7 de enero de 2011

El jordano


Hoy me he acordado de un antiguo blog en el que escribía cartas a mis amigas. No sé por qué razón lo dejé. Lo guardé en un archivo y ahora no tengo ni idea dónde puede estar. Sé que está por algún sitio pero me llevaría mucho tiempo encontrarlo. En aquel blog recordaba a mis mejores amigas y les escribía haciendo referencia a nuestras convivencias y a lo ellas me habían contado. 

Hoy he recordado a Cristiana, una gallega que coincidió conmigo en época de estudiante en Madrid. Vivíamos en la misma residencia de monjas. Monjas josefinas, de aquellas monjas retrógradas e insoportables. Cristina estudiaba Medicina. Tenía un novio jordano al que había conocido en la misma Facultad y pensaban casarse. Se llamaba Jale (con diéresis en la jota). Yo no conocía al tal Jale personalmente pero tanto me hablaba Cristina de él que llegué a conocerlo perfectamente. Sabía hasta cómo era el tono de su voz, sus preferencias, sus costumbres, lo que le gustaba comer. En fin, como diría nuestra común amiga Maritxu, la de Guetaria: "como si lo conocería realmente".

Cristina me contaba la vida y milagros del jordano de tal manera que, hasta llegué a conocer aspectos desconocidos de su religión. Por ejemplo, le decía Jale a Cristina que cuando se casaran tendría que rasurarse (o rasurarle), no recuerdo el matiz, el vello púbico/púdico a mi amiga, a lo que ella no estaba dispuesta ni mucho menos. Al parecer, este debate era lo que les hacían realmente discutir muy acaloradamente. Por lo demás, se entendían muy bien. Incluso en la Facultad tenían las mismas preferencias por ésta o aquélla materia. Hasta solían aprobar o suspender las mismas asignaturas. Más afinidades, imposible.

Pasaron algunos años y un día recibí una carta donde mi amiga Cristina me comunicaba que se había casado con el jordano y que ya tenían un niño de dos años.

Sobre el rasurado no me contaba nada. Es probable que Hussein, entonces Rey de Jordania, aquél hombrecito de deslumbrante sonrisa que encandilaba a las mujeres, habría hecho desasparecer tal costumbre, teniendo en cuenta que él había tenido varias esposas occidentales. Yo permanezco en la duda.

¿Cumpliría el novio de Cristina sus promesas? ¿Permanecería ella fiel a sus principios? ¿Hubo consenso entre ambas religiones?. Las cartas dan mucho de sí y en la que le dedicaba a Cristina, entre otras muchas confidencias, me refería también al rasurado.

3 comentarios:

  1. Extrañas costumbres tienen estos jordanos. No imagino a la bella y occidentalizada reina Rania prestándose para tales exigencias.

    Lamento que hayas perdido ese blog querida Concha. Quizás aún se pueda recuperar. Yo he perdido muchas creaciones por descuidos o por confiar en personas que no supieron responder a mi confianza. Desde que existen los ordenadores es más fácil archivarlos, pero siempre hay instancias en que perdemos obras importantes.

    Antes, hasta los últimos noventa, escribía en una máquina de escribir y en cuadernillos arrugados. Mucho de ese material lo perdí y otro tanto sigue sin ser traspasado al ordenador. Algún día me abocaré a eso o talvez nunca. No lo sé aún.

    Intenta recuperar ese blog mi querida amiga.

    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Jorge, estás resultando para mí, además de un excelente amigo, un estímulo constante para valorar mis cosas. Me he puesto a ello y he encontrado las cartas a mis amigas. Creía que las había grabado en un cd, pero las tenía fotocopiadas en papel. Milagrosamente las he encontrado y ya he publicado una en Plumas.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  3. y lo de volver a la máquina de escribir (y al correo de posta) no es mala idea, en los tiempos que corren de espionaje por internet

    ResponderEliminar