20 de agosto de 2010

El vestido

Termino de leer un post de Jorge Muzam y me doy cuenta del abismo generacional que hay entre ambos. Por muy moderna que yo sea, por moderna que me crea, yo nunca sería capaz de escribir lo que escribe el chileno porque me faltarían arrestos, valor para exponer tan explícitamente su encuentro amoroso con Tamara, escuchando el lejano bramido de las olas y oculto entre la frondosidad del bosque.
Me doy cuenta también de que el abismo generacional, insito, pese a ser yo una mujer moderna, desconozco ciertas prácticas amorosas que los jóvenes de hoy día practican con la mayor naturalidad y sin la mínima turbación. Ah, y sin ningún escrúpulo. Los escrúpulos siempre han jugado un papel muy importante en la vida, en la mía sobre todo. Los escrúpulos no me permitían, ni me permiten, beber por la misma botella que ha bebido otro, ni compartir un bocadillo o una fruta, ni chupar del helado de nadie por muy amigo que sea. En fin, mi escrupulosidad para ese tipo de cosas ha sido siempre exagerada. Mi madre solía decir aquello de: "no hay ningùn marrano que no sea exquisito". Pero yo lo era y lo sigo siendo.
Por eso, el inquietante relato de Muzam me ha dejado perpleja cuando dice que introducía su boca y su nariz a través de los recovecos más oscuros de la anatomía de la chica y se quedaba allí largo tiempo disfrutando de su aroma. Ignoraba semejantes manifestaciones amorosas. Como digo el abismo generacional señala estas diferencias.
Pero yo no quería escribir sobre esto, sino de algo que, desde ayer, me tiene muy crispada y cabreada al mismo tiempo. Lo de Jorge no ha sido nada más que un paréntesis de asueto que ha venido a paliar, en parte, mi estado de ánimo.
Estoy pasando el verano a caballo entre Zamora y la casa de mi pueblo donde nos reunimos casi todos los miembros de la familia. Mi madre, mis hermanos, unos van otros vienen. Sobrinos, e hijos. El domingo pasado nos reunimos catorce para comer. Mi madre invitaba. Tenemos mucho carácter y, cuando nos embisten verbalmente, mala leche. Dice mi hermana Toya que si Almodóvar o Wody Allen nos conocieran, tendría argumentos suficientes para hacer películas hasta que se murieran. El caso es que hace dos días, revolviendo en el cajón de una cómoda encontré los aderezos de la comunión de mi hija. Les había perdido la pista. Allí, en una bolsita de plástico, el bolsito de raso blanco bordado y con su puntillita alrededor, el tocado a modo de diadema con sus florecitas blancas y los diminutos guantes calados. Me alegré mucho al dar con aquello que consideraba perdido. De pronto me acordé de que el vestido se lo había prestado hace más de dos años a una amiga que me lo pidió para dejárselo a alguien y que no me lo había devuelto. Miré el reloj y vi que todavía eran las once de la noche. Marqué el teléfono de mi amiga que respondiò al instante. Me dijo que estaba leyendo, imagino que "Camino" pues es del Opus Dei por la gracia de Dios y el Espíritu Santo. "No te preocupes por la hora, díme". Sin perder el tiempo le recuerdo que no me ha devuelto el vestido de mi hija, que me había olvidado y quería recuperarlo. Sorpresa al otro lado del teléfono. "No lo tengo, lo he regalado" Quéeeeeeeeeeeeeeeeeeeee? ¿Cómo ha sido eso?
"Me dijiste que podía hacer con el vestido lo que quisiera." A medida que avanzaba la conversación mi sorpresa y mi indignación iban en aumento. ¿Que lo has regalado? ¿A quién? Pues pídeselo. No puede ser, se lo regalé a una latinoamericana, pero ¿a quién, no se lo puedes pedir? No, porque se fueron a América y ya no lo tengo. Podías prestarlo a quién quisieras pero no que lo regalaras. -le digo-. Lo conservo porque es lo único que conservo de mi hija. Regalé toda su ropita, me robaron las joyas donde iban también las de ella y no conservo nada más que su vestido de comunión, si lo he hecho durante más de veinte años es porque quería conservarlo, cómo, entonces, iba a dejártelo para que tú lo regalaras...? "
Pufffffffffffffffffffffffff.!!!!!!!!!!!!
No quiero seguir con el tema porque me sigue reventando y el verano es corto y yo quiero aprovecharlo para disfrutar de los días al aire libre, de los baños y de las charlas nocturnas bajo las estrellas de mi pueblo. Para leer bajo la sombra de la parra del jardín, incluso para leer algún relato de mis amigos blogueros.
Hoy me ha traído, en compensación, una cajita con "caprichos de reina" un dulce maravilloso que endulza el paladar. No sé. No sé qué le diré a mi hija cuando me pregunte por su vestido de comunión.
Si el vestido hubiera llegado a Chile, tal vez, el amigo Muzam pudiera darme noticias de su paradero.

1 comentario:

  1. El epílogo de vuestro estío se corresponde con los primeros roces de nuestra primavera, que se ha venido a imponer prematuramente ante un invierno intimidado. El oleaje es insólito, desproporcionado, como si una fuerza desconocida demostrara su embravecimiento azotando las orillas y ensordeciendo a los enamorados.
    Imaginaba la música de esos diálogos familiares entre personas con tanto carácter, las comidas, los aderezos y las miradas entrecruzadas, imaginaba tus noches estrelladas y las lecturas bajo la parra de tu jardín sin dejar de sentir curiosidad por lo que deletreaban tus ojos. ¿El vestido? Es de esperar que lo use alguien que lo valore mucho y que de tanto valorarlo y cuidarlo lo siga relevando en el tiempo. Si llegara hasta mis manos y supiera que fue tuyo, te lo devolvería con una amable sonrisa.
    Un fuerte abrazo mi querida amiga y no te espantes de mi narrador, que a ratos se me descontrola y se sale de madre. Quizás sólo quiere escribir lo que no se ha escrito y narrar en una personal clave filosófica lo que no se hubiese atrevido a narrar ni Henry Miller.

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