12 de marzo de 2010

Los sueños

Ayer, me llamó mi hermana Toya por teléfono para decirme que ha hablado con nuestra madre. Le ha contado sus sueños y, al respecto, me comenta mi hermana que no le extraña que nuestra madre no quiera levantarse de la cama. "Estas piernas no me quieren andar" o, cuando está más deprimida que de costumbre, "Este cuerpo pide tierra". Esta frases la decía mi abuela y también mi bisabuela, por tanto, ahora, le toca a mi madre. Yo serè la siguente.
"No me extraña -dice Toya-, que no quiera levantarse de la cama. No veas qué vida tiene cuando duerme, ¿te ha contado lo que sueña?" Pues no, últimamente no me habla nada de sus sueños.
Según le cuenta a mi hermana, mi madre, en su último sueño, tenía la casa llena de electrodomésticos, los habituales y muchísimos más. Todo son electrodomésticos, en todas las estancias de la casa. Y le hablan. Sí, sí, le hablan los electrodomésticos: el lavavajillas, la lavadora, el aspirador, el microondas, la plancha...sí, sí, hasta la plancha. Ella, -mi madre-, al parecer se enzarza con sus electrodomésticos en discusiones bizantinas donde no se ponen de acuerdo. El lavavajillas se queja de que le falta abrillantador y no puede dejar la loza como quisiera. El aspirador le manifiesta que tiene la bolsa llena y que no da abasto. El microondas está aburrido pues apenas lo usa más que para calentar la leche, -con la de cosas que podría hacer-. La lavadora se pone furiosa porque a veces encuentra entra la ropa blanca algún calcetín o media y le molesta mucho, pues a ella, si la programan para ropa blanca, no quiere intrusismos para que luego arremetan contra ella. Y ¿la plancha? Hasta una cosa tan nimia, al parecer, tiene mucho qué decir. Nunca aciertan con ella, la dejan expulsando el vapor mientras se van a hablar por teléfono y, claro, cuando vuelven a ella, se ha evaporado todo y el embozo de las sábanas no queda planchado como a ella le gusta. Y claro, la culpa, a la pobra plancha.
Lo que no me ha comentado Toya es lo que le dice mi madre a los electrodomésticos. Me la imagino hablándoles como cuando nos hablaba a nosotras de pequeños: que si no hacéis las cosas bien, que si poneos a estudiar, que ya está bien de discutir, o, sentaos aquí que os cuento una historia. A lo que nosotros corríamos a su lado porque las historias de mi madre eran de lo más sustanciosas. Y no sólo eso, sino que mi madre interpretaba, imitaba voces, atipladas, broncas, aterradas. Escuchar a mi madre era todo un espectáculo. No sé si los electrodomésticos se quedaràn, de igual modo, anonadados ante los diálogos, mano a mano, con mi madre.
Mi hermana le decía a nuestra madre: Y luego dices que estás sola?
Mi madre, 86 años mañana, día 13 de marzo, es una mujer jovial, vital, divertida, eficaz narradora de historias. Se acuerda de los relatos que le contaba su abuela, de los versos, de las cruentas historias que ella vio o escuchó a sus mayores. Mi madre y su hermana la tìa Luisa son las mayores de cuatro hermanos. Ambas muy guapas. Al parecer, en su pueblo, tenían a los chicos a mal traer. Todos las querían, todos querían casarse con ellas, pero ellas no querían nada con los del pueblo pues se dedicaban a la agricultura, como mi abuelo y estaban hartas de ir al campo a segar, a trillar, a recoger la leña que mi abuelo cortaba para meterla en el carro. No, no, ellas no se casarían con ninguno del pueblo. Tuvieron suerte y se casaron ambas con dos señoritos, de empleo y sueldo, de muy buen empleo y mejor sueldo, lo que les permitiría cambiar sus vidas. No voy a referirme a la felicidad, si la consiguieron en su totalidad, pues la felicidad completa no existe, pero ellas disfrutaron de su situación, lo que nos permitió a nosotros, sus hijos, disfrutar de una doble vida que vendría a enriquecer nuestra cultura. Porque, por un lado, nunca rompieron el contacto con el pueblo, con las costumbres, con esos lazos que no se rompen nunca. Y por otro, tuvimos la oportunidad de vivir una infancia y adolescencia, digamos, muy urbana, muy "señorita".
Durante muchos años nos reuníamos en casa de los abuelos, tios, primos y otros familiares para celebrar las matanzas, los bautizos, los entierros. Ah, los entierros. Cuántas vivencias, cuántas imágenes y cuántas experiencias. No sé por qué razón los entierros dejaron tanta huella en mi vida. Me sorprende todavìa cuando oigo decir a tantas personas que ellas no han visto nunca a un muerto. -qué miedo, qué horror- ¿Miedo, horror? Nunca he entendido ese prejuicio hacia algo tan natural como la muerte, tan consustancial a la propia vida.
Mi madre, sigue soñando con situaciones inverosímiles. Los sueños son esperpénticos, surrealistas, pero dan muchas posibilidades de convertirlos en fantàsticas piezas literarias.

1 comentario:

  1. Hola Concha.

    Gracias por tu comentario en el mío, a la vez que visita.
    Me costo trabajo, pero aquí me tienes, NO se porque los en laces que me dejaste, NO me aclaraban nada, pero al pinchar en “CONCHA” aparece este.

    Escuchadme bien amiga, impresionante el post, que tienes en este, totalmente de acuerdo con vos, lo que dices de tu madre-la mía en la actualidad en residencia- no dice cosas muy distintas a las de la tuya. También muy de acuerdo con la descripción y punto de vista sobre la MUERTE. Yo también vi a casi todos los míos, abuelos, bis abuelos, tíos, padre, etc. etc.

    Me estoy en rollando.
    Una pregunta amiga, Concha, ¿seguro eres ANATEMA?
    Ya te sigo en este, no me importaría conocer mas de vos, ¿de que ciudad o país eres?, si no te importa, pero esto NO será ni es condición de nada.
    SALUDOS, Concha.

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