlético, mientras tu amiga te mira con la boca abierta. Siempre has sido deportista y ello ha contribuido a mantenerte bella, fuerte, vigorosa. No sabemos hasta cuándo. Sabes una cosa? desde que he regresado de Alemania busco en youtube la canción que nos pusiste el otro día en tu casa "fuiste mía un verano", de Leonardo Favio. Colocaste el cd en el reproductor de música y la cantabas mientras bailabas. Me emocionaste. Te la sabes de memoria. Tu amiga me preguntó que si cuando nos hablabas a tu familia española te entendíamos. Sí, le dije. Imagino que, al ser tu primera lengua la española, la primera que aprendiste la recuerdas con mayor nitidez, mientras que el alemán, tu lengua de adopción se ta ha empezado a resistir y tal vez sea algo menos coherente. No lo sé, esto es mera suposición porque el Alzheimer se empeña en destruir lo que ocurre de reciente en la mente mientras lo del pasado está presente. Qué complejo es nuestro cerebro y qué poquito se ha avanzado al respecto.
Ojalá que cuando nos volvamos a ver, que sea pronto, podamos volver a bailar, pasear, cantar alguna canción que recuerdes y que sigas poniéndote guapa. Ojalá.