6 de diciembre de 2010

Descansa en paz


Hace tres días enterramos a mi tía Josefa, una de las hermanas de mi padre. De mi tía Josefa ya habia contado cosas. Era una mujer seca y fría, tan fría como el mismo día que introdujeron sus cenizas en el panteón. Nunca había asistido a un funeral de cenizas, siempre habían sido funerales de cuerpo presente. Corpore in sepulto. Mientras asistía atenta a la ceremonia religiosa miraba la pequeña urna color marrón sobre una mesa cubierta por un sencillo tapete (no recuerdo el color) y cuatro velas encendidas en cada esquina. Mi tía Josefa convertida en cenizas. Allí su nuera y dos de sus nietos. Su marido, mi tío Francisco, murió al poco tiempo de morir su único hijo por una fatídica enfermedad que lo llevó a la tumba. Mi tío no pudo resistirlo y mi tía, que estaba como un roble, tampoco. Se fue dejando morir, hasta que lo consiguió.

Miraba la urna y pensaba en la vida tan triste de esta mujer que nunca salió del pueblo, que nunca salió de la provincia de Zamora, que nunca fue al cine, que nunca fue a espectáculo alguno. Que nunca necesitó nada más que lo que tenía, que nunca quiso hacer otra cosa que lo que hacía a diario. Recordé la tarde de un tórrido verano que acudí en su ayuda porque un pobre pájaro se había introducido entre las ramas de un cerezo al que se había cubierto con una red para evitar, precisamente, que se las comieran los pájaros. Yo estaba sola en el jardín y oí el revoloteo del pájaro que se debatía entre la vida y la muerte por la sed y el calor. Mi tía llegó al lugar y sacó al pájaro con gran facilidad de su calvario para llevarlo a otro peor. Apretó el pescuezo del animal con sus dedos hasta que lo asfixió. Yo me quedé de piedra. Me dijo que el pájaro ya no comería más cerezas.

No sé de qué están hechas estas personas tan primitivas. No sé si les asiste la compasión en algún momento. Las hicieron para sufrir, para renunciar, para oir, ver y callar.

La semana pasada había nevado. La carretera, al aproximarnos al pueblo estaba helada, el campo pétreo bellísimo, la niebla confería al paisaje intimidad y misterio. Los pequeños caminos del cementerio, tan estrechos que sólo permiten pasar por ellos a una persona, cubiertos de hielo. Las tumbas todavía con algunas flores de la reciente festividad de Todos los Santos. Mi tía se quedó allí, para siempre.

Descansa en paz buena mujer.

3 comentarios:

  1. He contemplado muchas actitudes similares respecto al maltrato de animales. Las personas suelen descargar su ira y frustración en alguien con menos fuerza, poder, rango o estatus. Hasta hace poco, eran los niños, que al carecer de todo derecho o reconocimiento de su etapa de desarrollo, los que sufrían en carne viva ese maltrato. Al no haber personas cerca, esta descarga recae en cualquier animal que se les cruce en el camino a estos infotunados supervivientes de la frustración.

    Sé que todos los seres humanos somos potencialmente crueles bajo determinadas circunstancias, pero cuando esta descarga de crueldad es reiterativa hacia seres inocentes e indefensos, tiendo a sospechar y a alejarme del atropellador. No me gusta ningún tipo de maltrato, por eso, siendo un campesino de la montaña, nunca quise transformarme en cazador.
    Siento una dolorosa culpabilidad hasta de aplastar a las hormigas.

    Entiendo que la vida que les tocó vivir a nuestros ascendientes inmediatos fue durísima y quizás por ello crecieron y envejecieron bajo esta especie de existencia espartana.

    Lamento lo de tu tía, querida Concha.

    Un gran abrazo mi querida amiga. A pesar de que hablas de una pérdida familiar, siempre es un gusto apreciar la calidad de tus construcciones narrativas.

    Por otro lado, estoy muy feliz de que estés escribiendo y participando en Plumas Latinoamericanas.

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  2. Dios nos libre de la proximidad del frustado porque puede machacarnos la vida, física o psicológicamente. A veces ambas:
    Con respecto a la pérdida de los familiares he de decirte algo. Sólo he sufrido una gran pérdida que fue la de mi padre hace ya más de veinte años. Murió de Alzheimer sin saber quién era ni quiénes éramos sus seres más queridos. Sufrió tanto y nos hizo sufrir tanto que su muerta fue una liberación para todos. No he perdido a más seres queridos importantes. No sé todavìa lo que se siente de desarraigo, de drama, no lo sé. Aunque no es comparable, este verano murió mi gata después de 20 años a mi lado. Me adoraba y yo a ella. Su muerte, sentida sí, pero aceptada con gran naturalidad. Inconscientemente, creo que soy de los que la muerte la vivo como la propia vida, sin dramatismos, con naturalidad.
    Gracias Jorge. Un beso.

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  3. Imagino que debió ser muy duro convivir con un padre que no te reconoce y que más encima está sufriendo, querida Concha.

    El olvido y la locura son dos cosas a las que les temo quizás más que a la misma muerte.

    Respecto a tu gata, siento que vivieron un ciclo completo juntas y aceptaste con resignación el fin natural de sus días. Aunque el dolor y el vacío que dejan es imposible alejarlos de buenas a primeras.

    Abrazos mi querida amiga.

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