1 de diciembre de 2012

Claudio Rodríguez


Esta mañana he asistido a la última de las tres jornadas que, sobre el poeta Claudio Rodríguez, ha organizado la Biblioteca Pública. Estudiosos de la obra de Claudio han debatido sobre la "extrañeza" de su poesía, sobre su temprana madurez, sobre sus versos profundos sacados de un lugar desconocido e infinito porque no ha habido un poeta que se le parezca. Algunos apuntan, sin embargo, que Claudio, al igual que Machado, siguieron la senda del  Duero porque había mucho camino por delante. "Siempre se hace camino al andar"-dice Machado-.

Se han dicho muchas cosas sobre él a lo largo de tres días. Estaban los de siempre, sus amigos  del alma, los que lo frecuentaron y quisieron, los que presumen, con  mayor o menor legitimidad, de haber sido sus verdaderos amigos, esos que hacen de barrera o frontera infranqueable que impiden a los demás que metan las narices donde sólo ellos creen tener derecho a meterlas. Allí estaban ellos, sí, los que  sienten como suyo al poeta, los que le dieron siempre cobijo en su corazón para que no sintiera esa carencia de familia que debía sentir cuando venía a Zamora. Y allí estábamos los otros, los que también lo admiramos, lo leímos y leemos, los que pasamos junto a él de puntillas y conoocimos también a través de sus hermanas y mis amigas del alma también. Allí estaban los que tenían que estar, al fin y al cabo, para que se siga escribiendo la historia de estos lugaricos cortos, de esta ciudad levítica, a decir de Juan Manuel de Prada.

Pero al margen de estas pequeñas vanidades, legítimas por supuesto, ha habido alguna anécdota que otra, por ejemplo, que uno de los asistentes a las jornadas dejara  en evidencia al primer conferenciante, tras pronunciar su conferencia inaugural. Le preguntó a bocajarro si uno de los poemas que incluye en uno de sus trabajos era del poeta, y citó el título del mismo échándole en cara que no lo mencionara. El ponente no tuvo más remedio que reconocerlo como reconoció otros dos entuertos en los que había incurrido y que el valiente asistente expuso públiclamente. Y es que, en esta ciudad, a Claudio Rodríguez se le conoce y se reconoce su obra, breve pero intensa, y no se puede venir, desde fuera, a intentar darnos gato por liebre. Algunos apuntamos que aquello fue lo mejor de la jornada.

Otra anécdota ocurrió cuando, el segundo día, en medio de una mesa redonda, una poetisa, durante la mesa redonda dijo que había conocido a Claudio en una fiesta durante unos cursos de verano en Santander. Se acercó a ella, la sacó a bailar y bailaron toda la noche. Añadió después: "pasaron muchas cosas, pasaron muchas cosas". Allí presente, la viuda de Claudio... ¡pero si Claudio no bailaba!...(qué imprudentes son algunas personas).

Como siempre, el protagonista fue el poeta Claudio. Todo lo que se dijo de él quedó difuminado ante la fuerza de su obra. La pobreza de argumentos, ante los versos de Claudio, se queda siempre muy corta.  Quién mejor que los de casa para saber y transmitir.

Allí, en la sala de exposiciones, por primera vez, el mundo de Claudio al descubierto:  recuerdos, fotografías con amigos en diferentes momentos de su vida, con su mujer Clara, con poetas reconocidos, recibiendo premios,  recortes de prensa, libros...

Los zamoranos agradecemos el esfuerzo para recopilar estos tesoros del poeta más auténtico que nos ha dado Zamora.

1 comentario:

  1. Es increíble que se intenten apropiar de la memoria de un poeta. Lo que he leído de Claudio Rodríguez me ha gustado. Espero conocerlo mucho más.

    Un abrazo fuerte mi querida Concha.

    ResponderEliminar