16 de septiembre de 2010

Mi madre

Mi madre ya no es lo que era. Hace un tiempo que se encuentra desganada, sin ilusión, sin ganas de vivir. Dice que las piernas no le quieren andar, que la llevan a la cama, que es donde mejor se encuentra. Dice lo que decía su madre, mi abuela, que "este cuerpo pide tierra" y me da mucha tristeza porque me doy cuenta de que mi madre ya está cansada. Sus ojos se han empequeñecido, su voz se ha hecho débil, su paso es más torpe. Dice que se siente mal porque se pasa el día mano sobre mano, sin ganas de hacer nada. Hace no mucho tiempo, se mostraba jovial y dispuesta, con ganas de decir a unos y a otros lo que hay que hacer. Arreglaba el jardin, cavaba alrededor de los árboles, se arreglaba su ropa, estrechando o ensanchando sus faldas, arreglando un vaquero al nieto, acicalándose para ir al baile. Hasta hace muy poquito. Mi madre tiene tendencia a deprimirse y cuando esto ocurre, acude al médico a que le cambie el tratamiento. Ahora ya no le apetece ni ir al médico. ¿Para qué? -dice- . Esta misma tarde la he llevado al pueblo para que disfrute de la parra, ahora cargada de uvas que los pájaros van degustándolas picoteando las más maduras. Cuando estén listas para ser cortadas, no quedará ni un racimo sano pues los pájaros se habrán comido las más dulces. Hemos estado sentadas bajo la frondosidad de las hojas mientras el sol de otoño, muy tibio, se filtraba entre las ramas del cerezo e iluminaba su rostro. No he querido bajar al embalse a darme un baño porque no quería dejarla sola. Hemos cogido los higos maduros, los que estaban en las ramas más altas los he aporreado con un palo subida a una escalera. Pese a que las ramas de la higuera parecen frágiles, aguantaban mi cuerpo, total 55 kilos.
El otoño, hoy, aunque todavía no ha llegado, ha hecho su triunfal presencia. Llueve en el exterior y se oye el bramido de los truenos. Llevé a mi madre a su casa. Hasta la fecha, no necesita a nadie, pero esa tristeza que se ha adueñado de su ser me inquieta. Y me entristece.

1 comentario:

  1. Abandonar a las plantas a su suerte es una muestra palpable del desapego creciente a la vida. A veces es sólo el deseo de no estar solos o más bien del embargo de la tristeza por no haber visto correctamente encaminadas las rutas de nuestras personas amadas. De cualquier forma, esa parra de uvas maduras y esos pájaros glotones debieron alegrarle internamente su existencia.
    Un relato profundamente emotivo, querida Concha. Espero que la mirada de tu madre recobre el brillo de los días luminosos.

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