24 de junio de 2012

FLAMENCO

Ayer asistí al 57 festival  flamenco que se celebra en Zamora, cada año, con motivo de las ferias y fiestas de San Pedro. Cincuenta y siete años, casi ná, que dirían los andaluces. En Zamora hay una gran afición al cante grande y hay un gran conocimiento de ese arte que nace en la tierra de María Santísima y que no se explica una de donde le viene a la gente de Zamora semejante afición.
Desde que yo regresé a mi tierra, cuando murió Franco, no me he perdido ninguno de estos festivales. Bien es verdad que unas veces los he disfrutado mucho y otras no tanto pero, no porque me hayan decepcionado los artistas, que suelen ser los mejores del mundo, sino por el frío y por mi falta de previsión, pese a saber que los treinta y tantos grados de la mañana o de la tarde pueden convertirse en cinco, seís o siete grados de madrugada. Y es entonces cuando ese maldito frío que se va calando en los huesos mientras el rasgueo de guitarras y las voces, esas voces dramáticas que hablan de amores, de traiciones, de penas penitas penas, van calando también en el alma.

Dicen que el flamenco hay que entenderlo, pues yo digo que no, que no hay que entender nada. Hay que sentir. Hay que sentir la misma emoción del bailaor, del guitarrista o del cantaor o cantaora, que transmiten cuando interpretan en el escenario. Hay que sentir en el pecho eso que llaman duende. El artista ha de provocar en el espectador un grito, un movimiento de hombros o de cintura, un olé, un viva la madre que te parió. Eso, y mucho más, es lo que tiene que sentir el espectador ante un espectáculo flamenco como el que vimos anoche. Entender ¿para qué?

Ayer se subió al escenario, en primer lugar, el Yeyé de Cádiz, un jerezano de grácil estampa y mayor gracejo que, no sólo cantó por seguiíllas, fandangos y bulerías, sino que nos sorprendió con esa grasia  andaluza contando chascarrillos que provocaban las carcajadas del respetable. La Choni, una genial bailaora, fina y elegante, hizo con la cola de su vestido lo que quiso. Bien la sujetaba con una mano y la agitaba en el aire, bien la movía entre sus piernas haciendo giros que subían y bajaban como una cometa a merced del viento. Sus pies taconeaban acompasados, ora, casi, a la velocidad del sonido, otra lentamente hasta detenerlos por completo. Manuela cantaba con voz profunda y sus pies seguían el ritmo de la Choni. Cuánto arte y cuánto misterio encierra el pueblo andaluz en el flamenco.

Capullo de Jerez, otro nombre histórico, deleitó con su cante. Algunos dice que es el mismísimo sucesor de Camarón. Y lo será porque arte no le falta, tronío tampoco, y una voz y un desgarro que provoca en el público el delirio.

El frío, para entonces, ya se hacía insoportable y salí del recinto. Salí, pero con el alma henchida de gozo y de satisfacción. Salí sin entender casi nada, pero sintiendo de todo.

18 de junio de 2012

En picado


El tedio se ha transformado en angustia. Una angustia que se ha instalado en el punto justo donde está el esternón y no me deja vivir. Ojeo/hojeo el periódico y paso las hojas convulsivamente.  Comienzo a leer una noticia y la dejo inmediatamente.  Tomo un segundo periódico y hago lo mismo. Sólo me detengo en el magazine porque vienen algunas firmas que siempre me aportan algo. A veces, cuando llego por la mitad del artículo me doy cuenta de que no me he enterado de nada, Me ocurre como cuando era estudiante y estaba en clase de matemáticas, no conseguía atender al profesor, no es que no entendiera, es que no le escuchaba, no me interesaba lo que decía. No me ocurría así con la Lengua o la literatura, con la historia o la filosfía. Decididamente no me interesan los números. Me pregunto si será, tal vez, por ese rechazo tan maracado que tengo hacia la cosa numérica que me influyen tanto las relaciones, las sensaciones, las percepciones. Atisbo a mi alrededor, escruto miradas, palpo gestos....y todo me provoca inquietud y desazón. Siento una especie de vértigo, como un rechazo hacia mí misma, hacia lo que es mi vida. No me explico la razón de porqué estas sensaciones tan cambiantes y contradictorias. La angustia en el centro del esternón no cesa. Me pregunto si debería tomar algún relajante o ansiolítico. Tal vez me vendría bien. Suelo analizar, analizarme constantemente. Indago sobre las circunstancias de mi estado de ánimo de los últimos meses. Tal vez tenga razón aquél amigo portugués que me hizo mi carta astral en la que me dice que necesito el movimiento constante, el ir de acá para allá, el no parar quieta. Creo que, hoy, muchos vivimos como si estuviéramos en la cima de un gran farallón a punto de caer. Pienso en lo que sentirán esas personas que  se precipitan desde un séptimo piso, o caen desde lo alto de una montaña. ¿Cómo serán esos momentos de caída infinita? ¿Intentarán reconciliarse con Dios? ¿Se sentirán liberados? ¿Verán su vida, pasito a pasito, desde el instante en que tuvieron uso de razón? Sinceramente, no sé qué puede pasar por la cabeza de estas personas que caen desde su abismo cuando la caída no ha sido accidental o casual. 

Imagen: © Goyo Alonso

15 de mayo de 2012

Zaragoza

Mis pasos me han traido a Zaragoza, esta bella ciudad bañada por el Río Ebro y abrazada permanentemente por el manto de la Virgen del Pilar. Hace viento, como casi siempre, y luce el sol, abrasador en sus horas más altas.

He estado cenando con unos amigos de juventud, aragoneses, cómo no, amigos con los que compartimos tantas veces, reuniones, bailes, jornadas de eski por el Pirineo y risas, muchas risas y buen humor. Hacía muchos años que no veía a estos amigos que ya son abuelos. Yo todavía no tengo ese placer. Mi hija, de momento, no se plantea ser madre. Y yo, sinceramente, no siento ninguna necesidad de llegar a serlo.

Zaragoza ha cambiado en estos años. La Exposición Universal ha transformado notablemente la ciudad. Numerosos puentes atraviesan el Ebro facilitando el acceso de una aorilla a otra. El tren de alta velocidad, el AVE, nos traslada a Madrid en una hora y quincie minutos. Justo para leer unas páginas del libro o el periódico y poco más. Me sorprendió el paso por Calatayud, esa vieja ciudad, famosa por su Dolores, ya sabes, "si vas a Calatayud, pregunta por la Dolores" .Me sorpendió porque al pasar por ella, la velocidad del AVE  no me impidió atisbar el perfil montañoso de la ciudad donde se divisasban restos de tres fortalezas medievales. Mi estancia en Aragón, en su día, tenía yo pocos años y entonces no me interesaban, ni el arte, ni la historia, ni la cultura de los lugares, la juventud es loca e inconsciente y nos hace vivir despreocupados de todo ello. Me dije que debía indagar la historia de esos restos.

Mi viaje a Zaragoza se debe a una herencia que el tío Marcelino dejó. Tres pisos, un garaje para dos plazas y un coche. Los otros herederos no pueden hacerse cargo y han renunciado y es mi marido el que va asumirla. Aunque, si bien, es una interesante herencia, podría decirse que tiene trampa, o está envenenada. Para hacerse con ella hay que pagar a la Diputación de Aragón una cantidad tan estratosférica que supera el importe de la herencia. Y hay que hacerlo antes de heredar. Un asunto enjundioso y de difícil solución. Veremos si la santa providencia nos ayuda.

Zaragoza espera el verano que ya se anuncia con brío. A poco más de una hora, Barbastro, la localidad que me acogió durante ocho años cuando, tras superar las oposiones, tuve mi primer destino laboral. Fueron unos años hermosos, de gratos recuerdos y ded no menos descubrimientos. Los pirineos me mostraron que existen paisajes que superan con mucho la imaginación. Y así fueron para mi los paisajes de Huesca al descubrir los valles de Benasque, Ordesa, Aínsa, Broto, y tantos y tantos nombres que me fascinaban y que me recordaban a nuestro pasado árabe. 

Mi memoria se aviva y mis recuerdos tienden a empañar mis ojos.

4 de mayo de 2012

El senegalés

Me he hecho muy desordenada. Me sonrío cuando, recordando  mucho tiempo atrás,  llegaba a casa tras mi jornada laboral y repasaba con el dedo detrás del lavabo o del bidet para ver si la asistenta había fregado bien. También, antes de marchar, deshacía mi cama del todo, poniendo sábanas, manta y colcha sobre la butaca para que la asistenta la hiciera como es debido. Era muy exigente aunque la verdad es que me tomaban el pelo pues dejaba mi casa bajo la responsabilidad de una jovencita que no sabía y no quería cumplir con su obligación y, lógicamente, cuando se quedaba sola hacía lo que le daba la gana. Atendía a mi niña, eso sí, cuando se levantaba, le daba el desayuno y la llevaba al colegio. El resto del tiempo, se lavaba el pelo, hablaba por teléfono, dormía o vagueaba. El resultado de todo ello lo comprobaba yo en cuanto echaba un vistazo al llegar a casa. Pero de aquello ha llovido mucho y mis neuras por la limpieza y el orden han ido desapareciendo y ahora soy mucho más condescendiente conmigo misma y lo de pasar el dedo me parece una cosa horrible y mis cajones son un desastre. Todos tienen de todo y casi todo sin servir para nada. Imagino que a todo el mundo le pasará lo mismo, pero no es ningún consuelo. Particularmente siento cierto remordimiento de conciencia como la siento cada noche por haber fumado. Me corroe el remordimiento.
Ayer, tras mis últimos viajes, en una de las bolsitas de aseo todavía no vaciadas, me encontré con una pulsera de esas que dicen tener poderes especiales. Son de goma, negras, tal vez de más colores, y tienen una especie de medallita brillante. He visto que las llevan con frecuencia pero nunca había reparado en ellas. Por eso al ver la pulserita en mi bolsa recordé de inmediato su procedencia. Hace unos días, nada más llegar al puerto de el Pireo, en Grecia, tomamos el metro para que nos llevara a Atenas. Ibamos cuatro o cinco personas que veníamos juntas de la isla de Amorgós.  Comentábamos sobre la parada que teníamos que elegir dependiendo de nuestro destino. Mi amiga y yo ibamos al hotel pues pernoctábamos una noche en la ciudad y los otros iban directamente al aeropuerto. A nuestro lado viajaban dos negros. Uno de ellos dirigiéndose a mi me pregunta ¿española? sí, le digo. e inmediatamente empezamos a hablar. Era de Senegal, había vivido en Valencia y llevaba viviendo en Atenas diez años. Tendría unos cuarenta años, era alto y guapo e iba bien arreglado. Percibí que no le debía  ir mal la vida. Hablamos de la  situación de Grecia y de las dificultades por las que pasa el pueblo griego. No sé exactamente el tiempo que transcurrió hasta que llegamos a nuestro destino que también era el suyo. Nos despedimos de nuestros amigos que continuaron su viaje en el metro y salimos junto al senegalés. Nos indicó los pasos que debíamos dar para llegar al hotel. No estaba muy lejos pero como íbamos con maletas decidimos tomar un taxi. Le dijo al taxista que no debía cobrarnos ´más que cinco euros y el taxista asintió. Le dimos las gracias por tanta amabilidad mientras nos estrechábamos las manos. De pronto se saca una pulsera de su muñeca y me la da. Ante su inesperado gesto le pregunto, ¿por qué, por qué? El chico hace un gesto con la mano como restando importancia pero yo volví a insistir. Entonces me dijo, "me gustas, solo por eso, me gustas, eres abierta, simpática". Muchas gracias le dije, muchas gracias. Adiós. Fue un gesto que me agradó mucho porque, por un lado, compruebo la facilidad con la que nos podemos comunicar los unos con los otros y por otro, porque me doy cuenta de la generosidad de algunas personas.