22 de julio de 2010

Máscaras

Compruebo, no sin cierta inquietud, que mi ciudad me agobia y estresa cada vez más. Me reafirmo en mi idea de que Zamora es una ciudad para extrañarla, es decir: para alejarse constantemente de ella hasta echarla un poco de menos. Me inquieta, como digo, esta sensación porque por suerte o por desgracia, ésta es mi ciudad, aquí está mi gente y esta es mi tierra, pero me agobia y me hace sentir a disgusto. Podría citar razones y no acabaría nunca, pero siempre por abreviar, diría que las razones suenen tener nombres y apellidos. Personas con las que trato pero que me hablan desde una máscara. Y es muy triste hablar siempre con la máscara en vez de con la persona que se esconde tras ella.
Me pregunto cuál es la razón por la que unas personas se muestran tal y como son en realidad y otras, sin embargo, viven en la farsa permanente. Les gusta la hipocresía y huyen de la sinceridad porque les asusta, confundiendo la sinceridad con la mala educación.
No sé por qué estoy reflexionando sobre algo tan tedioso que me resta energía y me hace sufrir. Me viene a la memoria aquella frase de Buda que dice algo así como: "enciende tu propia lámpara y encontrarás la luz". En verdad nadie nos ilumina la vida a no ser que encendamos la candela para que nos guíe por el camino que deseamos. Ayer me despedí del amigo Walter, un italo-brasileño afincado en Lisboa que sabe mucho de la naturaleza humana y sus debilidades. Prometió que me mandaría mi carta astral. Sólo tengo que decirle el día de mi nacimiento, el año, el lugar y la hora en que nací. Esta misma tarde se lo he preguntado a mi madre y me dijo que nací a las tres de la mañana. Era el dato que me faltaba para enviar a Walter la información que necesita. Imagino lo que va a decirme. Estoy segura que me dirá lo mismo que me dijo una mujer en Natal (Brasil), el año pasado, cuando tomó mi mano y la sujetó fuertemente entre las suyas, mientras me miraba a los ojos y me decía: "Tú tienes mucho dentro de ti, mucho que debes dar a los demás, mucho bueno dentro de tu corazón que tienes que sacarlo".
Pero ¿qué ocurre cuando no podemos, o no se nos permite, ser dadivosos? A veces nos sentimos impotentes, presos dentro de nuestra propia cárcel, azuzados por el carcelero del yo que nos impide romper esas rejas de la convicción, de los prejuicios, de la gente de nuestro entorno, esa gente con nombres propios, con máscaras, aunque no sea Carnaval.
Voy a enviarle a Walter mis datos a ver qué me dice mi Carta Astral.

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