26 de junio de 2011

A la mierda

Decididamente, hoy he comprendido que mi familia me resta energía, me bloquea, me ningunea, me hace perder mi autoestima y lo que es más terrible, me hace perder mi tiempo mental. Y cuando digo mi tiempo mental es que dejo de pensar. Me detengo en un punto y mis ideas se quedan paradas, quietas, no avanzan. Un sudor frío me corre por la frente, se desliza bordeando ambos lados de mi cara y se esconde detrás de las orejas. A veces, mi corazón palpita con fuerza, otras de detiene y parece que lo hace con calma. Y yo, inútil, me detengo en escuchar mis propios latidos, en lamentar una mil y veces haberme dejado acobardar por la superchería, la intolerancia, la prepotencia y la estupidez de las palabras que oigo escapar de los labios de unos y de otros.
Para colmo, hoy, el calor ha sido insoportable. Ni siquiera se estaba bien en el jardín bajo la parra, ni siquiera se oía el piar de los pájaros. Debían estar muertos de calor, como yo misma. Hoy no pude estar en el jardín tras la comida para apreciar el sonido de los surtidores del agua que riegan el césped. Hoy, tras una comida estúpida, de viandas y conversación, -se nos quemó la carne- me refugié en la cocina, como digo, bloqueada mi mente, mi alma y mi cuerpo también.
Salí sin ser notada, como Santa Teresa, me introduje en mi coche, que ardía hasta quemarme las manos con el volante y me dirigi al embalse. No dije nada, no me despedí de nadie. Bajé por la pendiente de piedra hasta llegar al agua, rebosante y transparente. Con los ojos cerrados me introduje en el agua y nadé, nadé, nadé, nadé, mientras mantenìa los ojos cerrados. No había nadie y la anchura del embalse es enorme. No había cuidado en chocar con nada. A veces, cuando nado, pienso en que uno de los enormes barbos que pululan por las aguas pudieran morderme en una pierna. Me he preguntado una y mil veces, qué haría si esto ocurriera. Lo curioso es que, pese a penser en cosa tan atroz, no dejo de meterme en el gua y de alejarme, cuanto más mejor, de la orilla. Mi amiga Marisol, desde hace un tiempo le tiene pánico a las culebras. Le digo que no hacen nada. Yo, personalmente, ni siquiera las he visto. Me dice Marisol que es un miedo irracional, que la paraliza. Dios mío, nadie sabe cuánto me realajan estos baños. Entrar en el agua y dar mis primeras brazadas comienza a escaparse de mí toda la mala leche acumulada por las impertinencias familiares. Una paz indescriptible comienza a adueñarse de mi y siento como un milagro redentor viene a acompañarme.
Esta misma tarde, mi sobrina Rebeca me ha echado las cartas. No suelo tener curiosidad por lo que dicen, pero algunas de mis hermanas se fascinan ante lo que le deparan sus mensajes. Me anuncian que alguien se aprovechará de mí, que va de bueno pero que me engañará. Y a mí, qué me importa. Estoy acostumbrada a perder cosas, a que me roben, a que me tomen el pelo, a no dar una en el clavo. Qué me importa a mí que alguien más vaya a aprovecharse de mí buena fe. Será una vez más. Nada más.
Decididamente, la familia me saca de quicio. Voy a desertar, voy a largarme lejos, voy a mandar a todos a la mierda.

1 comentario:

  1. Concha ojalá pudiera decirte una palabra de aliento. Sólo sé que estarás mejor y el mal momento pasará. Un abrazo desde Mérida. La vida debe seguir, debemos seguir.

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