11 de noviembre de 2012

Tonterías


Soy consciente de que voy a escribir tonterías pero voy a hacerlo. El otro día fui a la conferencia de una amiga que iba a hablar sobre un músico desconocido, al menos lo era para mí, Eugenio... Ella es profesora de música y sabe mucho de música y de todo pues durante su disertación, la historia fue mucho más protagonista que la música.

En el estrado junto a ella, había dos conocidos míos. Curiosamente dos conocidos, antes amigos, que me han traicionado. Con los que ya no me hablo, ni les saludo por la calle. De momento, al verlos, me sentí irritada y me dije: "si lo sé no vengo", pero inmediatamente reaccioné y me dije de nuevo: "en realidad, yo he venido a escuchar a mi amiga, no a verlos a ellos" y, automáticamente, adopté esa postura que dicen tenemos los viandantes con los mendigos, que no los vemos, son invisibles. Pues eso hice yo, me dediqué a mirar y a saludar a mis conocidos y a ellos a ignorarlos. Incluso cuando disertaba mi amiga, sentada entre los dos, solo miraba a ella, a ellos no le di la oportunidad de que su mirada se cruzara con la mía.

Durante la larga hora que duró la intervención de mi amiga, aunque estaba muy atenta a lo que decía, también hacía mis propias reflexiones y me decía, ahí tengo dos enemigos, total dos enemigos por metro cuadrado. Y comencé a repasar mentalmente la lista de enemigos que me he labrado en los últimos tiempos. Me quedé escandalizada, un noventa por ciento de mis amistades y conocidos me han traicionado de alguna manera. A algunos porque los he puesto en contacto unos con otros y después me han dejado tirada como a una colilla. Otros porque me han hecho putadas que sería imposible de narrar aquí. Pensaba, cómo no, en nuestra casa que se nos quemó y que los bomberos no hicieron nada por enfriar antes de que el fuego se iniciara. 

Tres horas de reloj estuve presente, acordonada la casa, los bomberos en el jardín y el pueblo entero de espectador, hasta que cayó el tejado y todo desapareció ante mis propios ojos. Odié a los bomberos, al alcalde, a la gente del pueblo que habían visto humo y olido a humo días atrás sin que nos avisaran. Odié a todo el mundo. Recordé la reciente muerte de un ser querido y el comportamiento de familiares que no supieron estar a la altura de las circunstancias y que han provocado que se quiebre la relación. Se va estrechando el círculo de la gente que nos quiere y eso duele. Recordé a mi pobre padre, que realizó un trabajo fotográfico inmenso para la empresa donde trabajaba y su nombre nunca figuraba en sitio alguno. He tenido que luchar varios años, enfrentándome a unos y a otros para reivindicar ese derecho. Los resultados, nuevas enemistades, nuevos enemigos. 

Yo no sé si el mundo está en mi contra o yo estoy en contra del mundo. Me cuesta mucho aceptar normas y preceptos. Me cuesta mucho aplaudir a quienes confunden al hombre con  ratas.

4 comentarios:

  1. En el camino nos vamos dando cuenta que son tan pocas las personas en las que podemos confiar, mi querida Concha.

    Cautivante prosa, como siempre.

    Un abrazo fuerte

    ResponderEliminar
  2. Tremenda!!! Que me da gusto verme ahí en cada palabra, sintiendo sin verguenzas torpes que somos tantos a quienes se nos ha traicionado y no es cosa de interpretaciones y cosas de esas. Sintiéndome identificada en tu relato, felicitaciones!!!

    ResponderEliminar
  3. Me atrapó este texto. Siento mucha identificación con tus palabras Concha. Me ha sucedido algo similar en los últimos meses, y la conclusión que ahora tengo es que me siento aliviada. Hay ciertas personas que consideramos amigos y no lo son. Que se alejen de nuestro lado es algo bueno. Lo verdadero es muy escaso, pero, en mi opinión, preferible.

    Un abrazo
    Laura

    ResponderEliminar
  4. Me impactó mucho lo que cuentas aquí y cómo lo cuentas, el que algo tangencial como una invitación de una amiga a un evento que no te interesaba demasiado, se haya vuelto en una caída en picada al centro dolorido de tu ser, ese ser que tanto analizas y en el que te centras tanto pero a cuyo fondo no pareces poder llegar. Y ahí está tu padre solo y como prefigurándote, esperándote. Ahonda en eso Concha, en tu padre. Olvídate de ti misma por un tiempo. A él dedícale todo tu honor, tu atención entera. Volver a la semilla Concha.

    ResponderEliminar