5 de abril de 2011

El párrroco negro

Encaminándome por la Avenida de Portugal para tomar el puente de hierro, al llegar a lo que fue el Cine Barrueco, una especie de inusual brisa me dio en el rostro. Casi inconscientemente giro mi cabeza para mirar de dónde venía aquella brisa y descubro que el edificio del Barrueco no existe. En pie, solamente la fachada con los huecos correspondientes de puertas y ventanas y tras ellas un enorme espacio vacío, interminable, lleno de escombros. Me paré en seco mientras mi corazón empezó a latir con fuerza. En un momento comenzaron a desfilar ante mis ojos imágenes de los cientos de películas que vi en aquella legendaria sala donde los niños y los jóvenes zamoranos aprendimos a conocer un poco el mundo, ese mundo de fantasía, real o imaginario con el que tanto soñamos. Sabía que el Barrueco iba a desaparecer, de hecho estaba mudo y silencioso desde hace varios años. Se decía que iban a construir viviendas. Qué lástima. Pero ahí seguía, en pie, como una reliquia. Y yo también seguía allí, parada, respirando el vacío y evocando las imágenes de Sissi, Sissi Emperatriz, Fedra, Orfeo Negro...y recordando también a aquellas dos personas, Olga y Ángel, elegantemente vestidas en el vestíbulo, cuando se celebraban aquellos ciclos de cine que con tanto amor y entrega seleccionaban para traernos a los zamoranos las últimas novedades. Allí, en pie, recibían al público, sonreían con amabilidad o daban detalles sobre ésta o aquélla película. Con los años mantuve una buena amistad con Olga, todavía nos paramos para conversar cuando nos encontramos. Me conmovían sus palabras cuando me hablaba de su esposo. Cuánto cariño, cuánto respeto y cuánta admiración guardaba para sí. Su vida, me dijo tantas veces, no volvió a ser la misma. Han pasado los años, pero Olga conserva su melena rubia platino, al estilo de las actrices de Hollywood. Su melena rubia es como un icono del pasado, como una pieza insustituíble que encajaba perfectamente con el mundo que vivió. Algunos te agradecemos que no hayas cambiado ni tu imagen, ni tu estilo, únicos. Es mucho más fácil para afrontar nuestra nostalgia. Tras pasar el puente de hierro, me encaminé a la Iglesia del Sepulcro donde había quedado con dos amigas para contemplar las pinturas, recientemente descubiertas tras las últimas intervenciones. Una de ellas, a la izquierda de la puerta principal, protegida por un panel transparente. La otra, a la derecha, apenas visible, pero gracias a la información que el historiador Sergio Pérez vertió en la conferencia sobre "La efímera epidermis del Románico" en el Museo de Zamora, ubicado en el Palacio del Cordón, nos sirvió a nosotras para adivinar lo que no vimos. La fe suele ser cómplice en estos casos. Y de paso, asistimos a la celebración de la misa de diez. Para nuestra sorpresa, un joven sacerdote, negro. Hablaba correctamente español con una voz clara y transparente. En su homilía habló de la luz que hay en cada interior. Yo me acordaba de Buda y de sus palabras: "Enciende tu propia lámpara y hallarás la luz". Esa luz que nos empeñamos en que permanezca ciega tantas veces. También habló de la apariencia y de que a Jesús no le importaba el easpecto exterior de los hombres, sino su interior. Le esperamos a la salida para saludarle. Quiso saber si pertenecíamos a la Parroquia pues nunca nos había visto. Es de Ruanda, nos dijo. Sus padres le enviaron a estudiar a Salamanca. Solicitó que lo llevaran a Zamora donde lleva tres años y ha aprendido a perfeccionar el español con sus amigos de la parroquia. Su nombre es Óscar. El apellido, nos comentó, era muy difícil para que nos quedáramos con él. Podíamos buscarlo en internet. Todavía no lo he hecho. Fue una mañana muy agradable. El disgusto de la caída del Cine Barrueco se mitigó en parte. La fe, esa viajera errante, nos toca de vez en cuando.

1 comentario:

  1. Me hizo recordar la película Fresas salvajes, y los espacios imaginarios que siguen existiendo en la porfía de nuestros recuerdos, aquellos que ya no se pueden tocar con la mano, pero sí con el corazón.
    Si tan sólo la fe viniera de cuando en cuando junto con aquellas brisas intempestivas, la desesperanza se tomaría al menos un breve descanso.

    Un abrazo bien fuerte mi querida amiga.

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