25 de septiembre de 2012

Algo se mueve

Trenes, andenes, metro, escaleras mecánicas, gente anónima a mi alrededor, pitidos, carreras, aeropuertos, más escaleras mecánicas, ascensores, más gente anónima. Mi vida, últimamente se desarrolla con bastante frecuencia en estos ambientes. Y me siento bien. Me siento como si mi estado natural fuera este y no otro. Es una sensación grata, casi alucinógena, despojada de prejuicios y de esas caras con nombres que tanto irritan mi vida a diario.

Mañana mismo voy a tomar un vuelo con destino a una ciudad rumana que no conozco. Pitesti. Ya estuve en una ocasión en Rumanía, en Bucarest y Sinaia, un lugar bellísimo rodeado de montañas donde existen unas casas típicas de alta montaña, un castillo hermoso, de cuento de hadas. En él pasaron sus temporadas de verano los reyes rumanos y también el último dictador que fue asesinado por su propio pueblo. Mi cabeza ya no está en Zamora sino en Rumanía.

Cuando escribo las principales calles de Madrid están tomadas por los madrileños indignados, representando a todos los indignados de este atribulado país. Los españoles estamos hartos, hartísimos. Vivimos rodeados de demagogos, de cínicos, de política putrefacta y es preciso cambiar esta forma de gobernar que nos está minando, que nos está arrebatando la ilusión y las ganas de vivir.

Abogo porque estos movimientos cudadanos den los frutos que muchos esperamos.

23 de septiembre de 2012

Los afectos

Me moriré con la sensación de no haber sido, jamás, ni hija favorita,  ni hermana favorita. Son muchos años ya los que llevo siendo hija y hermana y todavía no se me ha demostrado ningún favoritismo. La ventaja de los años, eso sí, me han ido templando y ya no me hacen sufrir estas cosas como antaño. Voy asumiendo poco a poco, -¿lo asumo verdaderamente?- la realidad, al tiempo que se me va formando una finísima capa que me cubre y protege ante todas estas sensaciones de desamparo.

Ayer paseaba con mi madre por una calle céntrica aprovechando los últimos coletazos del verano y disfrutando de una temperatura nada común en estos días. Iba paseando con mi madre, como digo, y nos topamos con dos señoras muy parecidas. Una de ellas saludó muy efusiva a mi madre y mientras generalizábamos los saludos pregunté, ¿soís hermanas?, no, respondió una de ellas: "somos madre e hija". Como nosotras dije. De pronto la madre dice dirigiéndose a mí: "Uy...cómo te pareces a esa periodista que se llama....Concha....pero no recordaba el apellido y dijo uno que no era el mío. Entonces le digo yo, ¿quiere decir Pelayo?, Sí, esa misma. Pues soy yo, le respondí. Ah....pero, ¿es tu hija?, no sabía, nunca me habías hablado de ella, claro, siempre me hablas de esa otra que va mucho a León, (se refería a una hermana, profesora, que ha viajado con frecuencia a la vecina León para dar sus clases) y que mi madre siempre la tiene en su cabeza, en su corazón y en sus labios aunque somos cinco hermanos, pero siempre es esta hermana la que mi madre ha puesto en ella  todas sus complacencias.

Cuando nos despedimos después de que la señora valorara mi trabajo e incluso me piropeara por mi aspecto físico e incluso, por como iba vestida, le dije a mi madre, ¿te das cuenta, mamá, que no puedes evitarlo?  pero no te preocupes, ya lo tengo asumido y superado. No te preocupes. Hablamos un poco más del asunto pero no quise insistir por no disgustarla, aunque mi madre, suerte que tiene, es dura, es fuerte, es fría y no se deja abatir con facilidad. Pese a todo, es una mujer y una madre extraordinaria a la que, mucho mucho, vamos a echarla de menos cuando nos falte.

Esta anécdota es solamente una de las muchas que, a lo largo de los años, he ido viviendo y que, lo quiera o no, han formado mi caracter y personalidad. Cuando adolescente, tuve que luchar contra la tristeza que me producía que mi hermana a la que yo le llevaba dieciséis meses, empezara a ser favorita de mi padre. Ella se dirgía a él con espontaneidad mientras yo me quedaba retraída. Fueron unos años muy duros para mí. Sin embargo, cuando, en familia, surgen estos temas y yo hablo de todos mis desasosiegos de adolescente y les hablo de mi sufrimiento, no me creen, se me niega mi propia realidad y eso me enfurece. Por eso pienso que, en el fondo, esas sensaciones no acaban de superarse jamás. Por eso pienso, también, que todos nuestras rebeldías y  conflictos que a lo largo de la vida protagonizamos tienen su causa efecto. Por suerte yo aprendí muy pronto a refugiarme en la literatura. Leía desesperadamente y comencé a escribir muy pronto, con pasión y con la certeza de poseer una gran vocación que nunca me abandonaría. Por suerte. 

Escribir me relajaba, me anestesiaba y sigue siendo la mejor terapia, la mejor manera de afrontar la vida.  Por aquellos años descubrí a Kafka, primero fue "Metamorfosis" una lectura inquietante que no me dejaba vivir y que me conmocionó durante bastante tiempo, después y, por casualidad, llegué a "Carta al padre". Dios mío, a medida que yo leía iba identificándome con él. Cuántas coincidencias, cuantos sufrimientos y desasosiengos, cuánta incomprensión y cuánta rudeza. Comencé a escribir yo también una carta a mi padre que la tengo todavía guardada, amarillas las hojas, garabateadas con mi propia escritura a bolígrafo.

La vida se va escapando poco a poco y en esa certeza irreversible no nos queda más remedio que divagar sobre lo afectos: cuánto nos han amado y cuánto hemos amado. Y comprobar si la balanza está equilibrada. ¿Y, si no lo está.....?