21 de julio de 2011

Con mis cosas

Tengo abandonados mis blogs, apenas los visito. Hace algún tiempo que tampoco escribo en Plumas. Estoy medio vacía. No llamo a casi nadie por teléfono. Me hago, cada vez, más periférica. Huyo de la gente como de la peste. Me encuentro siempre o por la orilla del Duero, por el Bosque de Valorio, en mi refugio del pueblo, junto al embalse recibiendo el viento en mi rostro y, siempre, acompañándome a mí misma. Y he de reconocer que me hago una gran compañía.
Hace un par de días vi un apareamiento de patos en el Duero. Nunca lo había visto. En un principio me pareció que un pato estaba enganchado a algo (ya lo creo que estaba enganchado) que no le permitía desasirse. Su cabeza, roja y brillante, entraba y salía del agua como para tomar aire. A veces aparecía junto a la cabeza algo blanco que no acertaba a adivinar qué era. Al cabo de unos momentos aquello blanco emergió por completo a la superficie y apareció la pata. Había estado todo el tiempo debajo del pato dentro del agua. Sólo sacaba la cabeza (lo blanco) para respirar. Una vez que la pareja se me apareció nítida, sin equívocos, la pata se sacudió violentamente, como hacen las cigüeñas en la torre de la iglesia frente a mi casa. Son muy curiosos los apareamientos de las aves. Tienen cierta gracia la sacudida de "ellas", como para quitarse el polvo de encima. Y nunca mejor dicho, dicho en el argot más hortera. En fin.
Escribo a matacaballo, casi por obligación, como penitencia, para no perder la costumbre. Me cuesta mucho unir palabras, hacer frases, ser coherente. No sé si es por que me voy haciendo mayor o porque mi madre me preocupa, aunque su cáncer lo lleva como una medalla, como un galardón, vamos. Si no fuera por los dolores que la acucian de vez en cuándo, se diría que está pletórica, guapa y luminosa. Voy a dormir con ella muchas noches. Ya no queremos que se quede sola pues hace unos días se cayó estando sola y estuve más de media hora para levantarse. No nos llamó. Ella es fuerte. Se dio un golpetazo en el costado y está muy resentida. Por las tardes suelo llevarla a nuestro pueblo. Allí mira dos matas de tomates que plantó y se entusiasma con los tomatitos que van saliendo. Ayer cogió dos, uno me lo dio para que lo probra. Estaba buenísimo. Lo comí tal cual, lavado y a la boca. También ha sembrado tres matas de calabaza y una patata. No dejamos que siembre más cosas pues se esfuerza demasiado. A ella le gusta cavar la tierra, arrastrar, conducir las rebeldes guías de las parras. A mi madre le gusta remeger y ordenar. Le gusta cocinar, regar, le gusta todo lo que le gusta a las mujeres de su casa, como decimos en mi tierra.
He venido aquí para evadirme un poco de mí misma. Ay que ver, que pesadita soy con mis cosas.

1 comentario:

  1. Sé que son sólo momentos, mi querida Concha. Y aún en momentos así, de tu mirada sólo emana poesía.

    Un tremendo abrazo. Y ya sabes que siempre se te extraña en Plumas, y en todos los sitios donde compartes con nosotros.

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