12 de julio de 2010

La muñeca

Hoy he pasado el día mirando la televisión, empapándome de todo lo que aconteció ayer desde que Iniesta marcó el gol que consiguió que España fuera campeona del mundo. Tuve que dejar el espectàculo, muy a mi pesar, porque había quedado con una amiga para pasar un rato, charlar y tomar un café en alguna terraza. Salí de casa cuando los jugadores iniciaban el paseíllo en autobús por las calles de Madrid antes de llegar al Manzanares para la gran fiesta. Mi hija, que vive muy cerca, me dijo por teléfono que no pensaba ir, que estaba escandalizada de la permisividad de las autoridades con los seguidores del futbol. No entendía cómo se consienten tantas barbaridades y tantas infracciones por el futbol cuando, en cualquiera otra ocasión, el mínimo descuido merece sanción. La verdad es que me dejó bastante pensativa su reflexión, pero el futbol, ya lo he comprobado, es el opio del pueblo, es el nexo que une ideologías y credos y hace que los enemigos se abracen, los desconocidos se comuniquen y que, incluso, se mueva la economía. Anoche, al parecer, las pizzerías vendieron durante el tiempo que duró el partido, más del cincuenta por ciento más de lo que lo hacen en cualquiera otra ocasión. Los bares no daban abasto sirviendo refrescos y copas y las heladerías agotaron existencias. Al menos, por unas horas, el consumo se dinamizó un poco.
Hablabámos mi amiga y yo de todo esto, hasta que el tema futbol fue decayendo y nuestra conversación siguió otros caminos. Sin saber cómo, el caso es que mi amiga me comentó que ella se comunica con los objetos, con las cosas que hay en su casa. Hoy, por ejemplo, le había hablado una muñeca antigua que siempre ha estado sentada encima de un armario. De pronto, -se dijo mi amiga- esta muñeca tan preciosa, no puede estar en un lugar tan triste, merece estar en un lugar más aparente. El armario le parecía algo triste y solitario. Al fin y al cabo, estaba en un dormitorio y sólo se entraba allí para dormir. La colocaría en una vitrina. Ese era el lugar adecuado para la muñeca. La bajó del armario y la llevó a la sala principal de la casa. Abrió una de las puertas acristaladas de la vitrina y la colocó allí, sentada como estaba en el armario. Cerró la puerta y se quedó mirando satisfecha a la muñeca. De pronto, me dijo mi amiga, me pareció que la muñeca me hablaba. Escuché una vocecita que venía de su boquita de color rosa y me decía: "¿por qué me has colocado aquí? no me gusta este lugar tan cerrado, no me gusta, estaba mejor donde estaba, desde allí podía verlo todo mucho mejor, además me daba el aire cuando abrías la ventana, por favor, llevame donde estaba".
Escuché a mi amiga con atención sin sorprenderme demasiado pues los objetos, son en muchas ocasiones, testigos directos de nuestras cuitas. Forman parte de nuestra vida, incluso de nuestros pensamientos. Nadie como ellos, cuando detenemos la mirada sobre cualquier objeto o mueble, mientras reflexionamos sobre algo que nos inquieta, está siendo receptor de nuestros más íntimos pensamientos. Probablemente, aunque no nos percatemos de ello, se esté estableciendo un diálogo mudo entre el objeto y nosotros mismos.
No me extrañó nada que mi amiga tuviera la ilusión de que la muñeca le habló. Ella, además, es consciente del apego que siente por las cosas, de la propia casa, de su ciudad, del entorno, de la tierra. Ella, -me dice algunas veces- necesita volver otra vez a esas cosas, a esa casa donde se siente segura, a esa tierra. Volver para sentirse ella misma.
Mientras la escuchaba, yo pensaba que, al contrario que a ella, cuando viajo, no me importaría quedarme en cualquier lugar sin echar nada de menos, sin volver la vista atrás. La escuchaba y al tiempo reflexionaba sobre mis contradicciones. Por una parte me gusta sentirme de un lugar y por otra, me sentiría perfectamente en cualquier parte del mundo, adaptando otra vida, conociendo nuevos amigos, incluso aunque tuviera dificultades con el idioma. Me pregunto si esto que me ocurre forma parte de un espíritu aventurero que está latente dentro de mí y que las circunstancias no me han dejado desarrollar.
Lo que he comprendido con el paso de los años, es que no es bueno apegarse demasiado a las cosas, que nacemos libres y nos encadenamos. Que las personas, como las montañas, somos vulnerables y podemos cambiar, las personas por las emociones y las montañas por la erosión.
Mi amiga, volvió a colocar la muñeca sobre el armario.

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