8 de agosto de 2011

Robots

Me cuenta mi amiga Marisol que su abuela, que murió hace ya más de treinta años, cuando se encendía la televisión, ella siempre le daba la espalda. Mientras todos miraban a la pantalla, la abuela se colocaba de espaldas a la misma para poder verle las caras a los miembros de la familia. Me dice Marisol que su abuela decía: "hala, hala, se acabó la conversción", ya nadie dice nada, esto es una pena".
Y tenía razón la abuela de mi amiga porque la televisión ha acabado con las escasas conversaciones familiares que existían en los hogares españoles. Ahora ya no se habla, aólo se mira la televisión mientras, cada cual, piensa en sus cosas. El papá en lo que dejó por hacer en la oficina, la mamá en el disgusto que le dió Alberto Jorge a Amanda Eulalia en el culebrón de las cuatro. La niña en su compi de cole que le "mola" mucho cuando le guiña el ojo. La abuelita hace ganchillo para un gorrito que le está haciendo a Teresita, su primera nieta, que va a dar a luz en septiembre y piensa en lo monísima que va a estar. Cada cual piensa en sus cosas mientras miran la tele. Todos mudos.

La abuela de mi amiga ya barruntaba que lo mejor de la tele, es que se le puede dar la espalda como hacía ella misma.

Y que no ha llovido en estos treinta años. Lo malo es que a la tele, en este tiempo, no sólo no se le da la espalda, sino que se ha convertido para muchos ciudadanos en su única fuente de información y de formación. Pero la tele que nos ofrecen es zafia, cutre, convierte en estrellas a personajillos del tres al cuarto que no saben ni hablar, ni escribir, ni pensar, ni estar. Y lo más triste es que hay millones de españoles que siguen a estos "ídolos" con la boca abierta y los hacen protagonistas de sus conversaciones y de sus vidas.

Han pasado muchas cosas en el mundo y muchas más en España. Tenemos tren de alta velocidad, tenemos internet que nos permite conectarnos con una pastelera japonesa, con un barbero tailandés, con un arquitecto de Melburne, con una profesora de Oregón y hasta con Pepito, el de nuestro pueblo, que se marchó a Londres con una beca Erasmus. Nos podemos conectar con todos estos y con muchos más. Pero estamos más solos que la una. Lo decía hace unos días Juan Manuel de Prada cuando hacía referencia a la tecnología punta de la que disfrutamos y que nos aisla cada vez más en nuestra burbuja y nos hace olvidamos del resto del mundo. Mala cosa. Muy mala cosa, haber llegado tan lejos para estrellarnos y dejarnos el alma hecha añicos. Cada vez hay más personas acompañadas de perros o de gatos. Se les ve solas, por cualquier parque o jardín, por la calle, con la cadenita del perro, con la bolsita por si hace su caquita. Cada vez hay más depresiones, cada vez hay más gente que toma tranquilizantes para dormir, para relajarse, para soportar su solitaria vida.
Nos hemos equivocado. Hemos convertido al hombre en un guiñapo. Nos hemos apartado demasiado de la Naturaleza, de esa naturaleza donde el hombre encuentra bienestar, para cambiarla por un lugar de artificio e inhóspito, un lugar que no es el nuestro, que nos agrade y nos envilece. Pero es lo que tenemos.

1 comentario:

  1. Cuánta razón tenía la abuela. Hoy lo experimentamos en cada hogar, en cada restorán, en cada reunión, incluso en las fotos de reuniones familiares que se enlazan a facebook, pues las personas ya no se dan la cara, no dialogan, no se sorprenden con las historias del que tienen al frente, sino que todos miran silenciosamente la televisión como embobados girasoles mirando el astro solar.

    Afortunadamente, no todos caímos bajo ese embrujo, mi querida Concha.

    Abrazos gigantes.

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