6 de julio de 2010

Calor

Hace calor, un calor insoportable. Más de la mitad de la Península Ibérica está en alerta amarilla. Se dice que estar en alerta amarilla es cuando el calor entraña riesgo. Riesgo para los niños y para los ancianos. Hace mucho calor y yo me he refugiado en el embalse de mi pueblo, ese lugar de mi infancia donde mis ojos me enseñaron a observar el paisaje. Un paisaje gris en invierno y pardo en verano. La primavera, sin embargo, lo teñía todo de flores multicolores que se desparramaban entre las inmensas rocas de granito. Caminar en primavera me parecía caminar por un camino de cuento de hadas que me conducía al castillo de mis sueños, aquél castillo en el que un día yo sería nombrada princesa. De pequeña, yo quería ser princesa. Y soñaba con princesas. Más adelante soñaría con las nietas del General Franco. Las nietas del General eran los iconos de la moda, la belleza personificada en las revistas de colorines. Soñaba con ellas y me veía como ellas, entre lacayos y caballos, entre fiestas y desfiles de moda.

Ay que ver, que tontitas somos de pequeñas, la de cosas que queremos ser, sin darnos cuenta de que no hay nada más maravilloso que ser lo que se es, disfrutar con lo que se tiene y gozar de un paisaje único, telúrico y que me llena de energía como es mi propio pueblo, el lugar que me vio crecer, soñar y ser. Ser de un lugar, reconocer ese lugar, frecuentarlo y amarlo son el mejor patrimonio, la mejor herencia que pueden dejarnos.

Ayer hacía mucho calor pero yo estaba a cubierto, bajo las frondosas hojas de las parras de nuestra casa. Mi madre mucho más animada, con una vieja hoz, arrancaba hierbas y las iba amontonando. Después, entre las dos, recogimos los montones de hierba en grandes bolsas para llevarlas a los contenedores. A veces me llamaba para decirme que la ayudara a enganchar una rama de parra que caía demasiado. Había que enroscarla sobre las otras para que creciera en sentido horizontal. La mañana estaba serena y mi madre me dijo que era el momento de azufrar la parra para que, llegado el momento, los pájaros no se coman las uvas, aunque dice una de mis hermanas que tenemos que dejar a los pájaros que coman lo que quieran. El rato que duró el azufrado consiguió que mis ojos comenzaran a llorar y me dolieran durante todo el día. Fue al final de la tarde, cuando el sol se planta rojo en el horizonte, cuando las aguas del embalse parecen un remanso de plata, cuando yo me zambullo en ellas y dejo mi cuerpo sentir su caricia tibia. Es entonces cuando me siento niña y liviana, cuando siento que mi cuerpo se volatiliza y no lo siento. Mis ojos habían dejado de molestarme. Es entonces cuando vuelven los recuerdos, los primeros recuerdos, los días felices de mi infancia.
Los pájaros se alborotan entre las ramas de los árboles buscando acomodo para el descanso. A lo lejos se oye el tañido de la campana de la iglesia. Ahora también se oyen las campanadas del reloj del ayuntamiento. Y yo escucho el silencio. Y recupero la paz que se desperdiga de vez en cuándo.

1 comentario:

  1. Me pareció un escrito con una serenidad contagiosa.. y en realidad dudé si hablaba un personaje o usted.

    Nunca soñé con ser princesa, pero he visto la obsesión en muchas pequeñas. En todo caso es un tema socio-cultural; A las nenas se les enseña a jugar con muñecas y ver cosas suaves, a preferir el rosa en vez del azul, etc. Estructuras que no deberían seguirse tan rígidamente. Pero por otro lado no está de más soñar y creer en la magia, es parte de la infancia.

    Me hiso pensar mucho en los problemas que produce el verano; Me gusta el Sol, pero detesto el calor. Creo que cada estación tiene su encanto al fin de cuentas, así piquen los ojos en primavera jajaja.

    Un gran saludo.

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