20 de noviembre de 2010

Escribir

¿Qué es un libro, sino un montón de páginas en letra impresa? ¿Qué mueve a quien lo escribe a plasmar en ellas cuanto se le ocurre?
Esta pregunta me la he formulado en muchas ocasiones y siempre llego a la misma conclusión. Por amor. Se escribe por amor, por un irrefrenable deseo de amar y de ser amado. Para proyectar en los demás nuestros pensamientos y nuestras sensaciones, porque los unos y los otros son lo mejor de uno mismo y desea compartirlos con los demás, íntegros, sin limitaciones, sin que se tergiversen.
Escribir, lo dijo Camilo José Cela, es un acto solitario e íntimo, es como despojarse del ropaje ante el ser amado en estrecha e íntima comunicación. Y así es como el escritor intenta llegar al lector, en soledad, plasmando en el papel los pensamientos que se han ido madurando durante mucho tiempo, consciente o inconscientemente, hasta sentir la imperiosa necesidad de transmitirlos.
Escribir y amar, por tanto, son la misma cosa desde que el lector recrea su vista por las páginas de cualquier libro.
Desde que yo era muy niña, sentía una especial atracción por la literatura, lo que me hizo muy pronto descubrir el mundo de los libros. En ellos encontré la fantasía que un niño necesita, el refugio que busca en ocasiones y las ilusiones que alimentan su propia imaginación. Fui creciendo con ellos, gozando y sufriendo al mismo tiempo, porque contra lo que se piensa sobre la infancia, que ésta es inmensamente feliz, nada más lejos de la realidad, porque el niño tiene una capacidad de sufrimiento ilimitada aunque al instante le desborde la alegría. Tanto el goce como el sufrimiento, el niño los vive intensamente y yo viví ambas cosas siendo muy consciente de ello. Recuerdo sufrir por las cosas más pueriles y sencillas y gozar por lo más insignificante. Pero, sin duda, esas sensaciones irían modelando y fraguando mi carácter y afianzándose mi personalidad.
Recuerdo que uno de mis primeros libros de lectura me lo regaló un tio mío, sacerdote. Se titulaba "Mujercitas". Aquél libro lo leí y releí, qué se yo cuántas veces, porque aquellas cuatro hermanas, las protagonistas, Meg, Beth, Jo y Amy, me ensimismaban con sus preocupaciones, andanzas y problemas. Una de ellas, Jo, como a mì misma, le gustaba escribir y era con la que más identificada me sentía. Me metí tanto en el personaje que era yo la que sufría y gozaba al mismo tiempo que lo hacía ella.
Más adelante fueron sucediéndose otros títulos y otros autores. Aquellos viajes fantásticos de Julio Verne, los retratos costumbristas de Juan Valera, el realismo de los escritores rusos y lo que escribían sobre el ser humano, me invadían de tristeza. El argumento de Crimen y Castigo, de Dostoyesky me mantuvo aterrorizada durante mucho tiempo cuando recordaba al atormentado Raskolnikov asesinando a la anciana. Aquél crimen novelado por el escritor ruso me enseñó a mí que la propia conciencia puede convertirse en nuestro juez más implacable.
También El Quijote, releído a retazos en la escuela, me mostraba los campos áridos y mesetarios de la Mancha, llegando a serme tan familiares como el escuálido Don Quijote, Sancho Panza o Rocinante. Aquellas siluetas manchegas me hicieron revivir al inmortal Cervantes día tras día como si de un miembro de la familia se tratara.
El lejano mundo de la India y la espiritualidad que derrochaba Rabindranah Tagore, en Gora, una de sus obras maestras, hicieron que mi espíritu se sensibilizara para captar mejor las reacciones del ser humano. Aquellas reflexiones sobre la vida, minuciosamente expuestas por el filósofo hindú haciánme indagar con avidez sobre lo más profundo de mis propios pensamientos y me hacían, al mismo tiempo, escrutadora de los ajenos.
Las lecturas nos van formando, nos formaron, hicieron que fuéramos evolucionando con el tiempo, transformaron nuestras formas de pensar, dieron al traste con ideales que quedaron obsoletos. Las lecturas nos enseñaron a amar y nosotros, cuando escribimos, recogemos el testigo de ese amor para trasladarlo a los demás. Esa es la mayor intencionalidad de quien escribe. Insisto, diría que es el mayor acto de amor.

3 comentarios:

  1. Por amor. Fundamentalmente por amor, aunque no intentes ni se te haya pasado por la cabeza moldear a alguien.

    Este paseo por tus grandes libros formadores me retrotrayeron a los míos, gracias al mágico juego de ventanas que se abren mediante las letras compartidas.

    He sido desde mis tres o cuatro años un lector compulsivo y autónomo que ha leído todo lo que ha encontrado a su paso, incluyendo en ese todo, tanta basura como buenas obras.

    No podría decir qué cosas me han marcado más que otras. El Quijote me divirtió en la preadolescencia, pero su complejidad y su profundidad filosófica no me permitieron apreciarlo en toda su dimensión sino hasta entrada la treintena. Cabalgué tempranamente con Dickens, Chejov, Balzac, Víctor Hugo, Solzhenitzin, Kundera y Dumas hijo. Sufrí con sus historias y sentí el irrefrenable deseo de querer ayudar a sus personajes, pero ¿cómo podía hacer eso? La literatura no concede ese privilegio.

    Mis primeros letras salieron solas, como un juego, como lo que siguen siendo hasta hoy, un juego, un divertido pasatiempo en este asombroso mientras tanto.

    Un bello escrito, querida Concha.

    Un cálido abrazo

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  2. Uno de los personajes que más me hicieron sufrir fue Kafka en la Metamorfosis. Ni te imaginas la de veces que me convertí en un repugnante gusano o cucaracha, huyendo de no sabía qué. Kafka, durante mucho tiempo fue objeto de mis pensamientos.

    La literatura, es cierto, nos conmueve, nos proporciona vida y nos hace sufrir, pero es fundamental para afrontar el propio sufrimiento.Mientras nos metemos en las interioridades de los demás dejamos descansar las nuestras.

    Un abrazo amigo Jorge.

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  3. Pienso que se escribe por amor, estoy segura, nunca por vanidad ni porque necesitemos aplausos. La escritura es algo tan sublime que quienes nos dedicamos a ello nos sentimos como anestesiados, en coma profundo. ¿No has reparado en que las horas que pasan mientras escribes te olvidas de que tienes cuerpo, que no sientes ni tus piernas, ni tus brazos, ni tus órganos? ¿No has reparado en que la materia que es tu cuerpo se volatiliza, se convierte en ligera pluma que flota por el cosmos?
    Otro abrazo.

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