6 de abril de 2011

La escuela

Hoy por la mañana mis amigas del club de lectura y yo nos hemos acercado al Campus Universitario para ver una exposición muy especial. Dos profesores, Isabel Ramos y Bienvenido Martín, con tesón y mucho trabajo de investigación e ilusión han reunido en dos aulas del recinto docente todos los materiales escolares que se utilizaron en España durante la última República y el franquismo. Fue entrar en la primera de las salas y mis ojos se volvieron niños. Los mismos pupitres de madera, ligeramente inclinados para facilitar el trabajo y la mirada. Sobre la pequeña mesita de trabajo los agujeritos para los tinteros, la ranurita para los lapiceros. Los asientos abatibles. Todo en perfecto orden, todo armonioso. A mi oído venían las vocecitas de mis compañeras cantando las tablas de multiplicar: dos por uno dos, dos por dos cuatro, dos por tres seis....Sobre la pared frontal, la mesa del maestro, en la República sin tarima, en el franquismo con ella. Nos dijeron que el franquismo quería poner al maestro en un plano superior al del alumno para controlarlo mejor, para conferir esa superioridad que se requería para imponer respeto. Yo recuerdo que a los maestros, entonces, los mirábamos con el máximo respeto. Ellos lo sabían todo, no hubiera hecho falta la tarima. Mientras nos anotaban estas diferencias, el grupo de amigas aportamos nuestras opiniones al respecto. Personalmente, apartándome de toda connotación ideológica me parece que la tarima es mejor porque permite a los alumnos ver al maestro sin tener que mover la cabeza a un lado o a otro. Sobre la mesa del maestro el Crucifijo, a la derecha el retrato del gordezuelo Franco, a la izquierda José Antonio Primo de Rivera. En el aula de la República, ahora no recuerdo que imagen había. Tendría que hacer memoria y ahora no tengo ganas. Eso sí, había varias posters con imágenes de artesanos con sus correspondientes oficios. Los mapas, ah, los mapas de España y Portugal, coloristas y entrañables de diferentes colores las regiones. Entonces no había Autonomías, estos pequeños reinos de taifas que todo lo han dislocado. Me fijé con nostalgia en aquellas Castilla la Nueva y Castilla la Vieja, en los ríos, en las cordilleras. Todo olía a infancia y a ternura. Yo me acordaba de mi primer maestro, don Isidro y de su bondad, de su alegría de su bonhomía. También me acordé de una odiosa maestra, doña Regina, que me enseñó a tener mi primer sentimiento de odio y de rencor. Pegaba a las niñas más humildes mientras que a las hijas de los más importantes las sentaba sobre sus rodillas y les daba caramelos. Junto a los pupitres, algunos cabases, aquellas maletitas de madera donde guardábamos nuestra pizarrita y los pizarrines, los lapiceros, el cuaderno. También las pequeñas estufitas caseras, algunas hechas con una lata de sardinas partida por la mitad y con un asa para agarrarla. Allí se introducían las brasas y servían para calentar las manitas. Yo no recuerdo tener nunca una latita de esas pues en mi escuela había estufas eléctrias. Mi padre trabajaba en una empresa hidroeléctria y la luz era gratis. Todo era gratis. Todo nos lo facilitaban en la escuela porque la empresa Iberduero era rica, pero en las escuelas rurales se pasaba mucho frío. Eran otros tiempos. Cuántos recuerdos y cuántas emociones en un par de horas. Salimos de allí con el corazón palpitante y con el alma serena.

1 comentario:

  1. Imagino a tus ojos, no contemplando esas salitas con ojos de adulto nostálgico, sino con los mismo ojos de la niña de aquel entonces. Cuántos recuerdos de golpe mi querida Concha. "Todo olía a infancia y a ternura".

    Sublime.

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