31 de agosto de 2014

CARTA A MANOLY

Mi querida hermana Manoly: Han pasado muchos años, más de cuarenta, cuando me dijiste que si algún día te pasaba algo que yo cuidara de tu niña pequeñita. Hiciste que te lo prometiera y te lo prometí. Pasaron los años y tu niña es ya una mujer que acaba de contraer matrimonio. Ya no hay que preocuparse por ella, además, ya tiene marido, un compañero que sabrá cuidarla y protegerla y tendrá compañía siempre, si las cosas van bien en su matrimonio. Ya ves, ahora eres tú la que empiezas a necesitar de ella porque has tenido la mala suerte de heredar la enfermedad de nuestro padre; Alzheimer. Cuando nos dijeron lo que tenía, apenas sabíamos nada de ese terrible mal. Lo fuimos sabiendo día a día, poco a poco. Nuestro padre era un hombre serio, coherente, educado, amable, culto, preocupado de sus hijos, correcto, íntegro en su trabajo y, de pronto, comenzó a tener rarezas. Se hizo maniático y empezó a hacer comentarios sobre personas de nuestro entorno que nunca había hecho. Nos sorprendían aquellas reacciones. Comenzó a tener dificultades con el lenguaje, incluso con la escritura. Él escribía muy bien y se preocupaba de que nosotros lo hiciéramos también sin faltas de ortografía. Nos decía que utilizáramos el diccionario, que lo tuviéramos siempre a mano. Recuerdo que un día fue a verme a mi oficina. Llegó por sorpresa, despeinado y sin afeitar. Me sorprendió mucho, tanto su aspecto como aquella visita intempestiva en horas de mi trabajo. Llevaba una carta manuscrita en la mano que intentaba dirigir a su hermano cura, nuestro tío Luís. Me la mostró para que la viera. Cuando miré el papel me quedé estupefacta. Los renglones aparecían torcidos y casi todas las palabras iban mutiladas; les faltaba alguna sílaba, por delante o por detrás. Un nudo apareció en mi garganta. Tal vez aquél fue el instante en que yo supe lo que era el Alzheimer. Lloré mucho. Le acompañé a casa. Le ayudé a terminar la carta y la eché al buzón. También, cuando leía el periódico, a veces lo tenía al revés, intentaba leer pero las hojas del periódico se le resistían y no sabía en qué posición colocarlo. Poco a poco su decrepitud iba en aumento. A veces se le caía un cigarrillo al suelo y le decía: papá, se te ha caído el cigarrillo y él miraba hacia arriba sin discernir si tenía que buscarlo  en el suelo o en el cielo. Era terrible mi querida Manoy. Horroroso.

Mi querida hermana. Desde hace tres años tú también has empezado a tener dificultades. Ya no puedes conducir tu coche porque un día, según me dijiste, te encontrabas en la ciudad y de pronto te diste cuenta de que no sabías dónde estabas ni lo que hacías allí. No conozco más detalles pero imagino que a partir de entonces abandonaste la conducción. Se te ha olvidado jugar a las cartas. Te gustaban tanto... Eras una experta barajando. Me alucinabas cuando te veía barajar con aquella destreza: como en las películas que yo había visto alguna vez. Tus manos eran muy hábiles y a gran velocidad, las cartas,  una a una, iban interponiéndose en un barajeo perfecto. Eras viva, locuaz, dispuesta, decía siempre nuestra madre: da gusto con Manoly, siempre tan dispuesta, tan activa, siempre ideando cosas para hacer. Cocinabas a la perfección, tanto sofisticados platos como exquisitos postres. Eras perfecta y yo, de pequeña, te lo confieso, te tenía mucha envidia porque me parecía que eras más querida y admirada que yo. Yo, a tu lado era un desastre.

Mi querida Manoly. Acabo de regresar de la boda de tu hija, de Alemania donde vives y nos hemos dado cuenta de que el Alzheimer ha empezado a hacer de tu persona su presa. Has perdido aquella luz que tenías en tu mirada, dialogas pero no como antes. No preguntas por casi nada y la conversación languidece. No sé qué sientes, no sé qué pasa por tu cabeza, no sé si te das cuenta. Seguro que sí porque estás empezando el declive y debe ser horroroso. Un día recuerdo que nuestro padre me dijo, cuando la enfermedad casi lo dominaba que "como se podía estar vivo estando muerto". Fíjate que frase.

Sabes Manoy, he llorado mucho estos días, he sentido también cierta alegría cuando hemos bailado juntas y sonreías y llevabas el ritmo perfectamente. Quiero pensar que lo tuyo va a ser más leve que lo de nuestro padre, tal vez tú puedas retrasar esa decadencia celular incontrolable. Tal vez tus neuronas se frenen y te permitan vivir muchos años con calidad de vida.

Me traje de tu casa una bonita fotografía donde estás con tu amiga Hadrum, tú haces el pino sujentando con las manos tu bello cuerpo, torneado, atlético, mientras tu amiga te mira con la boca abierta. Siempre has sido deportista y ello ha contribuido a mantenerte bella, fuerte, vigorosa. No sabemos hasta cuándo. Sabes una cosa? desde que he regresado de Alemania busco en youtube la canción que nos pusiste el otro día en tu casa "fuiste mía un verano", de Leonardo Favio. Colocaste el cd en el reproductor de música y la cantabas mientras bailabas. Me emocionaste. Te la sabes de memoria. Tu amiga me preguntó que si cuando nos hablabas a tu familia española te entendíamos. Sí, le dije. Imagino que, al ser tu primera lengua la española, la primera que aprendiste la recuerdas con mayor nitidez, mientras que el alemán, tu lengua de adopción se ta ha empezado a resistir y tal vez sea algo menos coherente. No lo sé, esto es mera suposición porque el Alzheimer se empeña en destruir lo que ocurre de reciente en la mente mientras lo del pasado está presente. Qué complejo es nuestro cerebro y qué poquito se ha avanzado al respecto.

Ojalá que cuando nos volvamos a ver, que sea pronto, podamos volver a bailar, pasear, cantar alguna canción que recuerdes y que sigas poniéndote guapa. Ojalá.

19 de agosto de 2014

La boda

Mañana viajo a Madrid porque, de madrugada, vuelo rumbo a Alemania para asistir a la boda de mi sobrina Melanie. Iremos juntos, en el mismo vuelo, mi hija y yo, mi hermana y dos de sus hijos. Al día siguiente lo harán el tercer hijo de mi hermana y su novia, además de mi hermana menor, su hija y su pareja. Allí nos reuniremos todos, los que vamos de España y los que ya están allí. Se casa la hija de mi hermana, la que me sigue en edad y que ha heredado la terrible enfermedad que aniquiló a mi padre: Alzheimer. Ya ha sido diagnosticada y ella lo sabe y lo asume con naturalidad y simpleza. Y nosotros lo asumimos con inmensa tristeza porque sabemos las horas de angustia, de tristeza, de impotencia que minan a la persona que sufre la enfermedad. Lo vivimos muy intensamente los años que mi padre la sufrió hasta su muerte. Mi hermana, todavía coherente, sufre de olvidos soberanos, despistes que delatan su estado. Ha dejado de jugar a las cartas, ha dejado de conducir su automóvil, ya no puede venir a España sola como lo hacía hasta no hace mucho para pasar unos días en familia. Cuando hablamos por teléfono, la conversación se hace leve, breves frases de cortesía para intentar dejar la conversación porque no quiere seguirla. Porque no sabe, tal vez.

El descubrimiento de su enfermedad nos ha dejado a todos muy tocados. Paralizados. No podemos olvidar los últimos años de mi padre cuando nos decía que "como se puede vivir habiendo muerto". Mi madre no nos acompaña porque ya no se siente con fuerzas. Los años y el cáncer la van minando poco a poco. La han minado tanto que ha perdido las ganas de vivir. Todo lo que le hacía ilusión hasta hace muy poco ha desaparecido. Me dice que qué hace ella aquí. Que querría acostarse y no levantarse. Hace unos días una mosca insistía en picarle una y otra vez. Ella decía que es porque le huele a muerto. Mi madre siente también mucha pena por mi hermana. Cómo no.

Mi sobrina también ha perdido a su padre recientemente. Murió de repente en Mallorca hace dos meses, de infarto, cuando había concluido las vacaciones y ya regresaba a Alemania. Habían estado distanciados varios años por la separación de sus padres pero últimamente tenían una relación muy estrecha y su padre le decía que en su boda, iba a ser su padrino, bailaría con todas las españolas (con todas sus tías). Mi hermana me contó que estuvo llorando sin parar durante varios días. Pero se ha ido reponiendo y el otro día me pidió que llevara cedés de flamenco porque quiere que baile. Sabe que me gusta mucho el flamenco y que bailo con cierto aire. No tengo técnica ni distingo una seguididlla de un fandango pero tengo ritmo y lo siento. Mi sobrina se acuerda de una vez que estuvimos en Alemania en un cumpleaños y yo bailé mucho y quiere que vuelva a bailar. La verdad es que no tengo el cuerpo de jota ni el ánimo de baile pero he pedido a un amigo que me buscara algo especial. Veremos cómo marchan las cosas.

Vamos de boda. y mi madre se queda en España, sola, no quiere quedarse en su nueva casa pese a que muy cerca está su hermana, una anciana de 92 años que ahora está con sus hijas, mis primas, y la cuidarían también a ella. Pero ayer regresamos las dos a la ciudad. La tristeza se ha instalado en su corazón y me temo que no va a abandonarla. Y la tristeza también me roza a mí y ronda mis pasos.

18 de agosto de 2014

Crucificada

A veces me siento así: crucificada, atada de pies y manos, sin posibilidad de movimiento. Otras veces ocurre todo lo contrario: de mi cuerpo brotan alas, alas de colores de las más exóticas aves y me siento liviana, frágil, sin peso específico que me ate a la tierra. Es entonces cuando yo soy yo y mi circunstancia. Es entonces cuando la vida a mi alrededor me facilita atrapar el aire que me rodea, respirar hondo y percibir que me lleno de pétalos de multicolores flores. Flores que cubren mi cuerpo y perfuman mi piel. Y así vuelvo a ser niña, aquella niña que no tenía cuerpo porque no lo sentía, no le pesaba y todo era bello.

He estado unos días en mis lugares de infancia, recorriendo los caminos pedregosos bordeados de zarzales que me iban ofreciendo su fruto dulzón y evocador. A cada paso me he detenido en un zarzal y me he dejado embriagar por el sabor de las moras. He cerrado los ojos y retrocedido en el tiempo. Oh milagro, he sentido la misma sensación, el mismo candor e inocencia. Me he detenido en esos pequeños hormigueros y he visto la laboriosidad de las hormigas. Me fascinan esos montones de pequeños foleos que antes cubrieron el grano de trigo. Las hormigas se cruzan. Van y vienen, cada una a lo suyo y consiguen dejar extasiada mi mirada. Sigo mi deambular mientras percibo el aroma a tomillo, a jara, a verano, a tierra seca y polvorienta, misteriosa. Aparecen formas pétreas que me hacen soñar. Tortugas gigantes en procesión. Rocas a las que se ha dado un tajo longitudinal y allí permanecen a través del tiempo. Los terremotos labraron este paisaje de mi infancia pero también la mano del hombre primitivo dejó sus huellas. Mi cabeza se ha liberado de ataduras, de convencionalismos sociales y mi corporeidad se ha escapado de mi misma. Camina a mi lado para no abandonarme pero sin molestarme. Sólo siento lo que no se siente y siento que estoy en el lugar deseado porque éste es el sitio donde confluyen todos los caminos iniciados. Aquí se mitiga el ansia y se llega a término, como ese tren que pita ante la próxima estación y se para. Misión cumplida.

He estado unos días en el lugar donde las noches son estrellas que me miran y protegen, que velan mis sueños mientras los grillos rompen el silencio de la noche con su sinfonía inconfundible. Es como si aquellos grillos que yo oía de niña no hubieran muerto y siguieran cantando día tras día, año tras año, para siempre, para que yo los oiga. Esta tierra es así: firme, serena, compacta, luminosa, acogedora, liviana. Esta tierra proporciona un aire limpio, tanto que las llagas del alma van desapareciendo lentamente, como desaparecen las marcas de las heridas por el tiempo y la piel se vuelve otra vez blanca y luminosa.

He dejado que mi cuerpo se sumerja desnudo en la placidez de estas aguas tranquilas, suaves, finas, reparadoras, y he notado un inmenso bienestar a nada comparable. Y cuando esto ocurría, el sol se aliaba a mi piel para calentarla y secarla mientras me dejaba acariciar sin oponerme. Así han transcurridos unas jornadas que se me antojan ya contadas, como contados son los días, como contado es el tiempo que me separa de mi tiempo.

Hoy he suspendido esta tregua y he vuelto a poner en guardia mis fibras más sensibles. Hoy he suspendido bruscamente este abrazo incondicional que me proporciona la naturaleza. Y es que yo quiero volver a la tierra, hacerme agua o liquen para que nadie turbe mi placidez.

El camino siempre se bifurca y nunca se sabe a ciencia cierta, cuál es el que conviene.