3 de octubre de 2013

ECUADOR


Por fin ya estoy en mi casa. Regresé a España tras mi estancia en Ecuador, un país que intuyo fértil, salvaje, natural y sublime, un país que me hubiera llenado, no sólo la mirada sino también el alma y sin embargo he vuelto vacía, estéril porque mi estancia en Ecuador se ha reducido solamente a Guayaquil y a una zona de playas maravillosas donde parece que ni siquiera el hombre, el hombre civilizado, haya puesto allá sus pies. Todo era mar y arena, conchas hermosas, conchas que la madre naturaleza quiso grabarlas con una estrella como si hubiera sido hecha por el mejor, por el más delicado de los artistas. Pero las conchas son así, con su estrella y sus agujeritos para que una se las lleve con la ilusión de hacerse un colgante. Recogí de la arena de la playa unas cuantas pero la mayoría se rompieron. Conseguí traer conmigo, como si de un tesoro se tratara -es un tesoro- ocho de estas conchas. Han viajado conmigo desde Guayaquil hasta Cali, soportando la inspección policial, incluso quise mostrárselas a un policía que las miró sorprendido, ni él las conocía. De Cali a Madrid, diez horas más de vuelo y otras dos horas de tren hasta Zamora. Y aquí tengo mis tesoros para construir algo hermoso. Quiero colocarlas sobre una tabla de madera y unirlas una a una por un sedal para que cuelguen, para que al mirarlas, reciba la brisa del Pacífico, ese Pacífico que consiguió serenarme, que me permitió que mis pies se acariciaran con las arenas de sus playas, ese Pacífico cálido, ese Pacífico que, en la noche, guió mi paseo bajo la luna hermosa reflejada en sus aguas mientras la conversación fluía sin sentir. He permanecido casi todo el tiempo en la ciudad de Guayaquil, una ciudad de mil caras, de cien mil sensaciones, una ciudad de contrastes donde conviven las nuevas y modernas infraestructuras con periferias marginales, con gentes en su mayoría mostrando un decidido mestizaje. Una ciudad aparentemente ordenada y limpia donde apenas se fuma. No fuma la gente. Me dijeron que la campaña antitabaco había sido muy fuerte y que consiguió convencer a la población, una población generosa y celosa de su ciudad que ha conseguido una transformación llamativa gracias a que sus impuestos, por pura voluntad, han ido a parar a su ciudad. El alcalde, hace diez años les dio a elegir si querían que sus impuestos fueran al estado o a la ciudad y optaron por esto último. El resultado a la vista. Lo que antes fue un estercolero por donde campaban las ratas y el olor a pescado podrido mareaba hasta el desmayo, lo que antes fuera prostíbulo hoy es lugar de paz, de ocio, de cultura, de espectáculos, de encuentro y comunicación, de orgullo. De orgullo sí. El Malecón de Guayaquil es todo un espectáculo que se extiende a lo largo de dos kilómetros y medio luciendo en altivas estatuas a todos los presidentes desde que se fundó la ciudad. Desde el Malecón, a un lado el río Guayas, hermoso y cimbreante, al otro los modernos edificios que compiten en elegancia y armonía. Al fondo, el famoso cerro de Santa Ana plagado de casitas de colores que se muestran como mosaico multicolor. Otro logro de su alcalde. Un lugar turístico de gran atractivo al que se accede a través de cuatrocientos y pico de escalones perfectamente empedrados y divididos por una baranda de hierro, a ambos lados las casitas de madera rehabilitadas, pintadas, decoradas con gusto. Van apareciendo las cafeterías, los restaurantes, las tiendas de artesanía, las galerías de arte. El arte en Guayaquil es una constante, como es una constante la actividad cultural. Se suceden los conciertos a diaro, los cuentacuentos. Hasta Guayaquil llegan artistas de lejanas tierras para satisfación de los guayaquileños. Por suerte vi a Luís Eduardo Aute. Su esposa estudió conmigo en Madrid hace ya muchos años. Yo sabía que permanecían juntos pero lo que no sabía es que su esposa es de Guayaquil. El propio Aute dijo que había encontrado una ciudad bellísima que nada recordaba a la que él dejó hacía ya varios años. Aute me emocionó con su pose y actitud de poeta y filosófo. Nos habló de sus nuevas canciones y de lo que le había sugerido cada una de ellas. Aute es poco grato a los gobiernos españoles porque es crítico con el Poder, con la injusticia, con la corrupción. Nos contó la historia de una nueva canción que compuso en Atenas, poco antes de las revueltas.Él estaba en casa de un amigo en una hermosa terraza, cenando frente al monte Licabeto (yo lo visualizaba mientras tanto) había gatos alrededor (en Grecia hay muchos) y cantaba cantaba. Junto a mi hotel, la hermosa catedral neogótica, pegadas pared con pared. Desde el recinto del jardín donde está la piscina, una iguana gigante la preside y entra la frondosa vegetación que recorre la fachada de la catedral permite ver las agujas góticas y una vidriera que me mira con su mirada de colores. A pocos metros el parque de las iguanas. Cientos de iguanas reposan sobre el césped, reptando por los troncos de los árboles, amontonadas unas sobre otras mientras las palomas corretean junto a ellas, picotean y muestran una grata pacífica convivencia. Me dijeron que no salen del recinto del parque porque el ruido de los coches las asusta. Por la noche todas se esconden en las ramas de los árboles. El suelo limpio. Las iguanas se han recogido para dormir. Guayaquil se ha metido dentro de mí pero se me ha escapado la Amazonía, se me ha escapado Quito, Las Galápagos, Cuenca, Baños, Manta, la sierra, la montaña, se me escapado ese mundo fascinante vírgen, ajeno a la civilización, feliz por estar feliz de lo que es, de lo que tiene, de lo que significa. Será para el año que viene. Si Dios quiere.