21 de agosto de 2010

Boda

Aunque faltan tres horas para partir hacia Salamanca a la boda de la hija de mi amiga Elisa, estoy aquí, intentando tranquilizarme de todo lo que me ha ocurrido estos días: el vestido de la comunión de mi hija que se fue a algún lugar de América, la ropa que me voy a poner para la boda, todavía no sé si el vestido de gasa y con caída gris, parecido a los que utilizaban las mujeres griegas, o el otro vestido de encaje negro que se me ciñe al cuerpo y me favorece pues deja al descubierto mis hombros, brazos y escote, muy bronceados por el sol del verano. De los zapatos no tengo duda. Me pondré unos plateados con tacón de aguja que compré en el centro de oportunidades del Corte Inglés por 19 euros, de la marca Caramelo. Llevaré un bolsito plateado donde no cabe más que el pintalabios, tal vez mi cajetilla de tabaco y un peine. Pienso llevar otros zapatos, también plateados, ya usados, por si los de estreno me dan la vara cuando baile. Porque pienso bailar hasta reventar. El baile, como a mi madre me motiva, me desestresa y me recobra de enería. Cuanto más bailo menos me canso.
Sigo oyendo los maullidos de un gatito que se ha perdido entre el vecindario. Me dan ganas de bajar al recinto del jardín y buscarlo para apaciguarlo, pero si lo hago perderé el tiempo. Imagino que es de una jovencita vecina, que, ayer mismo me lo mostró. Se lo lleva a Arenas de San Pedro pues le han dado allí su destino. Es maestra. Me apena el lastimero lamento del gatito, pero espero que aparezca pronto su dueña y lo rescate.
Acaba de llegar una de mis hermanas para recoger un tedioso documento que estaba extraviado y lo necesitamos para llevarlo al notario. Hace referencia a la casa que tenemos en el pueblo de la que somos copropietarias las cuatro hermanas. Mi hermano nos vendió su parte hace ya varios años y él nada tiene que ver en el asunto. La despacho en pocos minutos y se va. De pronto de doy cuenta de que tenìa que haberle dejado el libro que me llegó ayer sobre fotografías de Castilla y León donde aparecen tres imágenes de nuestro padre. Cuando reacciono y salgo a la puerta mi hermana acaba de poner su coche en marcha y no me ve. Vaya por Dios. No las veré hasta el lunes o el martes porque hoy, como digo, voy de boda y el domingo mi suegra celebra el cumpleaños. Nos invita a comer a todos. Lo adelanta una semana porque el próximo domingo me voy a Serbia y quería que estuviera yo también. Su cumple es el día 29. Y el 28 tengo otra boda. Un rollo. He de salir para Madrid tras el baile de la boda pues mi avión sale a las 7,30 de la mañana. Me acompaña mi amiga Ros, una buena amiga que hace vida independiente de su marido. Ambos son profesores de historia, dos intelectuales que no se entienden. Como casi todas las parejas del mundo. El matrimonio es una trampa, que se dice, y vivimos inmersos en la trampa de por vida. A los de nuestra generación nos falta arrestos para dar el paso que dan ahora los jóvenes por un "quítame allá esas pajas". La vida nos hace dar tumbos una y otra vez y no conseguimos enderezarla.
En fin, tengo que dejar mi discursito. He de planchar dos camisas para mi maraido. Él tampoco sabe cuál de ellas se pondrá. Y arreglar un poco la casa pues esta mañana, nada más desayunar he ido a acompañar al Duero para que no se queje Gerardo Diego "nadie a acompañarte baja" y después, tras una hora y media de caminata, en esta ocasión junto a mi marido, he regresado a casa, me he colocado mi bañañdor y he hecho 20 largos de natación. Ahora ya, fresca y relajada me pongo a lo que me hace perder tanto el tiempo.

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