6 de septiembre de 2017

DUELE

Nos hemos levantado muy temprano. La autovía de Braunsweig a Hannover, a esas horas, tiene mucho tráfico. Me habéis acompañado al aeropuerto. Tú, Manoli, mi querida hermana, en seguida te has quedado dormida. Te has despertado dulcemente al parar el coche. Has salido sin dificultad. Todavía en tu rostro la serenidad del sueño. Placidez en tu gesto. Me has  sonreído. Todo ha sido muy rápido. Hemos sacado el billete que me devuelve a España y ya nos despedimos pues estoy en la zona donde sólo pueden estar los pasajeros. Te he vuelto a abrazar y no he querido pensar nada. Nada. Os he visto alejaros. Tu marido llevándote de la mano, tú dejándote llevar. Frágil, menuda, insegura; caminando torpemente, con pasitos cortos, ligeramente encorvada. Tu marido tiene que acomodar sus pasos a los tuyos. Lother te cuida, se desvive por ti. Te has convertido en una niña a la que hay que cuidar y proteger constantemente, como a los bebés. La metamorfosis que produce la enfermedad de Alzheimer es...(no hay palabras para definirla, yo no las encuentro) Sólo sé que hiere, que hiere el alma, que te hiere a ti, mi querida hermana, mi adorada hermana.
Habéis desaparecido de mi vista al traspasar la puerta de salida. Y yo me he quedado quieta unos instantes. No he querido pensar nada. Quiero volver a verte más adelante. No sé cómo vas a estar. Ya viví esta tragedia con nuestro padre. Cada semana la decrepitud iba en aumento. Cada vez más desvalido, más vulnerable. Un día estaba sentado en una silla de ruedas. Apenas captaba su atención. Ha vuelto el mazazo a ensañarse contigo.  El dolor que siento es infinito, como el tuyo propio. Ese dolor que ha ido transformando tu semblante. Estos días, en tu compañía, he querido llevarte algo de nuestra infancia, de las vivencias que tuvimos juntas en casa de los abuelos. A veces he conseguido que te rieras a carcajadas. Dios mío, comprendías lo que te decía. Hemos contado: uno, dos, tres, diez, quince, treinta, cuarenta....no te has olvidado. Tampoco has olvidado el Padrenuestro. Has escuchado con atención mis poemas. Hemos cantado juntas canciones que dejaron su huella como esa de Leonardo Favio que habla de amor, un amor que duró sólo un verano. Con los primeros compases, con las primeras palabras llorabas y cantabas. Llorábamos las dos. Cuánto hemos llorado juntas estos días dolientes, de gran sufrimiento. Hemos paseado por tu bonito jardín dejándonos acariciar por el sol mientras yo no he parado de hablar para que recordaras ésto y lo otro. Te he dicho que si eras capaz de leer y he abierto un libro pero no has podido. Ahora estás prisionera de una mente ofuscada. Intentas decirme algo pero no puedes y lloras. ¿Estás  triste?, te pregunto. Estoy tristísisima respondes y mi dolor se hace más agudo. Hemos bailado. Te gusta la música, las canciones de Julio Iglesias te emocianan y lloras al oírlas. Te emociona el aroma de las rosas, esa rosa que puse en tu mano mientras aspirabas su perfume con los ojos cerrados. Lloras por todo, cuando miras los pececillos rojos del estanque que hay en el jardín,  que tú, con tanto amor diseñaste. Saltaban las ranas al oír nuestros pasos y tú decías: míralas, pobrecitas...y llorabas. Se han cerrado los caminos de tu vida. Fin de tu libertad. Mermadas tus capacidades. Tu voluntad inexistente. Todo concluye, todo menos el dolor. Intacta tu capacidad de sufrimiento. Tu infinito dolor. El mío.