Quisiera escribir los textos más bellos esta noche. Arrancar el silencio de lo má profundo del Duero y escuchar la voz del molinero al otro lado, cuando, entre cánticos, llamaba con dulzura a su esposa que tendía la ropa sobre la verde pradera de la orilla.
Esta noche, hubiera querido escribir los más bellos cuentos sentada en uno de los poyos que se encuentran al lado de la iglesia de San Claudio. Sí, hubiera querido cantar yo también y que despertaran las figuras que adornan los capiteles de las columnatas de la iglesia. Esta misma mañana me adentré en el templo y recorrí con mis ojos la belleza que guarda su interior, la piedra blanca en perfecta armonía, la imagen del Cristo del Amparo a la izquierda, esperando un año entero a ser sacado de la iglesia para procesionar junto a los ciento cincuenta hermanos que conforman la procesión. Silencio en el interior del templo, como silente están mis labios y callada mi boca.
Hoy han discurrido mis pasos por el rumoroso barrio de Olivares y en el puente de piedra me he sentado en una silla para escuchar a una banda de música que interpretaba pasodobles, algo muy poco propicio para un lugar tan bello. A mi derecha, la noche me mostró la catedral iluminada, las peñas de Santa Marta, ambarinas por los faroles, el río bajo mis pies, discurría ensimismado hacia su destino. Y yo, esta noche querría sentir en mi alma lo que sentí alguna vez, sentir que la vida es bella, que la vida, aunque se escape de las manos, sigue siendo bella.
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