26 de enero de 2013

Amor


 Ayer se fue mi hija a Madrid, se fueron dos de mis hermanas, una a la vecina Cáceres, otra a Alemania. Se fueron y yo me quedé como si no hubiera pasado nada. A mi mente acudieron aquellas despedidas cuando y0 era estudiante y me iba a Madrid dejando a mi madre en la puerta llorando y yo con el corazón compungido porque sabía que no iba a volver a verla hasta las próximas vacaciones. No me atrevo a decir que yo quería más a mi madre y que mi madre me quería más a mí, que lo que yo quiero ahora a mi hija o que mi hija me quiera a mí, porque el amor entre ambas es incuestionable, pero siento que algo ha cambiado, que no se viven las relaciones materno filiales con aquella vehemencia y entrega. Ahora parece como si no hubiera ni tiempo para demostrarnos cuánto sentimos la separación, cuánto vamos a extrañarnos durante el tiempo que permanezcamos lejos, porque los hijos y los padres andamos cada uno a lo nuestro. Dios mío, antes, las madres no tenían ni lo suyo porque sus vidas estaban dedicadas a lo de los otros, ellas no eran, no tenían, no se iban, ellas estaban siempre allí, siempre en el lugar para despedir y recibir a los que se iban, ellas estaban allí, llenas de un amor inmenso para darlo a los hijos, para que ellos, al marchar, supieran que allí se quedaba contrita y triste, esperando la vuelta, para abrazar, para mirar el rostro del hijo o de la hija con arrobo, escrutando los cambios, imperceptibles para los demás, pero no para la madre.

Hoy me he sentido especialmente triste por esa sensación de desapego, de desarraigo. Hoy, me doy cuenta de que ya no nos necesitamos tanto los unos a los otros. Se van los hijos, se alejan; se van también los hermanos, se alejan de nuestro lado y nuestra vida sigue extendiendo tentáculos, abarcando nuevas sensaciones, inventando nuevas metas, otros horizontes. Caminamos por vías diferentes, como el tren se desliza sobre esos dos carriles paralelos. A veces, de vez en cuando, se unen en un punto, en un mudo nudo de comunicación, se cruzan y vuelven a separarse. Mi madre, 86 años, es todavía ese nexo fundamental. Y necesario.