1 de diciembre de 2011

EN LA ZARZUELA

He vuelto a Madrid donde he estado un par de días. Asistí por primera vez al Palacio de la Zarzuela para la entrega del premio FIES de Periodismo a Carlos Sentís, fallecido la semana pasada. Lo recogíó su hijo. El acto, muy breve, consitió en los saludos del Rey a los familiares y la posterior foto de familia. Apenas tres minutos de audiencia. La sorpresa vino en la segunda audiencia, donde el Rey recibió a 21 niños españoles ganadores del concurso "¿Qué es un rey para ti?. En el salón dedicado a este tipo de actos, se hallaban los 21 niños, 4 varones y el resto hembras, sentados en sillas. Detrás de cada niño sus respectivos maestros, también 6 varones y el resto mujeres. Me dije, cómo pitan y pintan las mujeres. El rey frente a ellos al otro lado del salón sentado en una silla junto a una pequeña mesa. Don Juan Carlos está torpón, caminaba inseguro, tal vez por la última caída y el golpe que se dio contra una puerta cerrada cuando entraba en el recinto de la piscina. Ocultaba su amoratado ojo con unas gafas oscuras que no se quitó en ningún momento. Esta circunstancia, sin embargo, no restó al monarca su buen humor, simpatía y cariño hacia los niños. Cada uno de ellos fueron acercándose para mostrarle sus trabajos y explicarles lo que habían hecho. Para todos tuvo el Rey palabras de agradecimiento y bromeó con cada uno de ellos. Una de las niñas le dijo que lo veía como a un Rey Mago a lo que él respondió inmediatamente: "de mago nada". Otra de las niñas había dibujado el mapa de España postrada en una cama con la bandera de España a modo de colcha. El rey al lado y con un termómetro en la mano se disponía a tomarle la temperatura. Le gustó mucho el ingenio de la niña y le dijo: "Bravo". Besó a todas las niñas y a los niños le dio la mano, siempre con ese gesto cercano y cariñoso que le caracteriza.

Mientras presenciaba estas tiernas escenas me decía a mí misma que pese a los privilegios que tiene la Monarquía, también tienen que tener mucho temple para soportar, siempre con sonrisas y buena cara lo tedioso de las audiencias, los saludos, las palabras, el estar por estar en cada momento. Me dije que qué coñazo deben ser las obligaciones de los reyes. En esta ocasión, imaginé el disgusto de don Juan Carlos ante las graves acusaciones que se vierten estos días sobre su yerno, el marido de la Infanta Cristina, que están poniendo en evidencia la ética de la familia. Imaginé el esfuerzo que hay que hacer para aguantar sin que se note, que se está en boca de todos y no para bien.

Otra de las sorpresas para mí, fue que el premio primero fue para una zamorana de Benavente, lo que me llenó de alegría.

Me gustó conocer la casa del Rey, el palacio, un lugar sencillo, sin lujos, sin excesIvo mobiliario, sin excesos en la decoración. Comparándolo con los palacios de otras cortes europeas como la inglesa, el Palacio de la Zarzuela es, hasta humilde. Me gustó mucho y me gustó el entorno donde está ubicado. En plena naturaleza, rodeado de grandes pinadas por donde correteaban los venados. Fue un palacete de caza en otros tiempos e imaginaba lo que debieron ser las cacerías, las piezas cobradas y amontonadas, imaginaba a los cazadores. Hoy es un lugar protegido, tranquilo y solitario.

Me gustó ver al Rey pero me apenó su estado físico, muy deteriorado pese a que todavía no es muy viejo. En España hay muchos republicanos que les gustaría acabar con la monarquía, pero olvidan que el Rey don Juan Carlos ha sido el nexo fundamental para que el paso de la dictadura a la democracia se hiciera en paz y sin altercados. El Rey fue también el que abortó el golpe de estado del 23 F cuando Tejero entro, arma en ristre, en el Congreso de los Diputados para secuestrar a los integrantes de la Cámara al completo. Yo, sin ser monárquica, ni republicana, ni de nada, sí soy juancarlista. Y le deseo muchos años al Rey.

8 de noviembre de 2011

Harta

Cada vez que me reúno con ellas siempre me voy a casa irritada. No lo puedo remediar. No soporto ni sus conversaciones, ni su forma de ser ni estar. Me parece que en estas personas se cumple aquello que nos enseñaban de pequeñas y que estudiábamos en los libros de religión cuando hablaban de los "sepulcros blanqueadaos". Pues bien, todas estas señoras son verdaderos sepulcros blanqueados.

Hacía mucho tiempo que no las veía. Ha pasado el verano por completo y creo que la última vez que me reuní con estas amigas fue en el mes de mayo. Ni una llamada, ni un intento de volver a vernos, ni nada de nada de nada. Y ¿por qué? Pues porque la amistad está rota. Solo se mantiene por compromiso, por aquello de no romperla por completo. Y no puedo soportar este tipo de amistades. Curiosamente, estas amigas, por llamarlas amigas, lo son desde hace más de treinta años. Hubo un tiempo en que nos frecuentábamos, compartiamos cosas, nos procurábamos con cualquier motivo y todo fluía de manera natural y amable. Yo acudía a aquellos retiros espirituales interminables una vez por mes que se desarrollaban en un primer piso. El pisito había sido comprado por gente del Opus Dei. Hasta a mí misma se me pidió que colaborase y creo que, por aquél entonces, aporté diez mil de las antiguas pesetas. Allí acudía sumisa y educadita. Atendía a la misa que oficiaba un sacerdote del Opus Dei. Recuerdo que decía sus homilías sin mirar a las señoras, -todas éramos mujeres- no miraba a los ojos, no siendo que pudiera violentarse su dormida líbido. Al parecer es una norma que se les exige a los curas del Opus Dei. No mirar a las mujeres a los ojos. "Fijad la vista en un punto indefinido del techo, como si una mosca se empeñara en distraerte", -imagino que debían decirles-. Acudía también al pisito para ver películas de Monseñor Escrivá de Balaguer, aquél curita aragonés que fue canonizado hace algunos años y ya es San José María.

San José María era de Barbastro y yo, qué casualidad, estuve ocho años allí, cuando aprobé la oposición de CAMPSA, la antigua compañía petrolífera del monopolio de petróleos donde trabajé por un tiempo de treinta años hasta que lo dejé para dedicarme a lo que quería, como escribir que era mi verdadera pasiòn. Yo, entonces, no tenía ni idea de quién era el tal José María Escrivá, pero cuando regresé a Zamora pronto tuve contacto con estas amigas y ellas fueron las que me iniciaron en las costumbres opusdeistas: rosarios, misas, romerías, películas, charletas.......todo era así y yo, entonces, me adaptaba bien a aquellas actividades que, menos mal, alternaba con muchísimas otras.

Pero pasó el tiempo y aquello se me quedó un poco obsoleto y pacato. Dejé de acudir al pisito pues me sentía rara. Las últimas veces me sentía como una burra en un garage. Dios mío, me decía, pero ¿qué estoy haciendo yo aquí? Y poco a poco fui desapareciendo y poco a poco, también, me di cuenta de que estas amigas, en concreto una de ellas que era la me llamaba siempre, fue dejando de llamarme hasta que nuestra amistad fue desapareciendo. La amistad, suelo decir yo misma, hay que cultivarla, hay que que protegerla, hay que mimarla, porque si no acaba muriendo. Como muere el amor del bebe por la madre que lo abandona. La amistad, como al amor, hay que alimentarla a diario.

Y en esta situación me encuentro cada vez que veo a estas amigas que ya no lo son, al menos, ya no las siento como amigas. Ayer, tras seis meses sin vernos y sin hablar, nos reunimos en un pequeño café para hablar de las mismas tonterías de siempre. Salió a relucir el libro de un conocido zamorano que lo titula "El olor del coche de mi padre". Ellas no lo han leído pero yo sí y les dije que me había decepcionado la parcialidad con la que habla de la sociedad zamorana de los años 60. Sólo hablaba de las familias rimbombantes de la època. Sólo cita los nombres de aquellos con los que él se relacionó dejando al resto en el más puro anonimato. Incluso, en la presentación del libro habló hasta con desdén de la "pobre gente" que le llevaban pollos por Navidad a su padre, que era médico, pero no merecieron que se les nombrara. Les comenté que el libro, al discriminar a las clases menos importantes pierde credibilidad. Sinceramente no me gustó. A ellas les pareció normal porque el autor no se relacionaba con nadie más que con los de su clase. Una de ellas arguyó, incluso, que su madre no la dejaba que se relacionara con las chicas que venían de los pueblos, con las que vivìan en barrios periféricos.

Me fui de la reunión furiosa diciéndome a mí misma que es la última vez que quedo con ellas.

18 de octubre de 2011

Monólogo

Decía en mi post anterior que un amigo, actor de teatro en paro, me pide que le lescriba un monólogo para él. Aunque, de entrada, le dije que sí, ahora me doy cuenta de que no sé si el monólogo, al escribirlo yo, debería de ser femenino, o si sería capaz de ponerme en la piel de él y escribir lo que, imaginaría, que sentiría por dentro.

Escribir sí, pero dentro de quién: de él o de mí misma. Escribir sobre lo que yo siento, pienso, barrunto, elucubro es fácil, solamente tengo que dejar volar mi imaginación y teclear, como haho ahora, las teclas de mi ordenador. Pero escribir de mi amigo, actor, que ha trabajado en numerosas películas, que conoce los intríngulis del celuloide, los rodajes, las tomas, los cortes....de eso, yo no sé nada de nada. Puedo imaginarlo, eso sí, pero nada más. Claro que podía ponerme en su piel y monologar sobre su vida. Todo lo que me ha ido contanto, que no está nada mal. Ahora mismo, piensa en trabajar para poder viajar a Colombia para ver a sus hijas. A su mujer también, pero no tanto. Me comentó que tiene cincuenta y tantos años, muy bella y ahora tiene un novio veinte años menos que ella. Es curioso, pero cada vez conozco a más mujeres que tienen parejas mucho más jóvenes y, cada vez, sé de más hombres jóvenes que se interesan por mujeres mayores. Me pregunto qué es lo que ven en las mujeres mayores. Podría ser experiencia. Podría ser. Pero, según la edad, -pienso- no tendrán demasiada experiencia por si les cogió la época franquista y las españolas estaban muy reprimidas. Ahora ya no, ahora se han despendolado de una manera que se han pasado siete pueblos y medio. Mi madre me ha contado que cuando iba a pasar algún rato a los clubs para jubilados, las mujeres actuaban con mucho descaro. Eran ellas las que comprometína a los hombres, eran ellas las que se llevaban a los hombres a vivir a sus casas para poder disfrutar de la pensión del susodicho. Y hacían todo esto sin el menor recato.

Mi amigo tiene esa labia característica que embauca a las mujeres. Bien es verdad que siempre se ha dicho que los hombres conquistan por la palabra, por su discurso. El físico, su guapura y galanura, si sólo son esas preces las que lo adornan, duran poco. Se agota. A la mujer le gusta que la conquisten por la palabra, por la conversación, por la inteligencia, por esa forma de ver el mundo y las cosas que consiguen que una mujer se sienta atraida por el hombre. Y claro, hay que mantener esa actitud, no caer en eso de "mucho prometer hasta meter y después, si te he visto no me acuerdo". Hay que mantener la palabra, hay que mantener la atención, el hombre debe hacer porque su pareja sienta siempre admiración, atracción y sólo él puede conseguirlo.

Mi amigo, como digo, ha tenido varias mujeres y ahora está en paro. Me contó que cuando se rodó la película en la que, después, la protagonista se suicidó, lo pasaron muy mal. Se trataba de una película que se rodó, precisamente, en Zamora, "Sombras de una batalla", donde intervenían Carmen Maura, mi amigo y otros actores conocidos que ahora no recuerdo el nombre. Se hizo un casting pues buscaban a una adolescente para hacer de protagonista. Se eligió a una jovencísima muchachita de unos 13 años. La envidia de sus amigas. Nada menos que había rodado una película, todo el mundo la conocía, todo el mundo hablaba de ella. Pasado un tiempo, tal vez, porque la chica no consiguió lo que quería, porque sufrió algún desengaño y porque no sabemos lo que pasa por la cabeza de las personas, una mañana apareció ahorcada con una soga al cuello junto al río Duero. Fue una revolución en Zamora, una ciudad tan pequeña donde nunca pasa nada.

No sé, podría escribir sobre lo que pienso aunque mis pensamientos los sacara a la luz mi amigo el actor. No sé. Mi cabeza es como una lavadora centrifugando. Me asaltan las ideas: las buenas, las malas, las regulares. Me asalta el odio y el amor al mismo tiempo. Me persiguen las imágenes que veo a diario, las que vi de niña, me persiguen las palabras, las frases que digo y no debí decir. Mis arrepentimientos, mis remordimientos. Pienso que con una vida solo, no es suficiente. Necesitaríamos, al menos, siete, para poder rectificar de tantas meteduras de pata como comentemos al cabo de nuestra vida.

15 de octubre de 2011

El guionista

Compruebo que desde el mes de agosto no había vuelto a pasar por aquí. Y me preocupa. Me preocupa porque noto un gran desinterés por algo que comencé con un brío especial. Al principio, lo reconozco, sin esperar nada. Escribir por escribir. Para no perder la costumbre. Como un lección autoimpuesta. Después, porque comenzaron a dejarme comentarios y me fueron estimulando cada vez más. Especialmente las palabras de mi amigo Jorge Muzan, ese joven chileno al que deseé conocer desde el mismo momento en que empecé a conocerle. Por aquí, naturalmente. Chile me queda lejos y todavía no barrunto visitar el país. Después, no sé por qué, pero percibo que me voy distanciando más y más de los blogs. No de éste, en concreto, sino de todos los demás. Tal vez sea una mala racha, tal vez sea porque me hayan dejado de interesar o porque me voy haciendo mayor. ¿Tal vez me amenace el Alzheime? No sé. Este temor lo he tenido ya mucho antes. Mi padre, ya lo he dicho, murió de esa terrible enfermedad a los 69 años y a los 59 ya, casi, ni sabía quién era. Hubiera cumplido años este mismo mes. El día 5. Uf....ya no sé cuantos. Sé que nació en 1917 pero no tengo ganas de echar cuentas. Qué pereza me domina en ocasiones. No sé si será la edad. Tanta vitalidad, tanta tanta. Tanta envidia que doy a todos los que me rodean y, estoy segura, caeré con todo el equipo cuando caiga.
Acabo de regresar de Praga y Karlovy Vary. No había estado nunca allí. Han sido cinco días de no parar ni un minuto. Las caminatas por la ciudad del río Moldava han supuesto como las marchas que suelo hacer de vez en cuándo, quince, veinte kilómetros sin parar. He regresado a Madrid. Otros dos días de idas y venidas en el metro, subir y bajar escaleras, andar a toda velocidad por los vericuetos de calles y plazas. El metro otra vez, ese lugar enciclopédico, vital, que me fascina por su mosaico humano, diferente, cosmopolita. Me fascinan los rostros de los desconocidos. Me fascinan los arrumacos de los enamorados: sus miradas ardientes, sun abrazos, su indiferencia hacia cuanto les rodea. El mundo para los enamorados son ellos dos. No hay nada más. Me fascinan tantos extranjeros de Santo Domingo, Ecuador, Colombia. Suelo preguntar su origen a nada que se me da oportunidad. Me fascina saber la procedencia de la gente. No tengo que preguntar el porqué están en España porque lo imagino.
El pasado día 12, día de la Hispanidad me levanté en casa de mi hija. Ante mi ventana el Palacio Real y la Catedral de la Almudena. Pasaban aviones caza, formados y haciendo un ruido enorme. De pronto caí en el día que era. Y recordé mis años estudiantes en Madrid, muchas décadas atrás, cuando yo era joven y era estudiante. Mi residencia estaba en la calle de Martínez Campos, próxima a la Castellana. Ante mi ventana tambíén varias formaciones de militares esperaban perfectamente uniformados a que les dieran la orden de comenzar el desfile hacia la Castellana donde se celebraba el desfile de la Victoria. Entonces lo presidía Franco. En uno de aquellas paradas militares conocí a un guionista de cine que estaba a mi lado viendo el desfile. Entablamos conversación. Me dijo que le recordaba a las mujeres que pintaba Julio Romero de Torres. Que me veía subida en un caballo negro, al trote por los caminos de Andalucía. Que le encantaría rodar una película conmigo. Salimos unas cuantas veces e íbamos a bailar a una boite que se llamaba Alazám. -qué casualidad- Era muy alto pero no recuerdo su cara. Bailábamos, simplemente, nada más. Entonces las chicas éramos muy formales. Y muy vírgentes (qué desperdicio, Mon Dieu). Me decía que había estado muchos años en Paris y que, al contrario que las mujeres españolas que eran todas vírgenes, las francesas no. Lo notaba incluso, cuando caminaban. No sé en qué se notaría la virginidad al andar, pero en fín, es lo que me decía el guionista de cine, de quién ni recuerdo su nombre. De él aprendí a pintarme los labios sin mirarme al espejo. Me decía que las francesas tenían un glamour especial, que sacaban de su bolso la barra de labios y sin dejar de mirar a los ojos del interlocutor se pintaban los labios. Me decía que le fascinaba aquello. Desde entonces, yo también aprendí a pintarme los labios así y lo sigo haciendo. Nunca me miro al espejo y me quedan perfectos. A muchas de mis amigas les doy mucha envidia. La verdad es que siempre he tenido unos labios muy bonitos y no sé si ello favorece.
Estoy en Zamora hace tres días. He ido a ver a mi madre. Está genial. He discutido violentamente con mi hermana Marisa. Ayer fui a Valladolid para acompañar a mi amiga Charo Antón a la presentación de dos de sus libros. Me había pedido que la presentara. Al llegar de Madrid tuve que escribir un texto a toda velociadad. No había podido hacerlo antes. Por suerte estuve muy inspirada.Le gustó mucho y gustó a la gente. Menos mal. Fue un acto agradable. Su compañero tocó la guitarra mientras recitábamos sus versos. Me estoy haciendo una rapsoda aceptable. Mi tono de voz es grave y mi dicción perfecta. Voy aprendiendo. Estaba también Manuel Fadón un actor muy bueno pero ahora no le llama nadie. Es un tipo interesante. Está separado de una colombiana de la que tiene dos hijas. Viven en Colombia y le gustaría tener algún dinero para ir a verlas. El viaje, de regreso a Zamora fue divertido. Contamos chistes. Manuel me pidió que si era capaz de hacer un monólogo solo para él. Se lo aprendería en un par de meses y lo podría representar en el Teatro Principal. Le dije que sí. Pero tengo tantas cosas que hacer, tanto en qué pensar....
No sé que dirá mi amigo Jorge de este texto. Va por él. Espero venir más a menudo. Espero no perder las buenas costumbres.