30 de junio de 2012

Incidentes

Hace muy pocos días, regresábamos mi hija y yo a Zamora desde Madrid en el tren ALVIA. El trayecto duraría menos de dos horas dado que el tren discurre por las vias preparadas para la alta velocidad y vamos ganando tiempo. En breve, será de tan sólo cincuenta minutos. Sorprenden estos avances con la precaria situación económica en la que nos encontramos. No obstante se agradece este rápido medio de locomoción para viajar.  Lo cierto es que sin saber por qué, el tren se detuvo entre Medina del Campo y Avila, en plena noche y en medio de la más absoluta oscuridad. Fue pasando el tiempo y nadie nos decía nada. Las puertas del tren se abrieron y la gente comenzó a bajarse para fumar. No sería hasta una hora y media después, cuando un pitido nos alertó de que el tren se ponía otra vez en funcionamiento. Ni nadie nos dijo nada ni supimos nada. Me acerqué a uno de los empleados para preguntarle y me dijo que el tren había atropellado a un jabalí y que tuvieron que limpiar de restos los bajos del tren no siendo que alguno de los trozos del descuartizado animal dañara la maquinaria y provocara un accidente. Bien, muy bien, le dije, pero, al menos, deberían avisar a los viajeros para que sepamos a què atenernos. Sí, es verdad, tiene usted razón, pero por las noches no funciona la megafonía. Y se quedó tan oreado.

Al día siguiente de este suceso, íbamos en mi coche conduciendo mi hija cuando una repentina explosión dentro del interior del auto nos obligó a parar. Mi hija asustada dice, "habrá sido mi teléfono que ha explotado", pero mujer, ¿cómo va a explotar un teléfono?, no me asusustes, le digo yo. Abrimos su bolsa que reposaba en la parte delantera del coche y miramos su interior. Lo que había explotado había sido el encendedor que, debido al calor no pudo resistirlo. Después nos enteramos de que un inofensivo mechero o encendedor, no sólo puede explotar por el efecto del calor sino que puede provocar un incendio. Nos dejó bastante preocupadas el asunto.

Hoy se marchó mi hija a Madrid. Zamora la agobia y aburre. A veces me siento culpable pues de tanto oírme que esta ciudad es pueblerina, patética, chismosas sus gentes, envidiosas sus gentes....y no sigo, le he contagiado mi sentir. Y lo cierto es que Zamora tiene todos esos inconvenientes, pero es una bellísima ciudad donde alberga 22 templos románicos, cada cual más bello, hay un río hermoso, el Duero, en el que se han inspirado tantos poetas, como Claudio Rodrígue, Machado, o yo misma. Tiene una provincia que atesora parques naturales, paisajes abruptos, inmesas llanuras, humedales emblemáticos como las Lagunas de Villafáfila, una historia de siglos que se palpa entre sus calles medievales, estrechas y misteriosas, una Semana Santa declarada de interés turístico internacional, además, Zamora ha pasado recientemente a la RED DE CIUDADES MODERNISTAS EUROPEAS por sus numerosos edificios modernistas y eclécticos que se distribuyen por toda la ciudad. En fin, Zamora es bella y yo no voy a negarle su belleza, pero nuestros hijos se van y no son proclives al retorno.

Mientras esperábamos al tren, de pronto apareció la mismísima Sara Montiel que también viajaba a Madrid tras haber dado un pseudoconcierto en la ciudad. Una patética Sara, -antañona diva- que arrastraba los pies y miraba el suelo para no tropezar, por la improvisada pasarela que conduce a las vías del tren. Aquella bellísima mujer que enamoró a todos los hombres del mundo, hoy es una caricatura de sí misma. Se cubría los ojos con enormes gafas para ocultar su desfigurado rostro, más que por la edad, por los botox que quitan arrugas pero abotargan la expresión. Es triste comprobar el paso del tiempo y la resistencia que algunos le ofrecen. Su indumentaria se componía de una falda larga blanca y una blusa blanca también mostrando sus carnosos hombros y el morrillo de la espalda, ese morrillo que suelen tener los toros. Ustedes me entienden. Y una lacia coleta larga que le llegaba a la cintura. Como digo, una caricatura de sí misma.

24 de junio de 2012

FLAMENCO

Ayer asistí al 57 festival  flamenco que se celebra en Zamora, cada año, con motivo de las ferias y fiestas de San Pedro. Cincuenta y siete años, casi ná, que dirían los andaluces. En Zamora hay una gran afición al cante grande y hay un gran conocimiento de ese arte que nace en la tierra de María Santísima y que no se explica una de donde le viene a la gente de Zamora semejante afición.
Desde que yo regresé a mi tierra, cuando murió Franco, no me he perdido ninguno de estos festivales. Bien es verdad que unas veces los he disfrutado mucho y otras no tanto pero, no porque me hayan decepcionado los artistas, que suelen ser los mejores del mundo, sino por el frío y por mi falta de previsión, pese a saber que los treinta y tantos grados de la mañana o de la tarde pueden convertirse en cinco, seís o siete grados de madrugada. Y es entonces cuando ese maldito frío que se va calando en los huesos mientras el rasgueo de guitarras y las voces, esas voces dramáticas que hablan de amores, de traiciones, de penas penitas penas, van calando también en el alma.

Dicen que el flamenco hay que entenderlo, pues yo digo que no, que no hay que entender nada. Hay que sentir. Hay que sentir la misma emoción del bailaor, del guitarrista o del cantaor o cantaora, que transmiten cuando interpretan en el escenario. Hay que sentir en el pecho eso que llaman duende. El artista ha de provocar en el espectador un grito, un movimiento de hombros o de cintura, un olé, un viva la madre que te parió. Eso, y mucho más, es lo que tiene que sentir el espectador ante un espectáculo flamenco como el que vimos anoche. Entender ¿para qué?

Ayer se subió al escenario, en primer lugar, el Yeyé de Cádiz, un jerezano de grácil estampa y mayor gracejo que, no sólo cantó por seguiíllas, fandangos y bulerías, sino que nos sorprendió con esa grasia  andaluza contando chascarrillos que provocaban las carcajadas del respetable. La Choni, una genial bailaora, fina y elegante, hizo con la cola de su vestido lo que quiso. Bien la sujetaba con una mano y la agitaba en el aire, bien la movía entre sus piernas haciendo giros que subían y bajaban como una cometa a merced del viento. Sus pies taconeaban acompasados, ora, casi, a la velocidad del sonido, otra lentamente hasta detenerlos por completo. Manuela cantaba con voz profunda y sus pies seguían el ritmo de la Choni. Cuánto arte y cuánto misterio encierra el pueblo andaluz en el flamenco.

Capullo de Jerez, otro nombre histórico, deleitó con su cante. Algunos dice que es el mismísimo sucesor de Camarón. Y lo será porque arte no le falta, tronío tampoco, y una voz y un desgarro que provoca en el público el delirio.

El frío, para entonces, ya se hacía insoportable y salí del recinto. Salí, pero con el alma henchida de gozo y de satisfacción. Salí sin entender casi nada, pero sintiendo de todo.

18 de junio de 2012

En picado


El tedio se ha transformado en angustia. Una angustia que se ha instalado en el punto justo donde está el esternón y no me deja vivir. Ojeo/hojeo el periódico y paso las hojas convulsivamente.  Comienzo a leer una noticia y la dejo inmediatamente.  Tomo un segundo periódico y hago lo mismo. Sólo me detengo en el magazine porque vienen algunas firmas que siempre me aportan algo. A veces, cuando llego por la mitad del artículo me doy cuenta de que no me he enterado de nada, Me ocurre como cuando era estudiante y estaba en clase de matemáticas, no conseguía atender al profesor, no es que no entendiera, es que no le escuchaba, no me interesaba lo que decía. No me ocurría así con la Lengua o la literatura, con la historia o la filosfía. Decididamente no me interesan los números. Me pregunto si será, tal vez, por ese rechazo tan maracado que tengo hacia la cosa numérica que me influyen tanto las relaciones, las sensaciones, las percepciones. Atisbo a mi alrededor, escruto miradas, palpo gestos....y todo me provoca inquietud y desazón. Siento una especie de vértigo, como un rechazo hacia mí misma, hacia lo que es mi vida. No me explico la razón de porqué estas sensaciones tan cambiantes y contradictorias. La angustia en el centro del esternón no cesa. Me pregunto si debería tomar algún relajante o ansiolítico. Tal vez me vendría bien. Suelo analizar, analizarme constantemente. Indago sobre las circunstancias de mi estado de ánimo de los últimos meses. Tal vez tenga razón aquél amigo portugués que me hizo mi carta astral en la que me dice que necesito el movimiento constante, el ir de acá para allá, el no parar quieta. Creo que, hoy, muchos vivimos como si estuviéramos en la cima de un gran farallón a punto de caer. Pienso en lo que sentirán esas personas que  se precipitan desde un séptimo piso, o caen desde lo alto de una montaña. ¿Cómo serán esos momentos de caída infinita? ¿Intentarán reconciliarse con Dios? ¿Se sentirán liberados? ¿Verán su vida, pasito a pasito, desde el instante en que tuvieron uso de razón? Sinceramente, no sé qué puede pasar por la cabeza de estas personas que caen desde su abismo cuando la caída no ha sido accidental o casual. 

Imagen: © Goyo Alonso