18 de noviembre de 2010

La sequía

En mis manos "El antropólogo inocente", de Nigel Barley, un libro, dicen, muy gracioso y que cuenta cosas divertidas. Llevo leídas más de noventa páginas de las doscientas y pico que contiene el libro y no ha conseguido arrancarme una sonrisa. El protagonista, el antropólogo inocente, comienza su relato narrando los pasos que tuvo que dar para hacer ésto o aquéllo, para que le permitieran ir aqui o allá, etc. Burocracia y más burocracia que consigue aburrir al lector y quitar las ganas de continuar con las peripecias.
Asisto a un club de lectura organizado por la Biblioteca Pública y allí he conocido a un grupo de gente estupenda con las que comparto inquietudes, conversaciones, excursiones y, por supuesto, lecturas, el verdadero mótivo de nuestos encuentros. Bien es verdad que, sin que la lectura haya pasado a segundo plano, sin embargo este grupo de personas se ha hecho compacto. La amistad ha crecido y se ha consolodidado. Ahora no solamente nos vemos el día que toca ir a la biblioteca, sino que propiciamos otras actividades: marchas campo a través, - son todos muy andariegos-recogida de setas, viajecitos, conciertos, teatros, conferencias, etc.
Hoy hablaba por teléfono con una de mis compañeras sobre el libro del antropólogo y le digo que no voy a ser capaz de terminarlo. Mi errita su lectura, pues me hace perder el tiempo y a mí me gustan otro tipo de libros. Ya ha pasado el tiempo en que leíamos todo lo que caía en nuestras manos. Ahora seleccionamos lo que queremos leer en función de lo que nos ayuda a pensar. Y ahí están siempre los clásicos, los antiguos y los contemporáneos y estamos muy necesitados de pensar y de pensar bien sin que nos distraigan con chorraditas como, por ejemplo, cómo rascarse la barriga en época de sequía.
Esta frasecita que destaco en verde la pronuncié en el transcurso de la conversación para convencer a mi amiga de que el libro es una memez. Oí una estruendosa carcajada al otro lado del teléfono. Le digo a mi amiga que yo soy una amante de la antropología, que me encanta conocer otros mundos y otras formas de vida y si puede ser en vivo y en directo, mucho mejor. Al respecto, le referí una anécdota de mi viaje por Malasia cuando llegamos a la isla de Borneo para ver los orangutanes en su propio habitat. Le conté la maravillosa experiencia de ver a cientos de monos saltar por las ramas, muchos de ellos con las crías prendidas en sus pelajes, las madres despiojando a los bebés, peinándolos, acariciándolos, peleándose por la comida que le arrojaba un hombre subido sobre una plataforma unida a un gran tronco de árbol, recibiendo manotazos del hombre porque la comida era para los orangutanes que están en vías de extinción.
Le referí lo que nos contó el guía sobre esas crías que se pierden porque en Malasia, en toda Indonesia, se pasa del día a la noche en un abrir y cerrar de ojos. Y es verdad. Nos contaba el guía que cuando ésto ocurre algunas de estas críaturas se pierden y muchas veces ya no encuentran a las madres. Entonces huyen asustadas hasta que encuentran luces de las pequeñas chozas donde viven algunos habitantes de la selva que todavía se dedican a la recolección. Estas pequeñas familias tribales acogen a estas crías y las alimentan y les enseñan a sobrevivir en la selva. Pero a veces ocurre, que cuando se hacen mayores y los machos quieren aparearse no encuentran con quién y entonces quieren hacer el amor con la dueña de la casa y claro eso no es posible, nos contaba el guía con la mayor naturalidad.
Los tratados de antropología son apasionantes, de hecho, cuando yo estudiaba Sociología la Antropología era una de mis asignaturas favoritas, como la antropología sexual, por ejemplo. Me enteré de muchas cosas como por ejemplo quiénes son los individuos que más y menos copulan en el mundo. Creo recordar que era en alguna región de Africa que, lamentablemente, no recuerdo ni cómo se llamaban. Tendré que consultar en mis apuntes.
Mi abuelo materno, por ejemplo, me ha contado mi madre, le succionaba a mi abuela los pezones antes de tener su primer hijo porque mi abuela tenía los pezones como una niña y sabía que cuando diera de mamar, el bebé le haría mucho daño. Así el niño podría agarrarse bien al pezón y mamaría sin sufrimiento para mi abuela. Mi madre me contó este detalle con la misma naturalidad que se lo debió de contar a ella su padre. Mi abuelo, al parecer, estaba enamoradísimo de mi abuela y todo lo hacía en función de que ella estuviera bien.
Esto sí que es antropología pura. ¿O no?

1 comentario:

  1. Interesante entrada, interesantes visiones. La Antropología me agrada aunque no sea una total entendida en el tema, pero estoy de acuerdo en que es parte de ser un buen lector es el hecho de saber discrimidar o discernir qué leer, qué no, qué creer y qué no. Obviamente uno sacará, destacará o tomará más en cuenta aquello que creamos nos sirve más como individuo. Habemos algunas personas que detestamos dejar un libro sin acabar, pero también es cierto que el tiempo apremia y hoy en día uno se pone más selectivo.

    Saludos.

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