29 de noviembre de 2010

La trastienda

Este fin de semana ha sido, cuando menos, curioso. Conocía a una amiga del Facebook, Ana Gato. Quedamos en el centro de Madrid. Ella me esperaba en el metro de Callao. Habíamos convenido en que nos reconoceríamos en cuanto nos viéramos. Y efectivamente, aunque era de noche y el lugar estaba poco iluminado nos reconocimos inmediatamente. Saludos y un cálido abrazo. Estuvimos caminando un buen rato mientras charlábamos. Hacía un frío terrible y yo tenía que hacer un gran esfuerzo para no caminar rápido, como suelo hacerlo habitualmente. Ana andaba con parsimonia, ajena a la baja temperatura de esos momentos. Decidimos entrar en algún sitio para comer algo. Entramos en un restaurante y pedimos unas cervezas y una ración de lacon asado. Estaba muy bueno. Hablamos mucho, sobre todo de su vida. La mía quedó prácticamente en el anonimato. Después, cuando nos despedimos reflexionaba sobre lo que nos habíamos contado y me di cuenta de que yo no conté apenas nada, pero por una razón muy sencilla porque sólo preguntaba yo sobre un aspecto u otro de su vida. Ana no me preguntó absolutamente nada. Nada de nada. A veces he reflexionado sobre este tipo de dialéctica a una sola banda y pienso en el consultorio del psiquiatra, donde habla el paciente y el psiquiatra escucha. Bien, no sabría qué decir, ni que conjeturas extraer. Ana es muy agradable, tiene una risa hermosa y sonora. Tiene una mirada profunda. Mientras habla suele bajar los ojos constantemente quedando sus párpados completamente cerrados, oculta la mirada al interlocutor. Pensé que tal vez sea algo de timidez. Hay personas que no saben, o no pueden, sostener la mirada constantemente. Yo lo hago, no sé si está bien o mal, pero me parece, incluso, una falta de atención hacia la persona que tengo delante si no le miro a los ojos mientras habla. Estuvimos más de dos horas juntas. Quedamos en vernos al día siguiente pero mi hija quería pasar el día conmigo y no pudo ser.
El sábado tras una reunión de trabajo, motivo de mi viaje a Madrid, visité de nuevo el Museo Reina Sofía. Volví a admirar cuadros de Picasso, Miró....confieso que el cubismo no me va demasiado, no provoca en mí lo que me provocan los cuadros de los grandes clásicos de la pintura como Velázquez y todos los pintores del Renacimiento. Ayer domingo, volví con mi hija a comer por ahí y nos fuimos al Prado. En esta ocasión contemplamos la magnífica exposición de Rubens que estará expuesta hasta el 23 de enero. Rubens era un maestro de lo mitológico. Un maestro pintando los senos femeninos. Dos horas y pico duró nuestra visita al Prado.
Madrid, domingo por la tarde, a rebosar. Mi hija me decía que dónde estaba la crisis. Las calles atestadas de gentes con bolsas de regalos, las tiendas, muchas abiertas, llenas. Pese al frío, la gente sonreía, disfrutaba de la reciente iluminación navideña. Los edificios de la Gran Vía, preñados de luz, de belleza modernista, ecléctica, gótica o barroca. Qué bellísimos son los edificios de las calles nobles de Madrid. Nos deteníamos para ver a esos grupos de músicos: mexicanos con sus rancheras, música de los Andes, la bailaora con su guitarrista, el mimo izado sobre una silla vestido de Napoleón, un original retrete con su cisterna que invitaba al viandante a tirar de la cadena tras introducir un euro en su interior. Entonces, salía de la taza del wc una cabeza de burro que hablaba y se dirigìa a la persona que había introducido el euro. Una argentina entabló conversación con el burrito haciendo las delicias de los viandantes. Hice algunas fotos del momento que colocaré en mi facebook. Por cierto, la lectura de ese pasatiempo callejero decía que el mundo es una mierda y que hay que tirar de la cadena para que se vaya. O algo así.
Le dije a mi hija que hay una gran crisis en España. Y en Madrid mucho más, lo que ocurre que toda esa gente que paseaba y compraba y disfrutaba, no la notaban. Los que la sufren de verdad estarán en sus casas sin saber qué hacer, o debajo de los puentes guarecidos por cartones.
De vuelta hoy a Zamora en tren. La paz, el sosiego, la lectura ininterrumpida. En esta ocasión, Carmen Martín Ganite, "El cuarto de atrás". Un maravilloso relato de la vida, del pasado, de la educación y de la represión. De la guerra, de las bombas, del recuerdo en suma. Mientras leía yo recordaba también esos cuartos de atrás que todos tenemos: el cuarto de papá, el de la prima, el de la abuela. Todo forma parte de nuestros recuerdos que se entrelazan unos con otros y conforman, para bien o para mal, nuestra propia historia, nuestro cuarto de atrás. Nuestra trastienda.

4 comentarios:

  1. Mirar directamente a los ojos puede entenderse de dos formas dependiendo del lugar y la cultura de los interlocutores. Como atención o inquisición.

    Es uno de los relatos más perfectamente hilvanados que he leído de tí, querida Concha. Es simplemente perfecto. Tengo esa manía de reparar mucho en la forma y jamás hacer juicios sobre el fondo, tan sólo disfrutar la música de esa voz que tan generosamente nos narra su visión del mundo y de las cosas que suceden.

    Me agradó tu percepción de Ana. Qué gran mujer.

    Pude sentir la incomodidad de ese frío que calaba los huesos, y pude verlas a las dos caminando a través de ese frío, como personajes de novela rusa.

    Sobre Picasso, ya he escrito algunas cosas por ahí con las que me he ganado enemistades furibundas. Lo considero un pintor sumamente sobrevalorado. He intentado indagar en las razones de esa sobrevaloración estética, pero aun no he llegado a buen puerto.

    Sobre las crisis que nos afectan. Ya pude percatarme en la del 98 que las crisis de hoy no se notan en las calles ni en los supermercados ni centros comerciales. Tal como tú dices, los que están más afectados por la crisis, o aparentan o se esconden en sus casas o bajo los puentes. La vergüenza social es poderosa señora.

    Un fuerte abrazo querida Concha. Un gran relato.

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  2. Mirar a los ojos es bueno, cuando toda nuestra atención se centra en la persona que tenemos delante.
    Estoy segura de que tú también miras a los ojos cuando hablas.
    Un beso.

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  3. Miro a los ojos de una manera amigable, amable, jamás escudriñando las intenciones de mi interlocutor. Por lo mismo, nunca he percibido que alguien se sienta incómodo conmigo.
    Hay miradas tan agresivas que intentan de partida preponderar sobre el otro, a la manera de los animales. Otras, muy evasivas, llaman a la sospecha.
    Yo no tengo ánimo ni interés en ganar o perder ante nadie. Me gusta sonreir naturalmente con la mirada y sobretodo escuchar. Soy un gran oidor, aunque cuando siento que mi público tiene real interés en escucharme, pues me lanzo a parlar como un loro embriagado.

    Estoy seguro de que tu mirada es profundamente amable, querida Concha.

    Un abrazo de medianoche.

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  4. Lo es, lo es, mi amigo. Mi mirada nunca ofende. Es acariciadora e intensa. Y llena de curiosidad. Eso sí, si me atacan y me hieren, según mi ánimo, contraataco y en ese momento, tanto la mirada, como mi cuerpo entero y mi palabra se pueden convertir en una bomba. Pero tan sólo si me ofenden.
    Espero poder conversar, frente a frente, contigo algún día.

    Un abrazo amigo Jorge.

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