9 de septiembre de 2010

Larvas

Hace apenas unos días, me encontraba a las orillas del Danubio, en la bonita ciudad de Veliko Gradiste en Serbia. Intentaba pescar con una caña que me pusieron en las manos. Me proporcionaron una pequeña cajita donde, al abrirla y mirar su contenido, casi me da un soponcio. En su interior decenas de minúsculos gusanitos blancos y rojos se movían sin parar. Servían como cebo para que picaran los peces. No hace falta que diga que ni intenté tocar uno con mis dedos. El compañero que tenía al lado, cada vez que mi gusano desaparecía por el inteligente pez que lo engullía pero esquivaba el afilado anzuelo, venía solícito a mi lado para volver a enganchar otro. Y así pasó un buen rato. No conseguí pescar ni un solo pez, pero todos los demás pescaron 1o, 20 y hasta 30 pececillos. Dejé la pesca y esperé a que los demás terminaran. Mientras mis ojos seguían el curso del río apercibiéndome de la placidez del lugar.
No he dejado de pensar en aquella cajita repleta de aquellos repugnantes gusanos. Aunque ha pasado casi una semana de mi infausto día de pesca, la visión de aquellas larvas me persigue. Imagino las sucesivas invasiones que se apoderan de nuestro cuerpo cuando dejamos de existir. Imagino esas larvas sobre mi carne exangüe. Un día oí a Vallejo Nájera, al refirse a la conveniencia de donar nuestros órganos en vida para que alguien pueda prolongar la suya, argumentar, entre otras cosas, que, aunque sólo fuera para evitar las sucesivas invasiones de gusanos que minan nuestros cadáveres, deberíamos ser donantes de órganos. Ni he vuelto a olvidar aquello ni olvidaré tampoco el interior de aquella cajita a orillas del Danubio.

3 comentarios:

  1. La persecución de una certeza. Como me atrinchero en ciertas certezas inventadas de materialista dialéctico, sé que no sentiré la meticulosa degustación de aquellas larvas.

    Una sola vez en mi vida logré pescar un pecesillo, el único incauto que creyó en mi carnada. Aún siento un remordimiento terrible.
    Un relato perfecto, querida Concha.

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  2. Querida Concha, he querido compartir mi aprecio por vuestra prosa con mi amigo escritor Claudio Rodríguez Morales. El te intentó buscar a través de Google, pero no tuvo éxito. ¿Es acaso un blog privado? ¿Cómo es posibe que él acceda a tus escritos? ¿Me autorizas para enlazárselo?
    Recibe un abrazo querida Concha. Entre más te leo más te quiero.

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  3. No vi la respuesta que me dijo.
    En todo caso, respecto a este asunto, no me gusta la pesca, sobre-todo la indiscriminada; A veces es un abuso tantos peces que se mueren por esta actividad, cuántos hay ya en extinsión.

    P.D: Me gusta que me visite, pero a veces desearía que se remitiera a lo expuesto.
    Saludos cordiales.

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