15 de octubre de 2011

El guionista

Compruebo que desde el mes de agosto no había vuelto a pasar por aquí. Y me preocupa. Me preocupa porque noto un gran desinterés por algo que comencé con un brío especial. Al principio, lo reconozco, sin esperar nada. Escribir por escribir. Para no perder la costumbre. Como un lección autoimpuesta. Después, porque comenzaron a dejarme comentarios y me fueron estimulando cada vez más. Especialmente las palabras de mi amigo Jorge Muzan, ese joven chileno al que deseé conocer desde el mismo momento en que empecé a conocerle. Por aquí, naturalmente. Chile me queda lejos y todavía no barrunto visitar el país. Después, no sé por qué, pero percibo que me voy distanciando más y más de los blogs. No de éste, en concreto, sino de todos los demás. Tal vez sea una mala racha, tal vez sea porque me hayan dejado de interesar o porque me voy haciendo mayor. ¿Tal vez me amenace el Alzheime? No sé. Este temor lo he tenido ya mucho antes. Mi padre, ya lo he dicho, murió de esa terrible enfermedad a los 69 años y a los 59 ya, casi, ni sabía quién era. Hubiera cumplido años este mismo mes. El día 5. Uf....ya no sé cuantos. Sé que nació en 1917 pero no tengo ganas de echar cuentas. Qué pereza me domina en ocasiones. No sé si será la edad. Tanta vitalidad, tanta tanta. Tanta envidia que doy a todos los que me rodean y, estoy segura, caeré con todo el equipo cuando caiga.
Acabo de regresar de Praga y Karlovy Vary. No había estado nunca allí. Han sido cinco días de no parar ni un minuto. Las caminatas por la ciudad del río Moldava han supuesto como las marchas que suelo hacer de vez en cuándo, quince, veinte kilómetros sin parar. He regresado a Madrid. Otros dos días de idas y venidas en el metro, subir y bajar escaleras, andar a toda velocidad por los vericuetos de calles y plazas. El metro otra vez, ese lugar enciclopédico, vital, que me fascina por su mosaico humano, diferente, cosmopolita. Me fascinan los rostros de los desconocidos. Me fascinan los arrumacos de los enamorados: sus miradas ardientes, sun abrazos, su indiferencia hacia cuanto les rodea. El mundo para los enamorados son ellos dos. No hay nada más. Me fascinan tantos extranjeros de Santo Domingo, Ecuador, Colombia. Suelo preguntar su origen a nada que se me da oportunidad. Me fascina saber la procedencia de la gente. No tengo que preguntar el porqué están en España porque lo imagino.
El pasado día 12, día de la Hispanidad me levanté en casa de mi hija. Ante mi ventana el Palacio Real y la Catedral de la Almudena. Pasaban aviones caza, formados y haciendo un ruido enorme. De pronto caí en el día que era. Y recordé mis años estudiantes en Madrid, muchas décadas atrás, cuando yo era joven y era estudiante. Mi residencia estaba en la calle de Martínez Campos, próxima a la Castellana. Ante mi ventana tambíén varias formaciones de militares esperaban perfectamente uniformados a que les dieran la orden de comenzar el desfile hacia la Castellana donde se celebraba el desfile de la Victoria. Entonces lo presidía Franco. En uno de aquellas paradas militares conocí a un guionista de cine que estaba a mi lado viendo el desfile. Entablamos conversación. Me dijo que le recordaba a las mujeres que pintaba Julio Romero de Torres. Que me veía subida en un caballo negro, al trote por los caminos de Andalucía. Que le encantaría rodar una película conmigo. Salimos unas cuantas veces e íbamos a bailar a una boite que se llamaba Alazám. -qué casualidad- Era muy alto pero no recuerdo su cara. Bailábamos, simplemente, nada más. Entonces las chicas éramos muy formales. Y muy vírgentes (qué desperdicio, Mon Dieu). Me decía que había estado muchos años en Paris y que, al contrario que las mujeres españolas que eran todas vírgenes, las francesas no. Lo notaba incluso, cuando caminaban. No sé en qué se notaría la virginidad al andar, pero en fín, es lo que me decía el guionista de cine, de quién ni recuerdo su nombre. De él aprendí a pintarme los labios sin mirarme al espejo. Me decía que las francesas tenían un glamour especial, que sacaban de su bolso la barra de labios y sin dejar de mirar a los ojos del interlocutor se pintaban los labios. Me decía que le fascinaba aquello. Desde entonces, yo también aprendí a pintarme los labios así y lo sigo haciendo. Nunca me miro al espejo y me quedan perfectos. A muchas de mis amigas les doy mucha envidia. La verdad es que siempre he tenido unos labios muy bonitos y no sé si ello favorece.
Estoy en Zamora hace tres días. He ido a ver a mi madre. Está genial. He discutido violentamente con mi hermana Marisa. Ayer fui a Valladolid para acompañar a mi amiga Charo Antón a la presentación de dos de sus libros. Me había pedido que la presentara. Al llegar de Madrid tuve que escribir un texto a toda velociadad. No había podido hacerlo antes. Por suerte estuve muy inspirada.Le gustó mucho y gustó a la gente. Menos mal. Fue un acto agradable. Su compañero tocó la guitarra mientras recitábamos sus versos. Me estoy haciendo una rapsoda aceptable. Mi tono de voz es grave y mi dicción perfecta. Voy aprendiendo. Estaba también Manuel Fadón un actor muy bueno pero ahora no le llama nadie. Es un tipo interesante. Está separado de una colombiana de la que tiene dos hijas. Viven en Colombia y le gustaría tener algún dinero para ir a verlas. El viaje, de regreso a Zamora fue divertido. Contamos chistes. Manuel me pidió que si era capaz de hacer un monólogo solo para él. Se lo aprendería en un par de meses y lo podría representar en el Teatro Principal. Le dije que sí. Pero tengo tantas cosas que hacer, tanto en qué pensar....
No sé que dirá mi amigo Jorge de este texto. Va por él. Espero venir más a menudo. Espero no perder las buenas costumbres.

1 comentario:

  1. Agradezco tus palabras mi querida amiga. Sabes que siempre se te extraña. La vida es tan corta y la amistad se vuelve una mimada con ansias de eternización.

    Esa sucesión de frases, pictóricas, ensimismadas, nostálgicas, existencialistas, jocosas a ratos, recrean con precisión tus pasos.

    Ese buen actor que ya nadie llama y que siente que a través de tu monólogo puede recobrar su vitalidad actoral, es en sí mismo un tremendo personaje de la vida y de la literatura. Creo que ante un requerimiento de esa envergadura es imposible negarse, y, por el contrario, se hace con gusto, con entusiasmo, con una sonrisa de oreja a oreja, porque escribir es una sanación, un parto, un vómito, una eyaculación, un grito de socorro, pero también un gran divertimiento.

    Lo del caminar de las vírgenes ya lo había oído en mi preadolescencia. Muchas veces me mostraron al pasar a mujeres que se suponía vírgenes por su forma de caminar, y otras que por el contrario, dejaban entrever una suculenta experiencia sexual. Nunca entendí la diferencia.

    Sabroso escrito, mi querida Concha.

    Un tremendo abrazo.

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