27 de julio de 2012

BASTA YA

Es difícil vivir como vimimos en estos momentos. La situación ya no puede ser más angustiosa. Hemos rebasado con mucho los cinco millones de parados. Las cifras son escalofriantes y las posibilidades de empleo para un gran sector de esa población parada es casi imposible. Mientras tanto, nuestro presidente Rajoy sigue recortando a los más necesitados con escarnio mientras al que fuera Presidente del Consejo General de Poder Judicial, Carlos Divar, se le indemniza por su renuncia al cargo con más de doscientos mil euros pese a que su dimisión ha sido debida a un abuso indecente de poder. Se oyen estas noticias y se siente una especie de vértigo y de bloqueo que nos deja inmóviles. La burla hacia las clases más desfavorecidas es una constante en las determinaciones del Gobierno. Nos han mentido descaradamente. No sólo no han cumplido las promesas electorales, no han cumplido ni una de las medidas que iban a adoptar para salir de la crisis, sino que siguen favoreciendo a la banca, a los más poderosos; siguen los políticos abusando de poder, gastando nuestro dinero, empobreciendo y arruinando al país. Siguen sonriendo en las fotografías de los periódicos. Todos sonríen, dodos miran satisfechos, todos caminan juntos mientras las familias españoles pasan hambre, mientras muchas de estas familias tienen que acudir a los comedores sociales para llevarse un plato de comida caliente.  ¿Cuánto tiempo aguantarán estos sufridos españoles? ¿Cuánto tiempo permanecerán así, sufriendo y callando hasta decir BASTA YA?

12 de julio de 2012

Cuando nos vayamos

Esta tarde, a las ocho horas menos cinco minutos, ha muerto mi suegra. Miré el reloj en su último instante y eso es lo que marcaba mi reloj. Ha muerto, tras una agonía larga y muy penosa que la ha tenido postrada en la cama desde el mes de marzo, apenas sin levantarse. Sus últimos momentos fueron exactamente como los de mi padre. No sé si todos mueren así pero mi padre y mi suegra dejaron esta vida de idéntica manera. Y yo estaba allí, junto a ellos, acariciándole las manos y mirando sus rostros que, por momentos, iban tornándose lívidos y amarillentos. Ambos abrieron ligeramente la boca mientras fruncieron el ceño dos veces. Y se fueron para siempre. Mi padre con 69 años y mi suegra con 86. A mi padre, unas horas antes, yo le había hablado durante dos horas largas y le dije todo lo que me hubiera gustado decirle en vida. Tenía poca confianza con él y no me atrevía ni a levantarle la vista tanto como me impresionaba. A mi suegra le dije una oración que nos decían cuando niños, al irnos a la cama: "cuatro angelitos tiene mi cama, cuatro angelitos que me la guardan: San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan". No recuerdo si así llamábamos a los angelitos, porque creo que éstos son apótoles. No recuerdo bien, pero yo se lo dije así y al momento ella expiró frunciendo el ceño. No sé porqué me pareció que el esfuerzo del bebé al nacer, es el mismo que el esfuerzo de morir. No lo sé pero lo he pensado dadas las coincidencias entre mi padre y ella.

Una amiga muy próxima, que llegó poco tiempo después me dijo que si había podido estar allí, que si no me había dado reparo. No, le dije, ya te he dicho muchas veces que, desde niña, he visto la muerte, he visto algunos muertos y no me impresionaban nada porque la muerte como la vida nos acompaña.

A mi suegra la había fallado la salud en los últimos tiempos. No funcionaban ni sus riñones, ni su corazón ni sus pulmones. Esos tres órganos vitales la estaban traicionando cada día.

La muerte, en el fondo, tiene algo de reconfortante. He oído decir con frecuencia que cuando se va un ser querido queda una especie de paz interior porque se tiene conciencia de que nos hemos portado bien con el que se va. Ese debe ser el motivo. Que no nos falte nunca la compasión para ayudar a morir. Que no falte nunca esa compasión en los otros cuando nos vayamos.

Mi suegra tenía miedo a estar sola. Ella no lo estuvo. Me parece que la muerte debe ser compartida, como se comparte la vida.