18 de marzo de 2010

La tía Fernanda

Fernanda era una joven atractiva y despierta. Vivió su niñez y adolescencia en un pueblecito aislado del mundanal ruido sin más distracciones que las fiestas y las celebraciones familiares. Era guapa y lozana y los chicos del pueblo se la rifaban. LLegó a tener tres novios a la vez pero no le gustaba ninguno para casarse. Ella esperaba su príncipe azul que la enamorara y la llevara al altar. Pero ese príncipe no llegaba y ella se entretenía con lo que había.
Uno de sus novios era muy zafio y paleto. Ella le daba calabazas una y otra vez y hasta le hacía cambiarse de ropa pues decía:" yo, con esas pintas no voy contigo a ningún sitio". El pobre novio iba mohino a su casa para cambiarse de ropa. Si llevaba un pantalón de pana, se ponía uno de paño y si lo complementaba con una camisa de cuadros, ella le decía que debería haberse puesto una camisa blanca y corbata. El pobre novio iba y volvía a ver a Fernanda hasta que, ya avanzada la tarde, era hora de marcharse a casa y el pobre no había podido ni acariciarle la mano.
Otro de sus novios, que le hacía un poco tilín, no podían llegar a nada porque Fernanda tenía un perrito que no se apartaba de ella y el pobre animal tenía por costumbre de, cuando llegaba el afortunado a buscarla y se sentaban en el poyo de piedra que había delante de la casa, el perro se colocaba frente a la pareja y, al parecer, asomaba su colilla color de rosa, puntiaguda y pequeña. A Fernanda le crispaba los nervios ver al perro, así, de esa guisa. Cada tarde ocurría lo mismo y Fernanda no podía concentrarse ni el chico ni en la conversación pues el perro la avergonzaba.
Una tarde, tan cansada estaba de la situación que se encaminó al río mientras iba seguida por el fiel perrillo. Al llegar a la orilla, Fernanda, que llevaba escondida una cuerda, cogió una piedra lo suficientemente grande y la enrrolló a la misma haciendo un fuerte nudo para que no se soltara. Con la otra punta enrolló el pescuezo del animal e hizo un nudo en torno al mismo. Lo tomó en sus brazos, no sin antes haber arrojado la piedra al agua para lo que se había subido a una peña. Acto seguido dejó caer al perro que siguió la suerte de la piedra. No lo volvió a ver.
Fernanda se quedó tranquila pues nunca más el perro sería testigo de sus encuentros con su novio.
Pasaron los años y el tercero de sus novios, del que realmente estaba enamorada, se marchó un día, dijo, para arreglar los papeles para la boda, pero el novio nunca jamás apareció. Fernanda se quedó rumiando su pena y también, -tal vez- su remordimiento, hasta que le llegó el cuarto novio al que no quería en absoluto. Se casó con él y vivió con la comodidad que ella quería y llena de cariño por parte de su marido. Hoy, ya anciana y sumida en una fuerte depresión ve pasar los días, las horas y los minutos, sola, aunque tiene hijos y nietos, pero, cada cual, anda a lo suyo.

2 comentarios:

  1. ¿Triste verdad Concha? Observo que conforme pasa el tiempo las malas decisiones o las omisiones del pasado comienzan a pesarnos, aunque no hay nada que hacer. ¿Habrá alguien que en su pasado no haya tomado algunas malas decisiones?

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  2. Que triste final, a nadie le gusta la soledad y si te gusta es que algo mal pasa contigo; somos un animal social, un zoon politikon como decía el viejo Aristóteles comparando al hombre con las abejas. Suerte.

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