18 de septiembre de 2010

Valorio

Esta mañana salí a paser con Elisa y Milagros. Nos encaminamos hacia el Bosque de Valorio mientras el sol nos acariciaba con tibieza. Valorio es un lugar que ha inspirado a poetas como Claudio Rodríguez, Agustín García Calvo, Hilario Tundidor, incluso a mí misma. Muchos son los versos que se han escrito. Por Valorio corría yo hace algunos años, ya hiciera frío o calor, lloviera o nevara. Lo hacía al salir de mi trabajo, antes de ir a comer, a una hora en la que el silencio sólo se rompía por el sonido de las aves al posarse en las ramas, por mis pisadas sobre el suelo y, en invierno, por el murmullo del arroyo que atraviesa el bosque. Un día vi a un perro ahorcado, atado su pescuezo con una cuerda que pendía de una rama de añosa conífera. Aquella visión me estranguló la garganta, me quedé sin respiración. Otro día, un chico corría y venía hacia mí con una mano cubríendose el rostro. Se detuvo para pedirme ayuda. Se le había introducido una pequeña rama en el ojo y no podía sacársela. Con la ayuda de un pañuelo se la extraje con cuidado. El chico me lo agradeció emocionado. Aunque han pasado muchos años de aquello, todavía nos saludamos por la calle cuando nos vemos. Hoy, mientras paseaba junto a Elisa y Milagros, vimos a un torero con su capote. Daba capotazos en solitario ante un toro imaginario. Le pedí que posara para mi cámara y accedió gustoso. Nos sorprendió gratamente el espectáculo, por la rareza del mismo y porque el vivo color del capote entre los árboles ofrecía una estampa pictórica de gran belleza.
En Valorio, también, descubrí otro día al gran pintor José María Mezquita. Era invierno y hacía mucho frío. Junto al arroyo, sentado en un pequeño taburete, delante de un caballete, un hombre pintaba sobre el lienzo. Entonces no conocía al pintor. Me aproximé con cautela para ver lo que llamaba tanto su atención. La fuerza del agua del pequeño arroyo había desnudado las paredes de tierra dejando al descubierto las raíces. El pintor las había llevado magistralmente a la tela. Fue un momento mágico que no olvidaré jamás. Nos hicimos amigos. Algunos años después, se expusieron sus cuadros y descubrí aquellas raíces en uno de ellos. Sentí una viva emoción. Me parecía que era algo mío. Más tarde, le pedí que me permitiera ilustrar la portada de uno de mis libros con aquellas raíces que yo había visto pintar. El título del mismo "Poemario plural".
Hacía mucho tiempo que no paseaba por Valorio. Lo abandoné desde que arreglaron las márgenes del río Duero y desde entonces apenas había vuelto. Hoy me he vuelto a encontrar con el bosque y la memoria me ha sacudido con fuerza. Me ha hecho sentir cierto remordimiento. El sol se filtraba entre las ramas de los árboles.

16 de septiembre de 2010

Mi madre

Mi madre ya no es lo que era. Hace un tiempo que se encuentra desganada, sin ilusión, sin ganas de vivir. Dice que las piernas no le quieren andar, que la llevan a la cama, que es donde mejor se encuentra. Dice lo que decía su madre, mi abuela, que "este cuerpo pide tierra" y me da mucha tristeza porque me doy cuenta de que mi madre ya está cansada. Sus ojos se han empequeñecido, su voz se ha hecho débil, su paso es más torpe. Dice que se siente mal porque se pasa el día mano sobre mano, sin ganas de hacer nada. Hace no mucho tiempo, se mostraba jovial y dispuesta, con ganas de decir a unos y a otros lo que hay que hacer. Arreglaba el jardin, cavaba alrededor de los árboles, se arreglaba su ropa, estrechando o ensanchando sus faldas, arreglando un vaquero al nieto, acicalándose para ir al baile. Hasta hace muy poquito. Mi madre tiene tendencia a deprimirse y cuando esto ocurre, acude al médico a que le cambie el tratamiento. Ahora ya no le apetece ni ir al médico. ¿Para qué? -dice- . Esta misma tarde la he llevado al pueblo para que disfrute de la parra, ahora cargada de uvas que los pájaros van degustándolas picoteando las más maduras. Cuando estén listas para ser cortadas, no quedará ni un racimo sano pues los pájaros se habrán comido las más dulces. Hemos estado sentadas bajo la frondosidad de las hojas mientras el sol de otoño, muy tibio, se filtraba entre las ramas del cerezo e iluminaba su rostro. No he querido bajar al embalse a darme un baño porque no quería dejarla sola. Hemos cogido los higos maduros, los que estaban en las ramas más altas los he aporreado con un palo subida a una escalera. Pese a que las ramas de la higuera parecen frágiles, aguantaban mi cuerpo, total 55 kilos.
El otoño, hoy, aunque todavía no ha llegado, ha hecho su triunfal presencia. Llueve en el exterior y se oye el bramido de los truenos. Llevé a mi madre a su casa. Hasta la fecha, no necesita a nadie, pero esa tristeza que se ha adueñado de su ser me inquieta. Y me entristece.

14 de septiembre de 2010

Desilusión

"Les deseo lo mejor. Amo demasiado a los españoles. He transitado por buena parte de su obra imperecedera y sólo quisiera que la historia actual les hiciera justicia ante tanta grandeza pasada."
Esta frase, de mi querido amigo Jorge Muzam, forma parte del comentario que deja en uno de mis anteriores posts y que me sirve a mí para iniciar éste.
Me pregunto, no sin cierta angustia y, casi, con desesperación, ¿dónde nos ha ido a parar aquella grandeza pasada de la que nos sentíamos tan orgullosos a la que se refiere Jorge? ¿dónde aquéllas ilusiones, tras cuarenta años de dictadura, y la posterior democracia, que nos hacía pensar que la justicia iba a enseñorearse de todos los estamentos del Estado?
Recuerdo aquellos años, tras la muerte de Franco, justamente cuando yo empecé a publicar mis artículos en el periódico local, artículos llenos de ilusión, vibrantes de emoción, cuyo contenido versaba sobre todo lo que iba aconteciendo. Fueron cientos de artículos, uno a la semana. Mis estudios de Sociología, por aquél entonces, me ayudaron a pensar, a extrapolar ideas, a familiarizarme con pensadores como Weber, Spencer, Parsons, Durkheim, Mosca y tantos otros que me aportaron tantas ideas, que me fueron familiarizando con la filosofía, con la necesidad de participar en construir un mundo mejor, un mundo donde cada cual aportara su granito de arena, un mundo donde, cada cual, supiera discernir entre el bien y el mal, como me enseñó Platón, como me sugería Aristóteles. Y así se fueron pasando los años y mis artículos deben de sumar cerca de tres mil. Los guardo por algún lugar de la casa, perdidos y olvidados por las estanterías, amarillentos y tristes, las palabras perdidas en el tiempo, las frases olvidadas, las ilusiones perdidas.
¿Dónde fueron a parar aquellos luminosos días de primavera cuando, gozosa, acicalada y guapa, me dirigía a depositar mi voto en la urna para participar de mi derecho al voto? De aquello ya no queda nada. Recuerdo, en una ocasión, el que fuera ministro de la Vivienda, a la sazón, diputado por Zamora, mi ciudad, me llamó un día para ponerme en las listas. Me decía que yo tenía un gran predicamento. Dios mío! Hasta me pareció una atrocidad que me propusiera algo de tanto calado. Yo tan inexperta, tan ignorante, tan poco preparada para tan alta responsabilidad. Noooooooooo, por Dios, de ninguna manera aceptaría algo así. Entonces estaba convencida de que los cargos importantes eran ostentados por gentes sabias, justas, expertas, gentes que sabían más que nadie y que hacían las cosas mejor que nadie porque para gobernar se requieren sabiduría, ecuanimidad, afán de justicia, espíritu de servicio, generosidad. Todo esto y mucho más, imaginaba yo, quería yo, creía yo, que los que gobernaban deberían poseer.
¿Qué ha ocurrido en todos estos años? ¿Dónde han ido a parar nuestras ilusiones?
He dejado de ir a votar, he dejado de leer todo lo referido a los políticos, he dejado, incluso, de ir a misa, -sólo en bodas, entierros o celebraciones puntuales-. He dejado de creer en cualquier tipo de istitución, civil o religiosa. Aunque me bautizaron católica, reniego del hipócrita catolicismo. Me gusta denominarme cristiana. Simplemente.
No quiero seguir porque me duele, porque duele la situación social española, tan peligrosamente dividida entre izquierda y derecha, entre gentes que se consideran de una facción o de otra e ignoran lo que son las ideologías, lo que son las ideas que emanan de la propia reflexión, del pensamiento, en suma. Gentes teledirigidas, marionetas al viento a merced de quién les favorece.
Debería estar penado por ley la pérdida de ilusión por la que pasamos muchos españoles por mor de la acción de nuestros gobernantes.

13 de septiembre de 2010

Últimos baños

Tras mi regreso de Serbia, se me amontona el trabajo. Regreso de Madrid a Zamora para, al día siguiente, viajar a Burgos. Entrevista con uno de los codirectores de Atapuerca. Tras la reunión me introduzco en el Museo de la Evolución, recientemente inaugurado. De bellísima estampa exteriro y de inquientante y didáctico contenido en su interior. Allí, reproducciones perfectas de lo que debieron ser los primeros homínidos sobre la tierra, hace quinientos millones de años, qué se yo. Me parece, casi imposible que se pueda calcular con exactitud que, un fósil, por ejemplo, tenga los años que dicen que tiene, pero, para eso está la ciencia y los científicos. La verdad es que Atapuerca es un pozo sin fondo donde no se sabe si se llegará algún día al abismo. Vuelta a Zamora con la cabeza llena de sensaciones y proyectos.
Me doy cuenta de que la vida nos ofrece constantemente oportunidades para seguir caminando, para no parar, para aderezar los años con nuevas ilusiones y fantasías que se lograrán o no, pero, mientras tanto vamos caminando. La vida, insisto, es como el mismísimo Camino de Santiago, que lo de menos es llegar a la Plaza del Obradoiro y abrazar al Santo, sino hacer el camino, porque, según me cuentan, el camino va ofreciendo, a cada paso una experiencia, una emoción, una sorpresa. Se hacen amigos de todas las partes del mundo, como se hacen amigos en facebook o en otras redes en internet. Vamos cosechando amigos a los que saboreamos a placer. Unos, como el buen vino, nos dejan un excelente sabor de boca que invitan a repetir, otros, sin embargo, a poco que iniciamos el sorbo de la amistad nos damos cuenta de que nos van a hacer daño, o, simplemente, de que no nos gustan, nos repelen y los dejamos allí, aparcados en su sitio. Nos alejamos sin ruido.
Esta tarde, he vuelto a mi pueblo para darme, tal vez, el último baño. El agua estaba serena y el sol brillaba con fuerza. No se divisaba a nadie. Un coche aparcado me indicaba que debía haber un pescador, pero ni rastro del mismo. Cuando esto ocurre aprovecho para bañarme desnuda y dejarme abrazar por las aguas cristalinas del embalse. Me gusta nadar en silencio, escuchando el ritmo de mi respiración, el movimiento, casi imperceptible, de mis brazos. A veces salta un barbo a mi lado y me asusta. Pienso lo que haría si, de pronto, me sientiera atacada por el pez, si me mordiera en una pierna y me desangrara en el agua. Pienso, también, que podría darme un infarto mientras nado y que nadie podría venir en mi ayuda. Me pregunto si es normal que, a mi edad, se pueda ser tan atrevida y bizarra (como dicen los portugueses), para nadar sobre cuarenta o cincuenta metros de profundidad sin sentir temor. A veces, cuando nado desnuda y me encuentro a bastante distancia de la orilla, he visto que se aproxima un coche por la pendiente cuesta que conduce a la playa y nado frenéticamente para llegar donde tengo la ropa, antes de que se aproxime el coche y puedan verme sus ocupantes. Siempre llego yo antes y, naturalmente, nunca se percatan de mi desnudez.
Tras el largo baño, he vuelto a mi casa, ahora en silencio tras la huída familiar, cada uno a su sitio. Me acerco a la higuera, pletórica de higos, y como hasta cansarme, no sin antes recoger una buena cantidad para llevarme a casa. Frente a la higuera, el rinconcito donde enterramos a nuestra gatita Venus, apenas hace un par de meses. Recuerdo sus ojos, su mirada fija en la mía. Recuerdo su calor sobre mi pecho cuando se acurrucaba junto a mí. Salgo de la casa pensando en mi gatita. El reproductor de mi coche me hace escuchar con atención un fado de Joao Ferreira: " No me escreves meu amor, no se que passa contigo".