19 de noviembre de 2015

40 años de la muerte de Franco

Hoy se cumplen cuarenta años de la muerte de Franco. Algunas emisoras de radio instan a sus oyentes para que digan lo que hacían en los momentos en que se enteraron del acontecimiento.

Yo acababa de estrenar casa. Hacía algunos meses que había vuelto a Zamora desde Barbastro, en Huesca, para ocupar una plaza que había solicitado pues tenía muchas ganas de volver a mi tierra tras ocho años de permanencia en aquella localidad pirenaica. Cuando oposité a Campsa, aquella extinta y legendaria Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, S.A., para ocupar mi primer y único trabajo durante treinta años, me destinaron allende de mis fronteras territoriales comunitarios. A Barbastro. Unos ochocientos kilómetros me separaban de mi familia, de la casa de mis padres, de mis amigos, de todo lo que había sido mi vida hasta entonces.

Acababa, como digo, de estrenar casa y había recibido mi mobiliario ese mismo día. Mi compañía era muy generosa y cuando se producía el traslado a otro lugar de cualquiera de los empleados, la compañía se hacía cargo de todos los gastos, incluso de cargar los muebles en el camión y llevarlos allá donde fuere. Y fue el 20 de noviembre de 1.975 cuando llegó el camión a mi destino, a Zamora, coincidiendo con la muerte de Franco.

Era ya de noche y mis muebles estaban distribuidos por aquí y por allá sin orden ni control. La televisión todavía en el suelo, encendida, y yo, tras la noticia de la muerte de Franco me hallaba sentada en el suelo frente a la pantalla mientras veía en el Palacio Real al Caudillo en su caja de muerto y a cientos de españoles que pasaban ante él. La mayoría lloraban conmocionados. Y yo, por pura inercia, también. Lloraba sin saber exactamente porqué. Al fin y al cabo yo había nacido siendo Franco el Jefe del Estado Español, siendo mi padre franquista hasta el tuétano y, además, viéndolo en alguna ocasión cuando vino a mi pueblo, Los Saltos del Esla, a inaugurar yo no sé qué. Franco para mí, entonces, era como de la familia, porque en mi casa se le respetaba y nunca jamás oí hablar mal de él. No olvidemos que mi padre era del régimen. Bueno, como casi todo el mundo. Con el paso de los años, me doy cuenta de que, entonces, ¿quién no era del Régimen...? Viví en una dictadura y a mí me pasó desapercibida. Y no sé si aquello fue bueno o malo, porque después he oído numerosas historias de gentes que sufrieron realmente la dictadura y, francamente, no son dignos de envidiarlos. Cuentan cosas terribles de lo que pasaron en la guerra civil, de las persecuciones, de los asesinatos entre hermanos, de la crueldad. Como ocurre en tantos otros lugares de los que tenemos noticias día a día. Pero yo, he de confesarlo, no pasé por nada de aquello como tampoco ningún miembro de mi familia, por tanto, no se generó en mi interior ningún odio hacia el Dictador. Tal vez lo hubiera merecido, pero no puedo decir lo que no siento.

Hoy,. 20 de noviembre, cuarenta años después, vivimos la muerte de Franco como algo muy lejano, como si a nadie le importara. Y es que no le importa a nadie. Precisamente, no hace ni un mes que visité por primera vez el Valle de los Caídos, ese lugar casi exótico donde se yergue un inmensa cruz de piedra, de no sé cuantos metros que se ve a no sé cuántos kilómetros a la redonda. Allí, en el interior de la espectacular basílica franquista, reposan los restos de Franco frente a José Antonio Primo de Rivera, otro personaje de leyenda que, a buen seguro, los jóvenes de hoy ni han oído hablar de él. Ay que ver, cuántos acontecimientos he vivido en mi ya dilatada historia. Y los que, barrunto, me tocará vivir si Dios me concede vida.

Hoy, cuarenta años después, el mundo se estremece ante la ola de terror que los radicales musulmanes protagonizan. Hoy, los analistas políticos del mundo reflexionan sobre las causas de los atentados de Francia, de Londres, de Madrid, de......atentados que nos deberían hacer reaccionar y abrir los ojos y estar atentos a lo que acontece. Abrir los ojos y ver con nuestra propia mirada. Oír y escuchar con nuestro propio oído. No dejemos que nadie nos pongan vendas en los ojos y nos taponen los oídos. No nos dejemos manipular por intereses gubernamentales y armamentísticos que buscan siempre sacar beneficios de las guerras. Tenemos que estar muy atentos y no enzarzarnos en discusiones estúpidas que minan nuestra razón.

Hoy es 20 de noviembre y todos temblamos.



5 de octubre de 2014

CINCO DE OCTUBRE


Ha pasado el cinco de octubre y he estado a punto de no recordar fecha tan señalada. Hoy, padre, hubieras cumplido años, creo que 97. Y ha coincidido este día con la fiesta del Ofertorio de tu pueblo, una fiesta entrañable para ti y que nunca te perdías. Yo también recuerdo algunos de aquellos ofertorios cuando niña, junto a ti, al lado de  la Iglesia y del cementerio donde había acudido a algún entierro, cuando la muerte era cosa de otros, de viejos, de enfermos. Hoy, a esa señora armada con guadaña, la siento cercana, como un familiar lejano pero persistente. Padre, hoy ha sido tu cumpleaños pero hace mucho tiempo que te fuiste de nuestra vida, te evaporaste como el humo se escapa por la chimenea. Pero siempre queda el recuerdo, los momentos, los instantes que una y otra vez me llevan a ti. Hoy, padre, día de tu cumpleaños,  lamento decírtelo, pero no me acordaba de este día y eso que estuve en nuestro pueblo. Pasé  cerca aunque no me detuve porque tampoco recordaba que era el Ofertorio, esa fiesta de ofrendas colgadas en una sábana blanca de la que penden roscas, pimientos, tomates, licores, perfumes, flores. Todo se muestra descarado y colorista, como un bodegón de otoño sobre la fachada de piedra de la iglesia. Pero tú ya no estás allí, mirando con tu blanca sonrisa el magnífico ramo, tú, ahora, estás al lado, en el cementerio, allí junto a tus padres, junto a tu hermano, junto a mi primo. Todos estáis allí ya. Juntos para siempre. Recuerdo a mi tía María, la madre de mi primo el día de su entierro. Recuerdo a mi tía llorando desgarrada en el momento del descendimiento del adorado hijo muerto dentro de la caja, diciéndole: -como si le oyera- "ay hijo, que bien acompañado vas a estar". Y sus voces estremecían a las silenciosas gentes.

Ves padre, todo son recuerdos. Esta tarde mismo, he ido con mi madre y con mi hermano hasta este lugar de la fotografía. Un puente sobre el río Esla  que yo no conocía nada más que por una fotografía tuya que le hiciste hace muchos, muchos años. La tuya es en blanco y negro porque entonces no existían las cámaras de color. Pero mi foto es igual que la tuya. Y me he emocionado padre. Allí hemos permanecido un buen rato, en silencio. Mi hermano en la orilla, esperando que algún pez se decidiera a picar el anzuelo. Mi madre sentada en una silla, en silencio, y yo caminando despacio junto al agua. Todo era calma y armonía. No se oían ruidos de coches, ni de aves. Ni rastro de vida. Por un momento pensé en el Mar Muerto. Fueron unos instantes mágicos. Tuve la sensación de meterme dentro de mi misma y escrutar lo más recóndito de mi sentir.

Mientras miraba el puente, cuya estructura me recuerda a las aves zancudas, recordaba tu valiosa colección de fotos que nos dejaste en blanco y negro. Allí los puentes sobre el río, los lugares que iban a ser anegados por las aguas, las sencillas gentes que no habían visto nunca una cámara. Hombres, mujeres, niños, grupos, todos en blanco y negro porque la España de entonces era así, a veces blanca y a veces negra. Hoy todo es en tecnicolor. Hoy todo es incierto e inseguro. Hoy siento nostalgia por aquella España de mi infancia, cuando todo estaba por venir, cuando mi vida se reducía a alguien que vivía en un gigante útero protegida por el amor.

Felicidades padre.

31 de agosto de 2014

CARTA A MANOLY

Mi querida hermana Manoly: Han pasado muchos años, más de cuarenta, cuando me dijiste que si algún día te pasaba algo que yo cuidara de tu niña pequeñita. Hiciste que te lo prometiera y te lo prometí. Pasaron los años y tu niña es ya una mujer que acaba de contraer matrimonio. Ya no hay que preocuparse por ella, además, ya tiene marido, un compañero que sabrá cuidarla y protegerla y tendrá compañía siempre, si las cosas van bien en su matrimonio. Ya ves, ahora eres tú la que empiezas a necesitar de ella porque has tenido la mala suerte de heredar la enfermedad de nuestro padre; Alzheimer. Cuando nos dijeron lo que tenía, apenas sabíamos nada de ese terrible mal. Lo fuimos sabiendo día a día, poco a poco. Nuestro padre era un hombre serio, coherente, educado, amable, culto, preocupado de sus hijos, correcto, íntegro en su trabajo y, de pronto, comenzó a tener rarezas. Se hizo maniático y empezó a hacer comentarios sobre personas de nuestro entorno que nunca había hecho. Nos sorprendían aquellas reacciones. Comenzó a tener dificultades con el lenguaje, incluso con la escritura. Él escribía muy bien y se preocupaba de que nosotros lo hiciéramos también sin faltas de ortografía. Nos decía que utilizáramos el diccionario, que lo tuviéramos siempre a mano. Recuerdo que un día fue a verme a mi oficina. Llegó por sorpresa, despeinado y sin afeitar. Me sorprendió mucho, tanto su aspecto como aquella visita intempestiva en horas de mi trabajo. Llevaba una carta manuscrita en la mano que intentaba dirigir a su hermano cura, nuestro tío Luís. Me la mostró para que la viera. Cuando miré el papel me quedé estupefacta. Los renglones aparecían torcidos y casi todas las palabras iban mutiladas; les faltaba alguna sílaba, por delante o por detrás. Un nudo apareció en mi garganta. Tal vez aquél fue el instante en que yo supe lo que era el Alzheimer. Lloré mucho. Le acompañé a casa. Le ayudé a terminar la carta y la eché al buzón. También, cuando leía el periódico, a veces lo tenía al revés, intentaba leer pero las hojas del periódico se le resistían y no sabía en qué posición colocarlo. Poco a poco su decrepitud iba en aumento. A veces se le caía un cigarrillo al suelo y le decía: papá, se te ha caído el cigarrillo y él miraba hacia arriba sin discernir si tenía que buscarlo  en el suelo o en el cielo. Era terrible mi querida Manoy. Horroroso.

Mi querida hermana. Desde hace tres años tú también has empezado a tener dificultades. Ya no puedes conducir tu coche porque un día, según me dijiste, te encontrabas en la ciudad y de pronto te diste cuenta de que no sabías dónde estabas ni lo que hacías allí. No conozco más detalles pero imagino que a partir de entonces abandonaste la conducción. Se te ha olvidado jugar a las cartas. Te gustaban tanto... Eras una experta barajando. Me alucinabas cuando te veía barajar con aquella destreza: como en las películas que yo había visto alguna vez. Tus manos eran muy hábiles y a gran velocidad, las cartas,  una a una, iban interponiéndose en un barajeo perfecto. Eras viva, locuaz, dispuesta, decía siempre nuestra madre: da gusto con Manoly, siempre tan dispuesta, tan activa, siempre ideando cosas para hacer. Cocinabas a la perfección, tanto sofisticados platos como exquisitos postres. Eras perfecta y yo, de pequeña, te lo confieso, te tenía mucha envidia porque me parecía que eras más querida y admirada que yo. Yo, a tu lado era un desastre.

Mi querida Manoly. Acabo de regresar de la boda de tu hija, de Alemania donde vives y nos hemos dado cuenta de que el Alzheimer ha empezado a hacer de tu persona su presa. Has perdido aquella luz que tenías en tu mirada, dialogas pero no como antes. No preguntas por casi nada y la conversación languidece. No sé qué sientes, no sé qué pasa por tu cabeza, no sé si te das cuenta. Seguro que sí porque estás empezando el declive y debe ser horroroso. Un día recuerdo que nuestro padre me dijo, cuando la enfermedad casi lo dominaba que "como se podía estar vivo estando muerto". Fíjate que frase.

Sabes Manoy, he llorado mucho estos días, he sentido también cierta alegría cuando hemos bailado juntas y sonreías y llevabas el ritmo perfectamente. Quiero pensar que lo tuyo va a ser más leve que lo de nuestro padre, tal vez tú puedas retrasar esa decadencia celular incontrolable. Tal vez tus neuronas se frenen y te permitan vivir muchos años con calidad de vida.

Me traje de tu casa una bonita fotografía donde estás con tu amiga Hadrum, tú haces el pino sujentando con las manos tu bello cuerpo, torneado, atlético, mientras tu amiga te mira con la boca abierta. Siempre has sido deportista y ello ha contribuido a mantenerte bella, fuerte, vigorosa. No sabemos hasta cuándo. Sabes una cosa? desde que he regresado de Alemania busco en youtube la canción que nos pusiste el otro día en tu casa "fuiste mía un verano", de Leonardo Favio. Colocaste el cd en el reproductor de música y la cantabas mientras bailabas. Me emocionaste. Te la sabes de memoria. Tu amiga me preguntó que si cuando nos hablabas a tu familia española te entendíamos. Sí, le dije. Imagino que, al ser tu primera lengua la española, la primera que aprendiste la recuerdas con mayor nitidez, mientras que el alemán, tu lengua de adopción se ta ha empezado a resistir y tal vez sea algo menos coherente. No lo sé, esto es mera suposición porque el Alzheimer se empeña en destruir lo que ocurre de reciente en la mente mientras lo del pasado está presente. Qué complejo es nuestro cerebro y qué poquito se ha avanzado al respecto.

Ojalá que cuando nos volvamos a ver, que sea pronto, podamos volver a bailar, pasear, cantar alguna canción que recuerdes y que sigas poniéndote guapa. Ojalá.

19 de agosto de 2014

La boda

Mañana viajo a Madrid porque, de madrugada, vuelo rumbo a Alemania para asistir a la boda de mi sobrina Melanie. Iremos juntos, en el mismo vuelo, mi hija y yo, mi hermana y dos de sus hijos. Al día siguiente lo harán el tercer hijo de mi hermana y su novia, además de mi hermana menor, su hija y su pareja. Allí nos reuniremos todos, los que vamos de España y los que ya están allí. Se casa la hija de mi hermana, la que me sigue en edad y que ha heredado la terrible enfermedad que aniquiló a mi padre: Alzheimer. Ya ha sido diagnosticada y ella lo sabe y lo asume con naturalidad y simpleza. Y nosotros lo asumimos con inmensa tristeza porque sabemos las horas de angustia, de tristeza, de impotencia que minan a la persona que sufre la enfermedad. Lo vivimos muy intensamente los años que mi padre la sufrió hasta su muerte. Mi hermana, todavía coherente, sufre de olvidos soberanos, despistes que delatan su estado. Ha dejado de jugar a las cartas, ha dejado de conducir su automóvil, ya no puede venir a España sola como lo hacía hasta no hace mucho para pasar unos días en familia. Cuando hablamos por teléfono, la conversación se hace leve, breves frases de cortesía para intentar dejar la conversación porque no quiere seguirla. Porque no sabe, tal vez.

El descubrimiento de su enfermedad nos ha dejado a todos muy tocados. Paralizados. No podemos olvidar los últimos años de mi padre cuando nos decía que "como se puede vivir habiendo muerto". Mi madre no nos acompaña porque ya no se siente con fuerzas. Los años y el cáncer la van minando poco a poco. La han minado tanto que ha perdido las ganas de vivir. Todo lo que le hacía ilusión hasta hace muy poco ha desaparecido. Me dice que qué hace ella aquí. Que querría acostarse y no levantarse. Hace unos días una mosca insistía en picarle una y otra vez. Ella decía que es porque le huele a muerto. Mi madre siente también mucha pena por mi hermana. Cómo no.

Mi sobrina también ha perdido a su padre recientemente. Murió de repente en Mallorca hace dos meses, de infarto, cuando había concluido las vacaciones y ya regresaba a Alemania. Habían estado distanciados varios años por la separación de sus padres pero últimamente tenían una relación muy estrecha y su padre le decía que en su boda, iba a ser su padrino, bailaría con todas las españolas (con todas sus tías). Mi hermana me contó que estuvo llorando sin parar durante varios días. Pero se ha ido reponiendo y el otro día me pidió que llevara cedés de flamenco porque quiere que baile. Sabe que me gusta mucho el flamenco y que bailo con cierto aire. No tengo técnica ni distingo una seguididlla de un fandango pero tengo ritmo y lo siento. Mi sobrina se acuerda de una vez que estuvimos en Alemania en un cumpleaños y yo bailé mucho y quiere que vuelva a bailar. La verdad es que no tengo el cuerpo de jota ni el ánimo de baile pero he pedido a un amigo que me buscara algo especial. Veremos cómo marchan las cosas.

Vamos de boda. y mi madre se queda en España, sola, no quiere quedarse en su nueva casa pese a que muy cerca está su hermana, una anciana de 92 años que ahora está con sus hijas, mis primas, y la cuidarían también a ella. Pero ayer regresamos las dos a la ciudad. La tristeza se ha instalado en su corazón y me temo que no va a abandonarla. Y la tristeza también me roza a mí y ronda mis pasos.