16 de octubre de 2012

Libertad

Mientras espero a mi hija sentada en la hermosa terraza al aire libre del Museo Thyssen en Madrid, leo distraidamente la prensa. Me detengo en la frase de un artículo que firma Juan Cruz: "Francisco Nieva que fue uno de sus grandes amigos -se refería a Carlos Eduardo Ory- lo invitó a merendar en su casa cuando lo conoció, en torno a 1.945 y allí se quedó seis meses escribiendo poemas que parecían escritos desde la experiencia".

Qué hermoso. A mí también me gustaría que alguien me invitara a su casa para tomar un café y me dijera que me quedara seis meses para escribir mis poemas desesperados, mis malditos ensayos, mis inocentes divagaciones, esa gran novela que se me resiste, que descansa periódicamente en el disco duro de mi ordenador intentando reconciliar a sus personajes.

A mí también me gustaría poder invitar, en cualquier momento, a mi casa, a un amigo para que se quedara todo el tiempo que quisiera. A veces, conocemos a personas extraordinarias en el tren, sentadas en un banco en cualquier parque, en el metro, esperando a que salga nuestro vuelo, en cualquier aeropuerto. A veces conocemos a gente maravillosa con la que intercambiamos, apenas, unas frases y nos dejan un poso dentro de nosotros que puede durarnos toda la vida....y nos despedimos, sabiendo que nunca vamos a volver a vernos peros sabiendo también que nunca las olvidaremos. Es marivilloso el estado de ánimo que nos producen esos instantes y es triste también, el estado de ánimo que nos mantiene pegados a la vida cotidiana. Esa vida de encefalograma plano, sin altibajos, sin misterio, sin sorpresas......Ay.

La vida me ha ido enseñando muchas cosas. De unas he aprendido y de otras desaprendido. He aprendido que pese a que el hombre es un ser social, que necesita al hombre para crecer y desarrollarse, necesita también su libertad, sin ataduras, sin lazos, sin compromisos, sin nada que le ate a nada. Esto es lo que más necesita el hombre.

1 comentario:

  1. Estrellas fugaces que confluyen por unos segundos en su órbita universal. Sucede, sucede, mi querida Concha.

    Confío en que nos visitemos tarde o temprano, y hablemos de la vida y el arte y la política, y nos bebamos un delicioso café bajo la sombra de un parrón.

    Un abrazo bien fuerte

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